Este 9 de octubre fue miércoles, día laborable. Ese día nació, hace ahora 84 años, Ana María Villarreal, la Sayo, o Sayito, salteña, revolucionaria asesinada en la masacre de Trelew en 1972, pero esta fecha no está incorporada al calendario oficial de fechas importantes de la provincia.
No tiene recordatorio oficial, pero tiene quien la recuerde. Este miércoles tempranito la tumba de la Sayito en el Cementerio Municipal de la Santa Cruz recibió visitas. La lápida fue limpiada, cubierta de estrellas y un dibujo de su cara la vitalizó. Manos amorosas plantaron malvones de flores rosadas, al pie y en los costados, en el acceso al rectángulo en cuyo centro ha quedado la tumba sencilla, rodeada de mausoleos.
Hija de Edmundo Diego Villarreal, el dueño del hospital de muñecas, como se lo conocía popularmente aunque en realidad era un restaurador artístico, ya en la secundaria la Sayo mostró su inclinación por las artes, iba a un colegio religioso como la mayoría de las adolescentes salteñas de clase media, pero también estudiaba pintura y escultura en la Escuela de Bellas Artes Tomás Cabrera, y más tarde cursó Artes Plásticas en la Universidad Nacional de Tucumán.
Ana María se haría quizás más conocida por ser la esposa del jefe guerrillero Mario Roberto Santucho, el Robi, con quien se casó en 1960 y con el que tuvo tres hijas. El matrimonio compartía ideales. En Salta, desde su juventud en Tucumán y su militancia, la Sayito fue siempre un personaje destacado de la política de la época. Pero públicamente hoy casi no se habla de ella.
Contra ese olvido y con la potente vida y acción de la salteñita menuda de ojos rasgados (de ahí Sayonara), se cruza el arte de María Laura Buccianti, la de las manos que sembraron estrellas y malvones en su tumba.
“El vínculo con la Sayo empieza siendo que me interesa mucho su biografía y las similitudes con mi biografía”, explicó a Salta/12 sobre la serie de obras que viene realizando vinculadas a la guerrillera.
El miércoles frente a la tumba, la artista brasileña Geruza leyó un romancero o ABC, una forma de relatar quién fue Villarreal, a la manera de la cartilla a María Bonita. “La Sayo es esa estrellita que nos acompaña”, dijo; destacó que quienes la recuerden sean mujeres, las “que tenemos tantas historias para contar”. “La Sayo también”. Puso énfasis en su “incompletitud”, y cerró en un clima emocionado: “Sayo, a esa altura te queremos y diferenciamos tu historia, nuestra pequeña”.
Buccianti leyó cartas del Robi a su esposa. Frases amorosas resonaron en el cementerio, en la voz a veces quebrada de la artista: “Sayito querida”, “Mi muñeca, acumula ternura para el viernes”, “las vivo recordando a vos y a las chiquitas”, “a veces me parece no poder soportar el alejamiento”.
“Recupero mucho la historia de amor entre ella y el Robi”, dijo después Buccianti, para quien la imagen de la Sayo es “muy seductora, muy hermosa”. “Y me parece que necesita llenarse de palabras su ausencia, su injusticia, la injusticia que el Estado hizo en su cuerpo, y me la imagino también amorosamente”.
Hay otra injusticia que también motiva a la mujer de esta época que es la artista, la de que “el líder hombre siempre sea el visible y obviamente también eso internamente a mí me impresionó mucho, que ella siempre quede como en la segunda fila y sea la que está como en un nivel de sacrificio”. En realidad, para Santucho ella era preponderante en la política de la época: “Me hizo muy bien leer las cartas porque ahí me di cuenta como él también la ponía en ese lugar, que su rol era principalísimo y real en esa lucha, y muy sacrificado”.
Una biografía familliar
Sobre su interés en la Sayito, Buccianti explicó que siempre admiró a las personas que “han hecho una lucha a favor de todos nosotros y de la gente más humilde” y que han puesto el cuerpo en esa lucha.
Además, “la biografía de ella me es muy familiar, y me gustó la idea de recomponer la imagen de la Sayo porque también notaba que en los distintos relatos siempre aparecía obviamente la marca de lo político y esta contradicción entre un cuerpo pequeño y una misión tan grande, un cuerpo tan sutil en una lucha tan dura, esos opuestos de ella me llamaron siempre la atención y me seducen mucho, me gustan mucho, me parece que la Sayo es la mujer. La mujer. Así. Yo reconozco como algo muy admirable, una mujer sencilla y humilde y a la vez muy clara y muy inteligente”.
