Fue como poner una cuña en la rueda de la historia y hacerla girar en otro sentido, ya no guiada por la inercia de lo que venía siendo sino empujada por la potencia de quienes somos y cómo queremos ser nombrades. Así, con esa e disonante que les adolescentes pronuncian tan bien en todas sus conversaciones, sin equivocarse ni forzar su lenguaje porque así es cómo se nombran, como se reconocen en la heterogeneidad de sus cuerpos, sus deseos, las historias que les preceden.
“El Encuentro ya no es más nacional y de mujeres, el Encuentro es plurinacional, de mujeres, lesbianas, travestis, trans, bisexuales y no binaries; me emociona porque habla de mi identidad, porque me nombra”, dice Zulema Enríquez, quechua, periodista y docente y la voz se le quiebra porque en esa identidad hay una historia de violencia silenciada, clausurada en su relato por otros nombres. “Campaña del desierto”, por ejemplo, como todavía se acuerda en nombrar el genocidio indígena en un territorio que no estaba desierto sino que se desalojó a sangre y fuego del Ejército Argentino. “Todes y fútbol”, se escribió en un pizarrón para renombrar desde el inicio uno de los más de cien talleres que sesionaron el fin de semana pasado en territorio querandí, en la ciudad de La Plata y el aplauso fue cerrado. ¿Por qué aceptar la designación tradicional de “mujer y...” si ahí habitaba un plural de cuerpos e identidades que se rebelan al orden machista y que justamente por eso estaban ahí debatiendo? Esas rebeliones persistentes, esa tenacidad para ensanchar el corsé de lo posible, esa insistencia por habitar el deseo en el cuerpo y con el cuerpo fueron la cuña y la historia cambió. Esa práctica de encontrarse cada año desde hace tres décadas ahora tiene otro nombre y ese acto de soberanía es tan poderoso que sus resonancias se van a extender mucho más allá del Encuentro mismo. Así como reverbera la lucha feminista, infiltrándose en el lenguaje, en las prácticas, en las formas de amar y también de entender el poder, la deuda compulsiva a que estamos sometides, los cuerpos de la pobreza, los círculos de cuidado que hacen a una familia, el deporte, la fiesta, las identidades y un largo etcétera que también se sigue reescribiendo.
La transformación del nombre del Encuentro es un proceso que tomó fuerza en los últimos tres años y que ahora tensionó hasta los golpes a las fuerzas conservadoras que, hegemónicas dentro de la Comisión Organizadora, se negaban al cambio ¿con qué argumentos? Ninguno de peso, ninguno que pudieran enunciar salvo cuestiones de forma que ya se saben que nunca son de forma. El video que muestra cómo tuvo que acceder al escenario del acto de cierre la activista trans Claudia Vázquez Haro lo deja claro: la golpean para que no pueda atravesar la valla, para que no llegue al micrófono y se pueda tomar la decisión colectiva como se hace en los Encuentros, por aclamación. Zulema Enríquez, quien defendió la posición de las 36 naciones pre existentes al Estado Argentino, también llegó al escenario a la fuerza, con la presión de miles que insistieron sobre las vallas. No todo es fiesta en la lucha feminista -aunque la fiesta es un poder que nos sigue habitando- y narrarlo es dar cuenta de tensiones que están en el tejido social y que también se intentan silenciar.
La lucha por el aborto legal que el año pasado llenó las plazas, las calles y el palacio legislativo también tensionó este Encuentro que es el más grande no sólo en su historia sino en la historia de los encuentros feministas del mundo. Es una demanda que se organizó dentro de los encuentros y sin embargo no se garantizó que se realicen actividades de la Campaña por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito que tampoco estaban en la grilla oficial. La tensión queda clara: o el encuentro es de mujeres o el encuentro es feminista y reclama la autonomía de los cuerpos, de todes. O el encuentro es nacional o reconoce la opresión de las naciones originarias. La tensión es política y también está en el centro de los modelos productivos o más bien, extractivistas. Lo están denunciando ahora mismo las mujeres indígenas que están tomando el Ministerio de Interior para hacer visibles las violencias que sufren por defender sus territorios.
Pero el nombre se cambió y ahora nos nombra. Y la voz quebrada de Zulema Enríquez es también el llanto emocionado de quienes se abrazaban después de haber gritado por encima de un sonido que pretendía imponer música sobre las demandas. Nos estábamos reconociendo en nuestros cuerpos, nuestras historias y en las formas de vida que estamos ensayando. Se escuchaban las voces de les adolescentes, se hicieron oír las voces de las travas y les trans, de las lesbianas que no se consideran mujeres porque en esa denominación reconocen un manual de instrucciones que se imprime en el cuerpo y que indica sumisión, división sexual del trabajo, heterosexualidad obligatoria.
Del estadio donde se cerró el Encuentro, el último nacional y de mujeres, las columnas se fueron cantando, como ensanchadas por lo que acaba de pasar, por haber hecho de nuestro mundo un territorio más habitable para todas las existencias. Lo que sigue ahora es profundizar un proceso de descolonización. El lenguaje, las imágenes, la historia colectiva, todo eso tiene que reescribirse, reinventarse, quitarse de encima el racismo que atenta contra nosotres mismxs. Es una tarea ardua, pero también parecía una tarea imposible que las violencias machistas fueran visibilizadas y conjuradas. Y sin embargo hay consensos nuevos sobre esas violencias, se desnaturalizaron al punto de que ya les niñes no quieren más los juguetes rosas y los celestes. Aunque el mercado, los fundamentalismos religiosos y las derechas quieran volver a pintarnos con los colores normativos; estamos de pie en cada territorio y las luchas por la vida que queremos vivir no se detiene.
“El feminismo no es más blanco y europeizante, los feminismos son villeros, indígenas, comunitarios, trans y travestis, son afro, son del pueblo”, dijo Zulema Enríquez desde el escenario. Y eso lo construimos juntes, es parte de haber saltado las vallas que ayer pretendieron frenar la historia como antes saltamos las vallas que confinaban nuestras luchas a la marginalidad de un gheto de entendidas y al silenciamiento mediático de la práctica popular de los feminismos que vienen creciendo en cada Encuentro. Ahora estos Encuentros no pueden ignorarse, aunque no siempre son narrados en la clave en la que se viven: una clave que es revuelta constante, que es revolución porque nos transforma y que ahora insiste en hacerse más profunda cumpliendo con este acto poderoso que es nombrar y que nos reconozcamos en esos nombres. Desde ahora el Encuentro somos todas y somos todes.