De insurrecciones y combates, de arte y política, de los legados del pasado como condición para plantarse en el presente, del futuro como la búsqueda, siempre imposible, por “unir las puntas un mismo lazo”. De su oficio de cantora como una “construcción de comunidad libre y emancipada”, de la música como una conversación infinita. De la convicción de que la historia avanza no por etapas, sino a grandes saltos. De todo eso habla Liliana Herrero cuando habla de arte y de política, inevitablemente entrelazadas. “Como un tejido necesario”, dice, que la sostiene.
Ya en su anuncio, el próximo concierto que está preparando sintetiza esta convicción: será el 17 de octubre. Este año se propuso celebrar la fecha cantando, dice. Y así lo hará, desde las 21 en el Xirgu Espacio Untref (Chacabuco 875), compartiendo Canción sobre canción, su último trabajo, dedicado íntegramente a la obra de Fito Páez, junto a Pedro Rossi en guitarra, Mariano Agustoni en piano, Ariel Naón en contrabajo y Martín Pantyrer en clarinete y saxo.
“La elección de la fecha no es producto del azar”, aclara Herrero, por si hiciera falta. “El 17 de octubre es una fecha memorable, insurrecta por excelencia. Donde invade el espacio público el reclamo de una conducción, que a su vez refleja lo que esos hombres y mujeres habían ganado con esa conducción. Es entonces una fecha emblemática en ese reclamo justo de derechos adquiridos. No me gustaba la idea de pasar un 17 de octubre sin cantar”, sonríe la cantante. “Me gustó la idea de mostrar una música, una forma de intervenir una obra, que también es una forma insurrecta. Es insurrecta en sí misma, porque no es la obra, que en este caso hizo Fito aunque podría ser cualquier otro autor. Y al mismo tiempo es otra cosa: es la canción, pero sobre la canción. Es una canción nueva sobre una canción original. Es una mirada estética, musical, pero fundamentalmente política, en un sentido más amplio del término. Entonces es un modo de referirme a esa fecha, el 17 de octubre, mostrando qué cosas pienso sobre aquello que sucedió, aquello que debo reclamar, y aquello que puedo modificar”, define.
-Este concepto de insurrección parece que le queda muy bien. ¿Tiene que ver con cómo entiende su oficio?
-Mi oficio es el de ser una intérprete. Una intérprete no reproduce un original, no lo copia, no lo replica, sino que debe buscar en esa obra una ventana por la cual entrar de otro modo. Una grieta, si querés. Por donde transformar esa canción y ponerla en otro horizonte sonoro. Sería sacar las cosas de un lugar y ponerlas en otro. Y a mí me parece que a veces la política debería copiar, con más asiduidad, esa operación, en este caso, exclusivamente estética, también política, en el sentido amplio.
-No parece un lugar artístico cómodo, así planteado.
-No lo es, no es un lugar que se acople a la maquinaria. Es más bien una traba, un freno a la maquinaria. A veces lo conseguí, y a veces no. Porque si no, sería de una autosuficiencia extraordinaria. Hay muchos temas, en muchos discos, que no me gustan nada y los volvería a hacer, ahora se me ocurrirían otras cosas. Pero sí intenta ser una traba a una maquinaria. ¿Qué es esa maquinaria? La estandarización del oído, la globalización, el retiro de un pensamiento sobre un territorio y un tiempo, el retiro de un pensamiento sobre la historia. Esa es la tarea que yo me he planteado como intérprete. O tal vez esa es la tarea que es homologable a la idea de intérprete. Eso es lo que he ido pensando todos estos años.
-¿Cómo fue cantar, con esa idea del oficio, en estos años recientes?
-Fue feliz. Y lo fue, por dos decisiones que tomé: Una, retirarme de todo lugar que perteneciera a Cambiemos para cantar. La única vez que fui, en ese caso a la Usina del Arte, fue por una invitación de la productora, y solo por eso. Eso a mí me tranquilizó, me hizo estar en los lugares donde decidí estar. Y eso siempre es feliz, aunque el entorno era terrible y triste. La gente estaba mal, triste, apenada, y apenas si alcanzaba el dinero para pagar una entrada. Pero yo estaba feliz de estar ahí. Y por otro lado, porque además seguí haciendo las intervenciones que vengo haciendo desde hace tantos años. Y nada me impedía hacerlo. Tampoco hubiera ido a ningún lugar que me hubiera impedido hacerlo. Así que estuve donde quería estar, y no estuve donde no quería estar. Eso me alegró, aun sosteniendo esta precariedad en la que trabajamos muchas músicas y músicos, en estos cuatro años.
-¿En qué consiste esa precariedad?
