Roy Harley odia la garra charrúa. Y eso que podría ajustarla perfectamente a su propia historia: es uruguayo y uno de los 16 sobrevivientes de la tragedia de Los Andes, cuando su vuelo se estrelló contra la Cordillera y 29 personas murieron, a causa del impacto y de los infernales 72 días que atravesaron hasta su rescate. “Con el mito de la garra charrúa nos hemos tirado para atrás y, sólo por hablar de fútbol, nos han hecho miles de goles -cuenta Harley, que viajaba en aquel avión junto a su equipo de rugby a disputar un partido en Chile-. Los uruguayos no somos más fuertes que argentinos, brasileños ni nadie: son oportunidades, momentos, en los que una motivación surge de saber que tenés algo ya perdido. Como nosotros en la Cordillera… Ya nos habíamos enterado de que no nos buscaban más y la radio había dicho que dentro de unos meses irían a buscar los restos... Nosotros éramos los restos”.
El relato de lo que sucedió desde aquel 13 de octubre, en ese recóndito y frío rincón de la cadena montañosa donde les tocó caer, ya es conocido. Con el deseo más profundo de supervivencia, durante las diez semanas que les tocó subsistir, cristalizaron una historia de superación épica que atravesó las escenas más hostiles para la mente humana: el frío extremo, la naturaleza salvaje, el abandono, la muerte, el hambre y hasta la antropofagia… porque uno de los medios para seguir con vida fue alimentarse de los cuerpos de esos amigos y familiares que ya habían muerto tras el accidente.
El uruguayo, entonces un esforzado wing de 20 años, fue uno de los cinco jugadores de rugby que sobrevivieron de esa formación del club Old Christians, integrada por ex alumnos de la escuela Stella Maris, la versión uruguaya del colegio Cardenal Newman, pertenecientes a la misma congregación religiosa. Lo que sea que vivió en la Cordillera, Harley decidió guardárselo por más de cuatro décadas. También fue el único que debió quedarse 15 días más en Chile: pesaba 38 kilos cuando lo socorrieron, tenía un severo deterioro orgánico y casi no logra dejar la unidad de cuidados intensivos que lo recibió apenas rescatado. En 1993, se reencontró con el médico chileno que lo trató en ese delicado estado de salud. “Huevón, pensé que te me morías –le dijo-. Me desesperaba pensar que tenía que decirle a tus padres, que creían haber recuperado a su hijo después de esa tragedia, que en realidad no era así”.
Harley, que ahora tiene 67 años, decidió hablar en profundidad de aquellos días en Los Andes hace sólo cinco años. Sus amigos, que habían recorrido el mundo con un relato de superación que trascendía los idiomas, lo motivaban a hablar. “Sos el que tiene la historia más virgen”, le decían Antonio Vizintín, Fernando Parrado, Gustavo Zerbino y Roberto Canessa, los otros rugbiers que sobrevivieron. “Traté de dejar lo de la Cordillera atrás. Quería que la gente me quisiera o no, pero por quién yo era. Las personas, cuando se enteran quién soy, cambian. Se sorprenden, se admiran y me tratan de otra forma. Ahora ya me acostumbré, pero en ese momento no quería eso”, explica Harley, en diálogo con Líbero. De hecho, desde 2016 comenzó a dar charlas motivacionales.
Que no hablara como los demás, no quiere decir que Harley se hubiera olvidado de lo vivido en medio de la helada blancura de esos más de tres mil metros de altura. Más bien todo lo contrario. “Nunca estuve mal cuando se acercaba el 13 de octubre –recuerda-. Lo que sí me pasaba, durante los primeros 20 años, era que cada vez que llegaba ese día, se prendía en mí como un reloj que recordaba en detalle cada momento. Un día me despertaba y recordaba: ‘Hoy es 29 de octubre, es el día del alud, ¡qué feo estaba el tiempo!’. Trataba de acordarme todos los días lo que había sucedido, hasta que llegaba el 22 de diciembre. ‘Hoy nos rescataron’, le decía a quien estuviera conmigo. Mi mujer me preguntaba por qué hacía eso. ¿Por qué? Porque yo no me quiero olvidar lo que pasamos ni de los que murieron. Fue muy grande todo lo que sufrimos y la peleamos… No quiero correr el riesgo de no recordar y, por eso, hago un esfuerzo grande para no olvidar”.
