Vaya que le suceden cosas extrañas al cuerpo de Paul Rudd. En Ant-Man su anatomía sirvió para darle vida al superhéroe más pequeño del universo Marvel. Muchos se preguntan si este intérprete no es la encarnación viva de Benjamin Button, ya que a los '50 luce como un veinteañero. Y en Cómo vivir contigo mismo su personaje es clonado tras tomar una sesión de spa, planteo que asume su ridiculez como vehículo para explorar la crisis de la mediana edad. El estreno del próximo viernes de Netflix puede interpretarse como un auténtico festival ruddista, con ocho episodios de media hora prediseñados para la risa sincera pero también para purgar cierta bilis existencial.
Rudd se ha convertido en un referente de la Nueva Comedia Americana por su portfolio de tipos despreocupados, sarcásticos y algo ruines si no fuera por su mirada de cachorro con ojos azules (I Love You, Man; Our Idiot Brother, Role Models). El oriundo de Nueva Jersey tiene una maestría en eso de hacer de cancheros discretos, compinches desganados pero con el chiste adecuado, como un Adam Sandler con mejor hándicap y perfume. La entrega, creada por Timothy Greenberg y dirigida por la dupla responsable de Pequeña Miss Sunshine (Valerie Faris y Jonathan Dayton, 2006), se aprovecha de ese octanaje. Rudd, a su vez, ya había tratado los dilemas de la identidad adulta en Bienvenido a los 40 (Judd Appatow, 2013) cuando ya había atravesado esa barrera.
Los primeros minutos muestran a Miles en su encerrona. El escritor pasa su tiempo en una agencia de publicidad en modo automático y sin chispa. El proyecto de paternidad con Kate (Aisling Bea) viene postergado. “Renovar”, escribe en su computadora y el resto son puntos suspensivos. La solución será un tratamiento de reconstrucción de ADN. Eufemismo para un tratamiento científico experimental con un clon impensado por motivos que mejor no spoilear. El Miles Upgrade toma té verde, encamina las cosas en el trabajo y la relación con su esposa. Y también está el viejo Miles, quejoso, deslucido, un ferviente soldado de la procastinación. Es claro que la relación para dos tipos que se pelean por una misma vida no será fácil.
El recurso tuvo antecedentes más o menos recientes en Orphan Black (Tatiana Maslany interpretó a doce versiones de la protagonista) y United States of Tara (Toni Collette dio vida a una mujer con trastorno disociativo de identidad). En Cómo vivir contigo mismo pesa más el vínculo de Miles que la cantidad. Con inteligencia, los realizadores dedican un episodio a cada uno de los puntos de vista para una narrativa que destila sus cuotas de amargura. En ese sentido, la serie se conecta con un sombrío capítulo de La dimensión desconocida en el que Bruce Willis interpretaba a un tipo que debía dejarle lugar a su otro yo: el doppelgänger era más capaz, resuelto y simpático que el protagonista. El mismo problema es resuelto con gags que se toman su tiempo en aparecer.
Los mejores chistes se dan cuando Miles y su otro yo se chicanean o tratan de recordar juntos el nombre de alguna novia del pasado. Al fin de cuentas se tratan del mismo sujeto. “Interpretarlos fue un desafío. No queríamos que fuera Jeckyll y Hyde. El personaje no es así de extremo. Las diferencias tenían que ser sutiles. Empezamos con el corte de pelo pero luego fue una postura. Es desgarbado y cansino. El Miles nuevo es mucho más radiante. Cuando actúo me conecto de formas que no puedo explicar bien. Así que esas diferencias tenían que brotar por sí mismas”, dijo el actor. “No lidiamos con cuestiones morales sobre lo que implica la clonación sino sobre lo que sucedería al lidiar con una mejor versión de vos mismo”, añadió Rudd. Al fin del camino, parafraseando a Herminio Iglesias, Miles “triunfará conmigo o sinmigo”.