-Por ejemplo hicimos una gira por el sur, en una especie de motor home, se diría muy pretenciosamente, ¡pero era una camioneta del siglo pasado! (risas). Y en el sur hay que hacer muchos kilómetros. Me cansó mucho, pero me gustó hacerla. En lugares donde la gente no pensaba que yo podía ir a cantar, y eso también es muy gratificante. El recibimiento estaba teñido de tanto entusiasmo, tanta alegría, que estaba cansada, pero feliz. Y eso fue muy hermoso. Ahora mismo, acabo de hacer una gira por ciudades de la provincia de Buenos Aires, Olavarría, Azul, Bolívar. He cantado en lugares muy pequeños, con gestiones independientes, logradas con mucho esfuerzo; en teatros grandes, magníficos, como el Roma de Avellaneda. En todo lugar donde estuvieran dadas las condiciones. Concretamente, donde no hubiera un municipio amarillo que tuviera algo que ver.
-¿Esa fue su elección?
-Sí, y como tal, fue una forma de felicidad. Estar en el lugar en el que querés estar. Diciendo lo que querés decir, y cantando lo que querés cantar. Y acompañando, también. Eso lo noté en estos cuatro años. Las personas que iban hacían un esfuerzo enorme para pagar una entrada que no era muy cara, pero la gente no tenía un mango. Y una vez que estaba allí, no te digo que yo transformaba el escenario de una tribuna política, porque no lo es, porque primero está la música. Pero como la música es de una intervención tan profunda, y hay una propuesta de una nueva audición, entonces todo el mundo percibe lo que pasa ahí. Se percibe ese diálogo, esa intervención, con un legado. Por eso este concierto será tan especial: El 17 de octubre es un legado. No podemos continuar pensando en la política como si ese 17 octubre no hubiera existido. Así como yo no puedo cantar como si Mercedes Sosa no hubiera cantado. Esos son los legados y hay que saber qué hacer con esos legados. Por eso, todo está abierto y todo está en debate. Todo. ¡Desde 1810! (risas).
-¿Y cómo resuena concretamente ese 17 de octubre? ¿Qué nos dice hoy?
-Que es posible la irrupción de las personas, de las mujeres, y de los hombres, y de los niños, y de los viejos, en los espacios públicos. Esto también lo ha demostrado esta gran irrupción del feminismo en la Argentina. Es posible esa irrupción, es posible algo intempestivo, algo inusitado, algo que no esperábamos. Yo no tengo una idea de etapas en la historia: primero viene esto, y después lo otro. Néstor Kirchner irrumpió intempestivamente en la vida política argentina. Bueno, con una obra como ésta, de Fito, o del Cuchi Leguizamón, o de Juan Falú, o de Ramón Ayala, o de Spinetta, para poner sólo algunos, uno puede irrumpir en esa obra, que pareciera que está terminada. Pero las obras siempre están abiertas. Y la política y la historia siempre están abiertas. Por más libros que se hayan escrito sobre ella. Ningún libro cierra una etapa.
-Inevitablemente, si le pregunto sobre música o sobre política, sus respuestas aparecen uniéndolas…
-Sí, sí, es un tejido. Es un tejido bien hecho, y es un tejido necesario. Y a mí me sostiene. Porque yo no estoy arriba del escenario pensándose como una cantante sin territorio, sin tiempo, sin fronteras. Me estoy pensando con todo ese legado junto. Y con las posibilidades de diálogo que tienen los diversos géneros en la música, las conversaciones que surgen, y lo que puede hacerse con ellas. Siempre pienso que algo puede hacerse con lo que pasó. Es casi una obligación. En el arte y en la política. Siempre uno puede volver a intervenir en aquello que parece perdido en el tiempo. Y no está perdido en el tiempo: El 17 de octubre está más presente que nunca. Estamos a punto de poner el pie en algo nuevo que se avecina. Ojalá nos vaya bien. Sin legado, sin reflexión sobre lo que hemos sido, y sin saber que “nada podrá disolver lo que hemos sido”, para tomar una frase de Fernando Cabrera, no nos va a ir bien.
-Habló de grieta, pero para referirse a su trabajo artístico. ¿Cómo sería?
-Siempre hay una grieta, siempre hay una hendija. Siempre hay un lugar marginal para entrar. Me gusta esa palabra, marginal, por qué no, otro costadito por donde se puede mirar. No me gusta mucho la palabra grieta como se ha venido usando, tan mal. Pero me gusta la idea de grieta como hendijas, como fisuras que tienen las personas, la historia, los partidos, la música, el arte. Están en todos lados.
-¿Como oportunidades, también?
-Esas grietas, esas hendijas, son renovaciones de la vida, del oído. Si te zambullís ahí, seguro que aparece otro horizonte para pensar lo que somos como país, desde nuestros legados, en este caso, musicales. La música es un juego, se mete y se zambulle en cualquier grieta. Pero es un juego responsable. Con una memoria, con combates dormidos de una cultura, con celebraciones, con fiestas, con territorio, con tiempo y con los grandes acontecimientos culturales y políticos que han sucedido en este país y en Latinoamérica.
-¿Todo eso suena cada vez que escuchamos una canción?
-Para mí tiene que sonar. No estoy en el aire. No pensamos así la música.
