Por Martín Granovsky
Terminado el primer el debate presidencial, aquí va una hipótesis triple: nadie fracasó, nadie cometió un blooper, nadie dejó de expresar lo que quería. O sea, nada cambió. La hipótesis propuesta es que a las once de la noche del 13 de octubre de 2019, cuando terminó el debate, la Argentina electoral era idéntica a la Argentina de las nueve y cinco, cuando los seis candidatos se plantaron en el escenario de la Universidad del Litoral para el comienzo del debate.
El principal peligro de Alberto Fernández, Mauricio Macri, Roberto Lavagna, José Luis Espert, Juan José Gómez Centurión y Nicolás del Caño era pasar papelones. No los pasaron. Nadie logró sacar a otro de las casillas ni del libreto. Ninguno se fue el pasto salvo por decisión propia.
Quien más ponía en juego era Fernández. Salió primero en las PASO. Ninguna encuesta le da menos de 18 puntos a favor para el 27 de octubre, cuando se realice la primera vuelta que muy probablemente sea la definitiva.
La hipótesis es que el debate mantuvo el estado de situación anterior. El status quo. Si esa hipótesis se verifica, querría decir que Fernández salió de Santa Fe con el primer puesto cómodo que ya tenía. Y ahora sigue siendo el ganador. Puso su ventaja en juego y no la perdió.
El candidato del Frente de Todos dibujó un desempeño transparente. Insistió en que Mauricio Macri miente, que está fuera de la realidad, que no resolvió los problemas sino que los empeoró y que encima no usó el presupuesto disponible para áreas como la prevención de la violencia contra las mujeres.. Fernández ni siquiera eludió el cuco llamado Venezuela. Dijo que no quiere una escalada que lleve a que un soldado argentino muera en Caracas.
Macri esquivó las consignas para su núcleo duro de las últimas dos semanas (el “sí se puede”) y en un tono apacible le pidió más tiempo a la clase media. Salió de ese tono al final, dos veces. Una, cuando dijo que Axel Kicillof impondría una “narcoeducación”. La otra, al afirmar que “el kirchnerismo no cambió” porque “volvió el dedito acusador, volvió la canchereada”. Incluso “volvió el atril”, dijo Macri desde su atril.
Un sereno Roberto Lavagna quiso plantear una tercera posición entre Macri y Fernández. Pero las coincidencias con la agenda del Frente de Todos eran tan evidentes que Fernández lo citó favorablemente tres veces. Mensaje implícito: “Si no lo querés a Macri votame a mí, porque con Lavagna pensamos igual y si me votás a mí ya ganamos en primera vuelta”.
Nicolás del Caño, del Frente de Izquierda y de los Trabajadores, pareció buscar un primer objetivo, que era conservar el voto de las PASO, y un segundo que era disputar voto juvenil con el Frente de Todos. Procuró acusar, sin nombrarlos, a muchos peronistas no kirchneristas por haberle votado leyes a Cambiemos y se diferenció al usar 25 segundos disponibles para hacer silencio en homenaje a los ecuatorianos muertos.
Quizás porque estaba Juan José Gómez Centurión el Presidente se cuidó de no repetir su defensa de “las dos vidas” que venía ensayando en los actos. Hubiera sido arrasado por el candidato de Nos que le disputa el voto ultraconservador y repitió que “no se puede regalar Misoprostol como caramelos”.
José Luis Espert, de Despertar, ocupó el lugar clásico de los ultraliberales que tienen clara la fórmula mágica: un país con sindicatos débiles. “Basta, Moyano, de currar con la justicia social”, lanzó tras sugerir que los gremios no tengan más su obra social. “Basta de paros, Baradel”, resumió al proponer un límite al derecho de huelga en educación. Y ojo con que la educación sexual integral “degenere en ideología de género”.
Queda otro debate, el domingo 20. Y siete días después, el 27, las elecciones. El 10 de diciembre está cada vez más cerca.