Coincidencia horaria y contrapunto extremo: aún transcurría la marcha del Encuentro (ya) plurinacional de mujeres, lesbianas, travestis, trans y no binaries
en La Plata, cuando comenzaba el debate entre candidatos
a presidentes. Contrapunto, decía, entre modos de dirimir problemas, expresar querellas, gritar disidencias, que se establecen en el laboratorio feminista, por un lado, y por otro, la regulación mediática y onegeísta de la palabra política. También entre esos cuerpos de varones candidatos y centenares de miles de cuerpos que hacen belleza en la heterogeneidad, que no buscan asimilación a un patrón y reniegan de toda norma. Mucho glitter por las calles y maquillaje profesional en el set. Pero no son escenas ajenas.
Un bar para escapar del frío y la sed. Atestado de muchachas y doñas de pañuelo verde. Dos pantallas y un mismo debate. Cuando aparece el candidato del Frente de todxs en pantalla desde una mesa piden silencio, para poder escucharlo. La escena se repite cada vez que habla. Hay aplausos ante alguna frase. Se brinda de pie en todas las mesas por el esperado triunfo del 27. Todos los candidatos hablan sobre el fondo de la revolución feminista. Para combatirla desde el más tenaz conservadurismo, para homenajearlo con el símbolo que engalana el brazo, para reducirla a legitimación punitiva, para traducirla en políticas públicas. El candidato por el cual brindamos anoche, con el vino que llegaba para templar cuerpos felices y exhaustos, habla de crear un ministerio de la mujer, la igualdad y la diversidad. En el bar no se festejó mucho, más se aplaudió el reconocimiento de que la legalización del aborto es urgente. ¿Por qué esa idea de ministerio trae más inquietudes que certezas? Temor que se charla entre las mesas: ¿no será el ministerio un modo de acotar, una traducción parcial, una especie de victoria que tramita una derrota: la de preservar nuestra separación respecto de muchas otras cuestiones?
Tantos varones en las pantallas y en las comitivas preocupan. Un ministerio no puede desplazar la pregunta por los ministerios. Por lo menos, dos cuestiones. Una, el reclamo de un gabinete paritario que presentaron hace unos días una serie de referentes feministas vinculadas al Frente de todxs y que hoy aparece como un piso mínimo de demandas, porque si ser mujer no garantiza una posición feminista, la paridad es imprescindible para combatir la desigualdad en uno de sus planos más evidentes. Otra, la cuestión de que todas las políticas públicas deben tener perspectiva de género. ¿O imaginamos que la economía puede ser pensada, cabalmente, sin esa perspectiva? ¿O que un ministerio de salud recreado no deba contemplar la mirada feminista entre sus cuestiones? ¿Y la educación o la seguridad no implican comprensión de las diferencias?
No se trata de imperialismo, si no de tratar de enunciar hasta qué punto los problemas que pone en juego la rebelión masiva no pueden acotarse a un ministerio. Si hay un ministerio eso no debería ser obstáculo para el derrrame y la transformación profunda de todas las políticas públicas, porque esas políticas suponen una idea de ciudadanía y un tipo de sujeto político al que se dirigen. Los feminismos modificaron idea y realidad: a esa modificación se le puede dar la espalda, pero ocurre como con las olas, es mejor esperarlas de frente para no ser arrastradxs.
El presidente saliente intentó acotar las demandas a la cuestión de la violencia de género y a las lógicas de denuncia; quien problablemente será el futuro presidente amplió de modo bien interesante esa comprensión, incluyendo aborto y desigualdad social. Mencionó índices de desempleo diferenciales y la necesidad de aceptar que todxs somos diferentes.
En el debate se confrontaron, entre otros temas, distintas apuestas respecto de cómo se articulan las políticas públicas con las calles, sus demandas, sus programas. Del diálogo entre un sistema político que arrastra conservadurismos (y ese formato de debate extrema la regulación de la palabra) y un movimiento social con una insomne apertura a la elaboración crítica de nuevas formas de vida. Se trata de una oportunidad única. El nuevo gobierno se encontrará con las arcas vacías, con la industria destruida y millones de personas sumidas en la pobreza -es decir, con los más dramáticos índices del reino de la escacez-, pero también con la fuerza creativa y lúcida de los feminismos callejeros.