-Otra característica suya es que siempre habla en plural, en comunidad. Nombra a los músicos que la acompañan, ellos participan mucho en el momento de creación...
-Para mí es el mismo lazo, el mismo tejido, el mismo entramado que se da en esta rápida reflexión que hemos hecho sobre la política y la estética: es lo mismo al momento de armar un disco, un concierto. Porque la música es una conversación infinita. De miradas, de conceptos, de ideas que se van tirando: ¿si ponemos esto, lo otro, si esto lo sacamos? Ese trabajo es maravilloso, y no puede sino construir comunidad. Por eso para mí un trabajo discográfico, o un concierto, es una construcción de comunidad libre y emancipada. Tengo como eje eso, y a veces convoco a otras personas para que me ayuden en esa coproducción que hacemos colectivamente, como ha pasado con Santiago Giordano, con Lisandro Aristimuño, con Fito mismo, con tantos coproductores de diversos discos. O la convocatoria a alguien a hacer un arreglo, como lo he hecho con Lilian Saba, Alan Plachta, Guillermo Klein, tantos. Para mí, ahí se arma algo irrompible. Si eso está, se disuelven las individualidades, se amortiza lo peor que tiene cada uno. Yo digo bueno, estamos en esta mesa, con las cartas echadas, vamos a mover esta mesa, a ver qué sale de acá. Pero todos. Eso es fantástico.
-¿Qué le dijo Fito cuando escuchó el disco?
-“Estoy en shock”. Esa fue su primera frase. Y después me mandó un mensaje hermoso y extenso. “Todo es laboratorio y amor”, me decía ahí. Y creo que ahí está el secreto de la música. No sé cómo será en las orquestas sinfónicas y todo eso, pero en este tipo de trabajos, para mí es condición.
-¿Y qué le dijo Horacio González?
-El escucha y opina: “Está lindo eso, ¿eh?”. Opina desde su computadora, allá lejos, mientras escribe. Y en general termina escribiendo algún texto para los discos, de solo escuchar. Y en ese caso a mí me interesaba mucho porque esto que he hecho con los chicos, es una celebración de una amistad. No es ningún tributo ni homenaje. El disco sobre Fito es una celebración de una amistad muy antigua. Que a mí me ayudó a vivir. Porque yo conocí a Fito en la primera mitad de los 80, que al principio era dura todavía. Yo venía de experiencias muy dolorosas y eso fue otro horizonte, otro mundo que se abría, y otro pensamiento sobre las cosas. Por eso incluí “El día de los grones” (“D.L.G.”, del disco Giros), casi como un bonus track. Porque una vez Fito había alquilado una casa en Villa Gesell, me llamó a Rosario y me dijo que fuera, y yo fui y salimos a caminar por la playa. Y él me hizo la pregunta clave: contame todo, contame cómo fue. Cuando volvimos a la casa, Fito escribió esa vidala, medio baguala: “Apocalipsis de abajo” dice. Así como en “Yo vengo a ofrecer mi corazón” dice “y uniré las puntas de un mismo lazo”. De eso se trata. A ver si podés alcanzar la otra punta del lazo. Esa es la búsqueda en la música, la búsqueda en dónde estar uno en una Patria. Es eterna, nunca se alcanza. Pero es maravillosa.
Por qué Liliana Herrero
Entrerriana, nacida en Villaguay en 1948, Liliana Herrero se radicó en Rosario en 1966 para seguir la carrera de Filosofía. Allí participó de la histórica experiencia cultural, educativa y cooperativa de la Biblioteca Popular Vigil, desarmada y saqueada por la intervención militar de 1977. A principios de este año fue testigo en el juicio por los delitos de lesa humanidad entonces cometidos, la tapa de la edición de Rosario/12 que cubrió la audiencia cuelga en un cuadro de su casa. Toda esa época en la que, como militante peronista, también estuvo detenida, se le apareció de un modo impensado al revivirla en el juicio, dice.
Con la democracia volvió a Rosario (adonde siempre sigue volviendo, entre otras cosas porque allí viven sus nietos, su hija y su yerno), fue profesora titular en la Universidad de Humanidades y Artes, dirigió la carrera de Filosofía. Por entonces conoció a Horacio González, desde entonces él es su pareja. Fue Fito Páez el que, recuerda la crónica, le pidió también en aquellos 80: “Dejá de cantar en la cocina y vamos a grabar”. Por eso ella dice que Canción sobre canción, su último disco sobre la obra del rosarino, que sonará en esta celebración del 17 de octubre junto a otros temas de su repertorio, no es ningún tributo ni homenaje, sino la celebración de una antigua amistad.
Desde aquel primer disco, que llevó su nombre, y en el que Páez debutó como productor, siguieron otros: Esa fulanita, Isla del tesoro (también, con producción de Fito), El diablo me anda buscando, Recuerdos de provincia, Leguizamón-Castilla y Falú-Dávalos, ambos con Juan Falú, Confesión del viento, Igual a mi corazón, Imposible, entre otros. Ya está pensando en el próximo.