Desde Barcelona
UNO Rodríguez no se acuerda de ese momento porque nunca ha podido olvidarlo. Así que no le hace falta hacer memoria. Ahí está Jesse Pinkman --el hombre que más veces ha dicho la palabra bitch en la historia de la televisión y de la humanidad-- huyendo a toda velocidad de la última de las muchas escenas del crimen en las que actuó a entre 2008 y 2013. En el episodio final de Breaking Bad, Jesse Pinkman acelerando a fondo con el rostro lleno de cicatrices y riendo y llorando y aullando como loco sabio mientras a sus espaldas queda el agonizante pero satisfecho Walter White. Justicia poética, claro: el maestro salva al aprendiz después de haberlo "educado" a lo largo de largas y sufridas temporadas. Pero la cosa no está tan clara: porque es posible que Pinkman sea la Criatura de ese Dr. Frankenstein que es White, sí; pero también es cierto que es Pinkman quien despierta al monstruo que White siempre llevó dentro dormido y a la espera de una descarga eléctrica que lo activase. De igual manera, imposible precisar quién ha vampirizado a quién: en esa dupla irreconciliable pero complementaria resulta imposible precisar dónde termina Drácula para que empiece Renfield y viceversa.
Y Rodríguez venía pensado en esto ya desde hace meses, cuando se supo lo El Camino. Y no deja de pensarlo ahora: cuando todavía faltan horas para el estreno en Netflix de esta "A Breaking Bad Movie" y sepamos qué fue entonces de Jesse Pinkman y sepamos para qué vuelve ahora.
DOS Y --vermut y pechugas fritas del Coronel Sanders a falta de las de Los Pollos Hermanos -- Rodríguez distrae el rato que falta con noticias surtidas del breaking cada vez peor español, recordando siempre a Jesse diciendo aquello de "¿Cuál es el sentido ser un fuera de la ley cuando se tienen responsabilidades?" Buena pregunta para la que la clase política española encontró la respuesta que Jesse jamás halló: Mucho sentido. O, mejor dicho, mucho sinsentido. Porque aquí vale todo y nada vale. Aunque la idea de la amoralidad ibérica poco y nada tenga que ver con crepuscular grandeza casi shakesperiana del dúo de singulares "cocineros" de droga azul y sí más con los blues esperpénticos de los personajes adolescentes adictos a gobernar bajo la fórmula que sea de The Politician. Lo que se dijo ayer se desdice hoy y se reafirma mañana y allá vamos. Y en más de una ocasión Rodríguez se dijo que todos estos y estas deberían someterse --antes de jurar y asumir funciones-- a aquel test de “aptitud criminal” que en su momento ofreció el site de Breaking Bad para que los fans averiguasen qué clase de buenísimo malo son. ¿Jesse o Walter como las dos caras del Yin y Yang? ¿El amoral abogado Saul Goodman? ¿El abuelo-asesino a sueldo Mike Ehrmantraut? (Rodríguez --ya se dijo-- respondió varias veces y con múltiples variantes a las muy graciosas preguntas modelo multiple-choice que allí se proponían. Y siempre le salió el traficante-cárnico chileno Gustavo “Gus” Spring.) Así, Rivera de Ciudadanos (acaso desesperado por la sangría de votos que le predicen) vuelve a cambiar y ahora no veta a Sánchez luego de vetarlo e impedir que se forme y conforme gobierno en las pasadas elecciones. Iglesias suena cada vez más parecido a un Kurtz cursi-progre en su apocalipsis ahora. Los delirantes de Vox aúllan a la luna diciendo cosas como que las legendarias fusiladas Trece Rosas eran en realidad violadoras y torturadoras. Pablo Casado (quien alguna vez quiso ser el feroz Aznar y así le fue y ahora prefiere ser el plácido Rajoy) está flanqueado por las extrañas nuevas mujeres del Partido Popular (Isabel Natividad Díaz Ayuso con ese aire de actriz de cine mudo narcotizada y Cayetana Álvarez de Toledo como una cruza entre Tom Petty y el mayordomo de The Rocky Horror Picture Show) quienes no paran de predecir quemas de iglesias y tormentas variadas y maldiciones bíblicas si, como si se tratase de esos barriles llenos de dólares, se desentierra el cadáver del Generalísimo abriendo "cicatrices" por culpa de esa tontería de la Ley de Memoria Histórica. Mientras tanto, en Catalunya, ya sopla el desobediente y civil llamado Tsunami Democràtic cuyo principal objetivo --alentado por el Govern y como protesta ante el veredicto a los políticos-presos-políticos del Procés-- será el de cerrar calles y caminos hasta que el ir a comprar el pan a la esquina se convierta en odisea mal escrita. La de todos ellos es la serie poco seria y la más interminable de las historias (de las historietas). Y Rodríguez recuerda ahora la paz y alivio que sintió al emitirse la conclusión de Breaking Bad. Por fin --como en los viejos tiempos-- un final finalizado. Un adiós con El Heisenberg de espaldas y el "Baby Blue" de Badfinger cantando aquello de "Guess I got what I deserved...". Nada de eso de Los Soprano o de Lost para citar tan solo ambas polaridades del espectro --la inteligente y la idiota-- de dejar las cosas en el aire. Lo que desde entonces (y ahora revitalizado por la inminencia de volver a El Camino) no ha impedido, claro, que mucha gente con mucho tiempo libre --y ya adictos a la inconclusión de los tiempos que más que correr se arrastran a la velocidad del tweet sin destino-- propusiera y proponga variables para que Walter White siga vivo. Que el final fue un sueño o efecto de la medicación o que "de acuerdo, estaba ahí tirado en el piso; pero nadie nos ha mostrado certificado de defunción y tal vez lo salvaron a último momento y ahora Jesse irá en su busca y lo rescatará y ambos volverán a hacer de las suyas antes de que llegue el invierno que nunca llega del todo a Albuquerque y...". Otros sólo desean que Jesse se acerque a esa casa con pizza en el techo y dispare a quemarropa sobre la tan odiada Skyler White (y, sí, digámoslo y salgamos corriendo: Breaking Bad posiblemente haya sido la serie con mayor densidad de personajes femeninos desagradables en la historia reciente y no tanto del medio). Pero a no anticiparse porque aquí viene de nuevo Jesse: a pocas horas y seis años después (¡ya pasaron seis años!) de su fuga. Pero sus constantes --Vince Gilligan volvió a NO defraudar, aunque no añada demasiado a lo que ya sabíamos-- se mantienen con subtexto de western. Se es Jesee o se era Walter. Y así se decide cuán malo se quiere ser, sabiendo que en el fondo siempre se es malo y que todo depende de sacar o no a flote ese esqueleto en ese armario hundido. Si hay suerte --dentro de lo que ahí cabe, y cabe mucho-- no se es el Joker (y, de paso, Joaquin Phoenix ya había estado muy cerca de él y de allí, hace apenas dos años, viviendo con mamá y traumatizado y despachando a diestra y siniestra en You Were Never Really Here). Y si hay más suerte aún no se es víctima de Jesee o de Walter.
Ahora, es viernes a la noche. Ahora, una de las últimas moscas del calor ha entrado por la ventana. Y Rodríguez se pregunta si tendrá sentido el pasar la próxima hora persiguiéndola --como a tantas otras cosas que ha perseguido a lo largo de su vida-- en vano, pensando en Alaska.