Carlos Núñez presenta a León Gieco y el Teatro Coliseo es un grito. “Olé olé olé oléeee… León, León”, baja la voz multitudinaria desde el pullman hacia la platea. Es la misma voz que minutos antes había saludado a Gustavo Santaolalla, con quien Gieco no se encontraba en un escenario desde la época de De Ushuaia a La Quiaca. La misma que antes había dado la bienvenida a la Orquesta de Instrumentos Autóctonos y Nuevas Tecnologías de la Untref y a los gaiteros de las comunidades gallegas y escocesas de Buenos Aires. Esa voz que sin perder su capacidad de asombro hacia el final del espectáculo saludará potente la llegada de Chango Spasiuk. La voz de ese público afectuoso que durante casi dos horas y media supo hacerse sucesivamente silencio, aplauso, reverencia y agradecimiento.
El viernes, ante una sala colmada, Carlos Núñez presentó La hermandad de los celtas, un viaje exuberante y encantador por latitudes en las que de distintas maneras resuenan la marca de esa cultura que el gaitero vigués sabe explicar y compartir. “Buenas noches y boa noite”, saludó Núñez después de abrir el programa con un reel irlandés. “¿Cuántos descendientes de gallegos hay en la sala?”, preguntó y mientras muchas manos se levantaban ansiosas, extendió la consulta a los irlandeses, escoceses, italianos. Acaso como una manera de nombrar a cada uno de los presentes. Enseguida, presentó a sus compañeros, engranajes preciosos de esa maquinaria de sueños y sensaciones que se estaba poniendo en marcha: José Francisco Álvarez, en guitarras, y su hermano Xurxo Núñez, en percusión. También estuvieron Itsaso Elizagoien en trikitixa, como llaman en el País Vasco al acordeón diatónico, y la violinista y cantante irlandesa María Ryan. Ambas se sumaron a la banda para la gira latinoamericana que en Buenos Aires tuvo su penúltima etapa, antes de Mar del Plata.
Un fandango tradicional y una versión del Bolero de Ravel señalaron la continuidad de la música, saludada por un público entusiasta. Como haría a lo largo de todo el show, Núñez alternaba la gaita con las flautas, logrando siempre resultados musicales plenos, que no se embriagaban de puro virtuosismo instrumental. Aída Delfino fue la primera invitada de la noche. Junto a la arpista, Núñez y su banda interpretaron cantigas gallegas, empleando reproducciones de instrumentos que están figurados en el Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago de Compostela. Al arpa antigua, la fídula y la cornamusa se sumaron luego los instrumentos construidos en el ámbito de la Orquesta de Instrumentos Autóctonos y Nuevas Tecnologías de la Untref para hacer su versión del “Dum Pater Familias”, uno de los más antiguos cantos de los peregrinos a Santiago, combinado con un texto de Martín del Barco Centenera de 1602. El trabajo de la OIANT, dirigido por Susana Ferreres y Alejandro Iglesias Rossi, combinó el misticismo celta la energía precolombina. La puesta en escena, con precisos movimientos y vestidos, máscaras y sonidos, creó un marco sugestivo, muy aplaudido.
Tras adaptar una de las tantas canciones que Beethoven escribió cautivado por la cultura celta, el periplo de Núñez orientó sus raíces celtas hacia el rock, no sin antes pasar por el negro spiritual. Fue cuando los gaiteros del Centro Gallego, los Piper Sapa Pipi Band y Pipers Brian Barthe, aparecieron en distintos puntos de la sala para converger luego en el escenario junto a Núñez y su banda. A esta altura de la noche a muchos les quedaba claro de dónde viene buena parte de las baladas que son parte de la propia formación afectiva.
En ese clima, llegó otro gran momento. Sereno y de barba larga, Gustavo Santaolalla interpretó “De Ushuaia a La Quiaca”, sentado con su charango, junto a Nico Rainone en contrabajo y Javier Casalla en violín, con los comentarios certeros de Núñez con la flauta. A ellos se sumó León Gieco para cantar “Príncipe azul”, de Eduardo Mateo y “Solo le pido a Dios”. Parecía que en el abrazo entre Núñez, Gieco y Santaolalla se sellaba el afecto fervoroso de la noche; sin embargo, quedaban más momentos estremecedores. Como la actuación de Chango Spasiuk, que a golpes y caricias de chamamé estableció con Núñez y su banda diálogos francos.
En el final, con todos en escena, se mezclaban los ecos del Altiplano, xotes brasileros, reels irlandeses y aires de Pontevedra. Sonaba lo que se podía escuchar como la hermandad de un nuevo mundo, fundado por Carlos Núñez en nombre de los celtas.