“En la Argentina que viene será fundamental la construcción de un diálogo entre los jóvenes y los viejos”, dice Diego Tatián, doctor en Filosofía y docente de la Universidad Nacional de Córdoba. “Maquiavelo instaba a los jóvenes a desconfiar de los viejos porque, decía, la experiencia de los viejos muchas veces reprime la experimentación. Pero el diálogo puede ser diferente -agrega-: no de desaliento sino de impulso para reemprender, una y otra vez, la obra de la igualdad libre entre los seres humanos. Me interesa mucho el vínculo que hay entre experiencia y experimentación. Pensar qué hacemos con el pasado, qué hace el pasado con nosotros, resulta fundamental para concebir un proyecto emancipatorio.” En diálogo con PáginaI12, Tatián analiza los cuatro años del gobierno de Cambiemos y la campaña electoral, pero fundamentalmente reflexiona sobre cómo emprender la reconstrucción del campo popular para disputarle el futuro al neoliberalismo.
- Más allá de la derrota del macrismo en las PASO: ¿cuánta vigencia cree que tiene lo que usted llama la “nueva forma de dominación ideológica” que llevó al macrismo al poder?
- Lo que llevó al macrismo al poder y encuentra sus condiciones de reproducción por un trabajo de dominación ideológica, es la producción de un tipo de subjetividad que suele denominarse “neoliberal”. Una subjetividad que resulta de una fuerte embestida en la sensibilidad y la imaginación de las personas, orientada a la destrucción de la autonomía. El trabajo realizado por los medios de comunicación más clásicos forma parte de ello, pero sobre todo la incidencia de antropotécnicas más sofisticadas que inducen corrientes de opinión, representaciones, sensibilidades y pasiones muy específicas. Será necesaria una muy intensa tarea de reparación cultural y social sobre el daño en las subjetividades que produjo el gobierno de Cambiemos. Ese trabajo deberá comenzar por cuestiones inmediatamente materiales, pero también va a requerir un debate intelectual y cultural muy amplio, novedoso y autoexigente, porque el desquicio producido no es solo económico y material, sino que ha desencadenado un conjunto de patologías sociales que afectaron los vínculos, la autoestima de millones de personas, los cuerpos y la subjetividad.
- Hace más de una década usted advertía sobre la necesidad de construir una izquierda afirmativa , “capaz de disputarle a la derecha el mundo por venir”, ¿en qué situación considera que se encuentra eso hoy?
- No solamente en Argentina sino también en muchos países que fueron objeto de experiencias de terror ejercido desde el Estado, se produjo un giro desde una cultura de la revolución a una cultura de la memoria. En lugar de considerar el pasado como una reserva revolucionaria para construir una sociedad más igualitaria y disputar el porvenir, la izquierda quedó sumida en un duelo y una demanda de justicia. Durante las experiencias populares latinoamericanas anteriores al reflujo neoconservador -tal vez por lograr que esa demanda prosperase, como en el caso de Argentina-, hubo una recomposición afirmativa de la izquierda (en sentido amplio, incluyendo a los gobiernos populares de los que hablamos) que le permitió salir de la captura en el pasado. La memoria orienta las batallas sociales por el presente y por el futuro. La actual disputa político-cultural no puede prescindir de la memoria. Lo que Silvia Schwarzböck llama “vida de derecha” (exactamente lo que Nicolás Casullo describía una década antes, en Las cuestiones) parece imponerse, aunque no sin resistencia de la imaginación crítica y militancias contra la dominación total de las finanzas. El neoliberalismo naturaliza una vida donde las personas se acomodan a lo que hay y solo buscan optimizar su posición individual en una competencia sin límites. A eso se llama “un país normal”. Normal sería un país que acepta las normas que imponen los centros financieros centrales. Y que abjura de proyectos colectivos subalternos capaces de movilizar otras tramas afectivas, de impulsar una dimensión afectiva democrática alternativa a la que inocula el neoliberalismo. Las solas ideas son ineficaces para sostener una sociedad democrática, es decir igualitaria, libre y fraterna. Es absolutamente necesario generar una afectividad que permita revertir el imperio de pasiones tristes que se alojan en el odio a la igualdad.
- ¿Qué rol considera que deberá tener la juventud en la construcción de esa nueva trama afectiva y en la de un proyecto emancipador?
- Durante los gobiernos kirchneristas hubo una restauración de la política por parte de una gran parte de la juventud. Una recuperación de la tradición militante en un sentido histórico/colectivo, que repuso la pregunta por el futuro. A eso se le contrapuso luego una idea meritocrática en la que se interpela a los jóvenes solamente como consumidores y empresarios de sí mismos. Pero la marca social que se produjo durante el kirchnerismo no es fácilmente borrable, tiene una temporalidad compleja. Los jóvenes actuales, que fueron niños durante los gobiernos kirchneristas, movilizan todo tipo de interrogantes por el mundo, por los otros, por las generaciones pasadas y por el porvenir. Todo ello puede ser el abono para la construcción de una manera más interesante y más justa de estar juntos. Van a ser fundamentales no solo las nuevas preguntas que pueda generar la juventud respecto del porvenir, sino también la interlocución y el diálogo con las generaciones anteriores. Ese diálogo resulta imprescindible para que la experiencia aliente la experimentación en vez de inhibirla. La transmisión de las generaciones que han tenido la voluntad de cambiar el mundo, la mirada sobre el presente de voluntades que antes fracasaron, pueden ser recibidas como un tesoro por quienes llegan después y no aceptan la inexorabilidad de la injusticia. No para repetir experiencias sino precisamente para no hacerlo, y así honrar lo que nunca debiera abandonarse en la historia: el anhelo de justicia. Esto fue lo que dijo recientemente Horacio González, y levantó tanto griterío escandalizado.