Harley, que a los tres meses de aquella tragedia volvió a jugar al rugby, repasa con alegría el triunfazo sobre Fiyi de Los Teros, la Selección de Rugby de Uruguay, en su estreno en la Copa del Mundo que se juega en Japón. “Nadie iba a pensar que les íbamos a ganar. Tú lo veías al fijiano al lado del uruguayo y era como ver una Ferrari contra un Fiat 600. Los uruguayos son todos amateurs: chicos que trabajan en una oficina y corren por la rambla para entrenar. Lo que mostraron fue pasión, ganas, rabia…”, destaca su compatriota. Inmediatamente, recuerda que a sus tres hijos les encantaba que su abuelo les contara las historias en donde él protagonizaba un hecho mítico uruguayo: el Maracanazo del '50. Walter, padre de Roy, arquero e hincha fanático de Nacional, se había ido con dos amigos en una avioneta hasta Río de Janeiro sólo para ver aquella histórica final, en la que 11 uruguayos silenciaron un estadio de 200 mil brasileños. El abuelo les contaba a sus nietos que había sido él quien, desde la tribuna, le gritó a Alcides Ghiggia que pateara al arco, segundos antes del gol más importante de la historia del fútbol uruguayo.
Muchos podrían pensar que la que Roy Harley tiene para contarles a sus nietos es una historia mucho más triste. Pero él, que fue quien la vivió, está dispuesto a desmentirlo. “Yo miro nuestra historia no como una desgracia sino como un hecho impresionante que tengo la suerte de poder contar -dice-. Me siento un afortunado, no un desgraciado. Viví una historia imponente, de esas en las que el ser humano atraviesa una situación límite y saca una capacidad de hacer cosas impresionantes: lo hicieron en el '50 los uruguayos del Maracaná, lo repitieron ahora nuestros rugbiers contra Fiyi, y lo hicimos nosotros en la Cordillera. Los humanos tenemos una capacidad mucho mayor de la que reconocemos. Y la vida merece vivirse a fondo”.
Copa de la Amistad
Cuando Roy Harley tenía 20 años y se subió al avión que se estrelló en la Cordillera de los Andes, iba con sus compañeros de equipo a jugar un partido de rugby. Ese juego, que entonces nunca se disputó, se reedita todos los años ininterrumpidamente desde 1974. Es un evento que reúne a los sobrevivientes uruguayos del Old Christians y a los jugadores de aquella formación del club Old Boys de Chile, el equipo al que iban a enfrentar el año de la tragedia. “Yo no era un buen jugador. Me divertía porque me fascinaba el rugby, pero era de la media. Me entrenaba mucho porque sabía que no tenía la destreza de otros y trataba de suplirla con fuerza y resistencia. Siempre me decían que tenía malas manos, que se me caía la pelota y hacía knock on”, se sincera Harley, entre risas. La Copa de la Amistad, como se denominó al histórico juego que se revive año tras año y que recuerda a los fallecidos en 1972, se juega los años pares en Chile y los impares, en Uruguay. El fin de semana último, justamente, Harley y sus amigos recibieron a una delegación chilena de 143 integrantes en la 45º aniversario de la Copa. Porque además de su partido, se fueron agregando otras divisiones y otros deportes, como fútbol y hockey de ambos clubes. Y Harley está sonriente, porque está vivo y porque, con los años, hasta sacó una pequeña ventaja deportiva: “Como yo seguí entrenándome y la mayoría no, estoy mejor físicamente y me luzco más que el resto. Estoy siempre detrás de la jugada”.