Parecía que no hacía falta volver a ocuparse del tema. Libro tras libro explicando qué significaba esa “verdad” (que no es tal) y cuáles eran los peligrosos resultados del ocultamiento para el desarrollo del hijo adoptivo.

No obstante, la consulta nos enfrenta nuevamente, con los adoptantes que silencian el origen del hijo que a los seis, siete años no han hablado del tema. Lo más grave aparece cuando argumentan explicando las razones por las cuales justifican su silencio utilizando argumentos inverosímiles que en realidad ocultan aquello que titula este artículo: saber sobre sí mismo.

Se adopta un niño, habitualmente cuando se sobrelleva una infertilidad o una esterilidad y no es posible concebir. Cuando los ensayos para recurrir a las técnicas de reproducción asistida fracasan después de varios intentos.

Entonces se apela a la adopción, trámite que se realiza después de haber atravesado una serie de cursos y advertencias acerca de la importancia de informar al niño acerca de su origen, según la ideología de quien organiza dichas prácticas.

Pero aquello que se denomina el “Sí Mismo” de cada persona, la manera de sentirse y evaluarse a sí mismo, de pensarse según cada quien siente y piensa que es como persona, como ser humano, según como piensa y siente que debe ser tratado y según como piensa y siente que deben verlo/la los demás, está atravesado por la capacidad de cada quien para poder decirse: soy infértil. O soy estéril y no puedo remediarlo. Lo cual constituye una manera de mirarse a sí mismo asumiendo que ésa es una realidad que no ha logrado resolver más allá de su deseo de concebir hijos pero manteniendo el deseo de maternidad y paternidad.

Me refiero al deseo tal como el diccionario entiende la palabra, sin matices psicológicos, y es ese deseo el que se encuentra al mirarse a sí mismo y se mantiene cuando se piensa en adoptar.

El conflicto severo se torna presente cuando no se puede hablar con el hijo acerca de su origen porque el problema reside en el modo en que esos padres se miran a sí mismos sin poder escucharse reconociendo su imposibilidad de engendrar y apesadumbrados por su deseo de maternar y paternar. En lugar de disfrutarlo.

Entonces los hijos asumen los problemas de los adultos que tropiezan con las dificultades en el decir cuando en ese decir queda implícito aquello que ellos viven como una falta o una desgracia.

Es en ese mirarse a sí mismos como si condujesen una culpabilidad, cuando contaminan los valores que como personas pueden ofrecerse a sí mismos y a sus hijos; estos se encontrarán con padres que tienen que alterar aquello que se cuenta en familia o aquello que se describe en el mundo porque los adultos se entrenaron en ocultar aquellos temas que pueden desconcertar, confundir o sobresaltar.

El conflicto agudiza el problema cuando, como sucede habitualmente, un miembro de la pareja es infértil y el otro no. Es una situación distinta y es otro el mirarse a “Sí Mismo” en estas circunstancias.

Pero el acento lo marco especialmente en la manera de mirarse a sí mismo de quien no tolera asumir aquello que forma parte de su vida y que al silenciarlo deriva en un daño no deseado pero previsible que puede recaer sobre un ser amado.

En el diálogo con estos padres surge la negación del problema: “yo ya asumí que no puedo concebir, no es un problema porque ya tengo un hijo”. Pero en el momento de decirle al niño que proviene de un vientre que no es el de la mujer a la que el niño llama “mamá” se potencia un conflicto no resuelto por parte, en este caso, de la mujer. Son estas desventuras personales las que se instalan en familias adoptantes donde el problema personal de los padres (porque lo comparten ambos), desemboca en alteraciones de conducta de los hijos. La consulta aparece como si fuese un problema del niño y es el ojo clínico del terapeuta el que desentraña la clave, que, por otra parte, los adultos difícilmente logran aceptar ya que se miran a sí mismos como excelentes padres.

 

Una psicoterapia para los adultos se torna imprescindible; no es el niño quien padece problemas de conducta, sino es la víctima de convivir con un secreto familiar y con adultos que han acordado mantener silencio vulnerando el derecho inalienable del hijo acerca de conocer su origen.