- ¿Cree que antes de saber el resultado de las PASO hubo una especie de fascinación por la eficacia de las nuevas técnicas de marketing político que no dejó ver que estaba pasando otra cosa? ¿Estaba pasando otra cosa o en cierto punto el FdT ganó porque se aggiornó a esas nuevas técnicas?
- Indudablemente hay una eficacia de esas técnicas fuertemente despolitizadoras, orientadas a anular la autonomía, la interrogación y la crítica. Sin embargo, durante esta campaña electoral hubo algo que en cierto modo relativiza esa eficacia y la confronta. Una candidata a vicepresidenta hace campaña con un libro de 600 páginas. No con mensajes analfabetos elaborados por empresas contratadas para inundar los celulares con consignas efectistas. Esa candidata, en cambio, propone discutir ideas en lugares abiertos. Es cierto que el FdT incorporó estrategias de marketing, que seguramente no pueden ser desdeñadas en una contienda electoral. El problema es cuando la política se reduce solo a eso.
-¿Cree que en el último tiempo la derecha logró establecer los términos de la discusión? ¿Hay un triunfo de la derecha en el orden del discurso?
- El trabajo político será fundamental para evitar que el lenguaje con el que una sociedad se piensa quede reducido al binarismo y la pobreza conceptual que proponen los medios de comunicación. Frente a ello, producir una discusión pública más intensa, que movilice no solamente la lengua de la política, sino también la literatura, la música, los lenguajes populares. Una política que se conciba como parte de la cultura y logre desplazar el límite de lo pensable y de lo posible. Política como resistencia a la reducción neoliberal que concibe los problemas humanos como puramente técnicos, objeto de lenguajes especializados. Los conflictos de las sociedades son políticos y las instituciones deberán manifestarlos y expresarlos en vez de reprimirlos. Las sociedades están divididas. Lejos de ser un mal, la división es la fuente que permite producir nuevas libertades e igualdades. No se trata de reprimir los conflictos, o negarlos, sino hacer algo con ellos, conferirles una forma política, inventar una institucionalidad que los exprese. No es posible, ni deseable, una “solución final” de los conflictos.
- En un texto reciente destacó la importancia de la fraternidad para la construcción política. ¿Cómo analiza el proceso de unidad del peronismo y la incorporación de diferentes sectores en el FdT?
- La tradición revolucionaria resguarda tres palabras clásicas, ninguna de las cuales puede ser suprimida sin afectar las otras: libertad, igualdad y fraternidad. Fraternidad es la que ha tenido menos desarrollo teórico; sin embargo es un concepto fundamental porque alude a una dimensión afectiva de las sociedades y de la democracia. Sin ella las ideas de libertad e igualdad pueden ser ineficaces. La reconstrucción de un campo popular que albergue al peronismo, al radicalismo que no se malversó en una claudicación ante los poderosos, a las distintas vertientes del pensamiento libertario, a las izquierdas, el socialismo… va a ser necesaria para reconfigurar un mundo más habitable. Sería interesante lograr una unidad no reducida al espanto por lo que debemos dejar atrás. Por supuesto, el desquicio que produjo el macrismo -indudablemente el peor gobierno de origen electoral en la historia argentina- es un motivo de unidad. Pero deberá explorarse la posibilidad de un núcleo común afirmativo que permita, en la diferencia, comenzar la reconstucción de lo destruido y la reparación de tanto daño. El macrismo promovió lo peor de los seres humanos. No se trató solamente de una destrucción económica y social, sino que puso en el centro el odio hacia el otro, el rechazo de todo lo que no confirma lo existente. Sin embargo, existe una reserva democrática importante en la sociedad argentina desde la que comenzar el trabajo de recomposición.
- En diferentes ocasiones criticó un modo de proceder de los intelectuales que usted llama “neoliberalismo académico”. ¿Cuál es el rol de los intelectuales en la política?
- La universidad no es indemne a la captura por una lógica neoliberal que, en vez de estimular un trabajo sobre las palabras y las ideas para descifrar el mundo, conocerlo, cuidarlo, transformarlo y volverlo más habitable, alienta una “producción de resultados” que posiciona a docentes e investigadores -e incluso estudiantes- de una manera más aventajada respecto de sus colegas. Una internalización del léxico de la empresa y, en el límite, la conversión misma de la universidad en empresa. La resistencia a esta malversación de la universidad en mi opinión deberá orientarse a una recuperación de la crítica, a un reencanto de esa alegría de la transmisión que llamamos docencia y al placer de poner en marcha, una y otra vez, la pregunta por el sentido de las cosas.
Entrevista: Melisa Molina.