En 2012 Buccianti empezó a buscar obras de Ana María Villarreal hasta que se dio cuenta de que “no iba a recopilar obra, sino que, al revés, que debía yo empezar a todo lo que yo gestionaba o hacía en el ámbito artístico relacionarlo con ella”.
Ese fue el punto de partida de una residencia que se hizo todos los años, hasta que llamó La Sayo a la tercera, lo que “empieza a generar mucho vínculo con su imagen”.
Buccianti dijo que entonces comenzó “a hacer, a pensar, en función de reestructurarla a la Sayo y juntarle las partes, digamos”. A partir de ahí participó en una formación con la especialista en estudios latinoamericanos Tatiana Navallo, en la Universidad Nacional de Salta, sobre “lo limítrofe, lo que está siempre fuera sistema, los migrantes, y ahí hice un cortometraje también de ‘Las que lloran’ yendo a buscar el espíritu de la Sayo”.
“Y a partir de eso siempre sigo como con la columna vertebral puesta en su imagen. La última residencia fue en Tucumán y la finca donde fuimos se llamaba La Sayago. Son coincidencias que me empujan siempre a reconstruirla desde el arte. Y ahí profundizamos más, siempre estoy en vínculo con sus hijas pidiéndole autorización para todo”.
Arte comunitario
Buccianti destacó que como parte del proceso de trabajar con la imagen de Villarreal, “se empezó a armar como esta cosa comunitaria, que son experiencias que en el arte son medio muy irruptivas porque uno tira una idea pero la sostiene en otras personas y la van reconstruyendo otras personas, entonces es un proceso muy interesante, muy diferente y muy hermoso, un proceso más comunitario”, al que “se le llama colectivo de artistas, o acto comunitario o arte de comportamiento, tiene diversas miradas”.
Una práctica artística que ahora “está como un poco más de moda”, pero que “para nosotros este tipo de comportamiento es bastante natural en el Norte, de decirle a un amigo lo que se le está ocurriendo y que el amigo opine y que se construya algo más comunitario”.
La otra característica de su labor con la imagen de la Sayo tiene que ver con “incluir a todas las mujeres en la imagen de ella”. La artista venía trabajando en esta línea de “reconstruir la imagen de la mujer en las obras “Las que lloran”, “Un miedo”, “Jumper” y el colectivo Bien Criadas.
Buccianti está participando ahora del Salón Provincial Provincial de Artes Visuales, concurso para el que dibujó a Ana María en tres momentos, “un homenaje a ella en las tres edades”: “La Sayo joven, la Sayito, con los ideales, con su fortaleza y su empuje y su creatividad, y su calidez humana. La Sayo adulta ya enfrentando la complejidad de esa lucha o de esa situación en la que estaba”, “no poder ver mucho a sus hijas y saber que eso ya iba a ser así, resignándose. Y la Sayo muerta”. Para la artista, si ganara el primer premio, “sería paradójico, sería un gesto político también, que la Sayo pase a ser obra o imagen pública”.
El 2 de febrero de 1972 Villarreal fue detenida cuando viajaba en ómnibus a Salta. Estuvo en la cárcel de Villa Devoto en Buenos Aires y en la prisión en el buque Granaderos. En julio de ese mismo año fue trasladada al penal de Rawson.
El 15 de agosto de 1972 se fugó junto a otros integrantes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), el ERP y Montoneros , pero no pudo alcanzar el avión que los iba a trasladar a Chile, que solo llevó al primer grupo de evadidos.
Los 19 guerrilleros que quedaron en tierra se entregaron, fueron llevados a la Base Aeronaval Almirante Zar, donde en la madrugada del 22 de agosto fueron puestos en fila y ametrallados.
Su cuerpo fue restituido a Salta recién un año después y motivó una manifestación pública. Ese acto fue también el inicio del final de Rubén Fortuny, el civil jefe de Policía del gobierno de Miguel Ragone que había intentado terminar con las prácticas represivas.
La sede del PJ (en la calle Balcarce en la época) estaba tomada por miembros de la CGT Clasista que habían acordado con la familia de la Sayito velarla en ese lugar. El féretro fue portado alrededor de la plaza 9 de Julio y cuando pasaba frente a la Casa de Gobierno (entonces en Mitre 23), Fortuny tomó un asa y acompañó al cortejo. Su fotografía, que sectores de derecha hicieron llegar diligentemente a Buenos Aires, fue usada para presionar a Ragone con la cantinela de que había infiltrados marxistas en su gestión y pedir la renuncia del jefe de Policía.
Fortuny dejó su cargo el 22 de octubre de 1973. El 27 de noviembre de 1973 fue asesinado frente a la plaza 9 de Julio, por el ex oficial de policía y ex senador de la derecha justicialista Emilio Pavicevich, un conocido torturador.