Cuando algunos seres vivos dejan de alimentarse durante un tiempo se activa la autofagia. ¿Qué implica eso? Al interior de las células se forman vesículas que capturan poco a poco a los citoplasmas, se fusionan con lisosomas --que poseen enzimas-- y desatan la degradación. Se trata de un proceso de autodigestión de las células, un mecanismo destructivo que, sin embargo, les permite sobrevivir ante situaciones adversas. “Sucede en la mayoría de las células eucariotas que se encuentran metabólicamente activas y se exacerba cuando son sometidas a distintas condiciones de estrés, como puede ser el ayuno”, señala Ayelén Valko, becaria posdoctoral del Conicet en el Instituto Leloir e ilustradora científica. Esta expresión de la maquinaria celular aparenta ser compleja pero es bien sencilla de comprender: como la célula no tiene alimento se comienza a digerir a sí misma con el propósito de obtener energía y lograr sobrevivir. El problema sobreviene, claro, cuando esta situación de restricción nutricional se prolonga en el tiempo y la célula, desprovista de energía, se muere. “Su estudio puede ser fundamental porque cuando la autofagia está alterada es posible asociarla a diversas enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer y Parkinson, así como también con diversas variantes de cáncer”, plantea.

La temática era relativamente desconocida en el espacio público hasta 2016, cuando adquirió una repentina visibilidad internacional. El investigador japonés Yoshinori Ohsumi, después de casi tres décadas de dedicación, ganaba el Nobel de Medicina; gracias a sus trabajos conseguía desentrañar por primera vez los mecanismos genéticos que la regulaban. Motivada por el logro internacional, Valko realizó sus estudios de doctorado y describió cómo la autofagia se advertía en larvas de moscas (Drosophila), a tan solo cuatro horas de iniciado el ayuno. Tiene sentido explorar sus células y no las de cualquier individuo porque el 75% de los genes asociados a enfermedades humanas tiene su contraparte en el genoma de este insecto. Las “moscas de la fruta” se constituyen así en auténticos modelos de investigación.

En este marco, además de llevar adelante sus tareas de laboratorio, esta científica decidió ir por más y retratar lo que veía a través del microscopio. Pintó células eucariotas de moscas, observadas a partir de microscopía confocal (por eso, uno de los cuadros tiene mucho color) y electrónica (por esto, el otro se halla en escala de grises). No obstante, nada es casual: Valko pinta y dibuja desde que es pequeña. Durante su juventud tomó cursos en la Universidad Nacional de las Artes (UNA) y, más tarde, se especializó en ilustración científica y naturalista en el Laboratorio de Ilustración Científica y Arte Naturalista (LICyAN) “Ernest Haeckel” y Adumbratio (ambos en La Plata). “Era tan maravilloso lo que veía a través de los microscopios que se me ocurrió que el arte podría ser un buen medio para poder compartir ciencia. Son imágenes que, habitualmente, no son accesibles a todo el mundo sino confinadas al área restringida de la comunidad”, narra. Esta artista y científica pretendía que todo lo que observaba pudiera ser disfrutado por el gran público; así fue como un día accedió a pintar ese universo intracelular, tan misterioso como apasionante.

“No son meras copias de fotografías sino que están inspiradas en la esencia de un proceso biológico”, advierte. Un acontecimiento que sucede todo el tiempo, que por supuesto no vemos y que ni siquiera sabemos que sucede. “Atrapé lo que sucedía en un lienzo de un modo atractivo visualmente. El propósito es transmitir eso que sentí la primera vez que vi una imagen a través del microscopio, capturar la dinámica celular pero sin perder la rigurosidad científica. Hay cosas que no estaba dispuesta a falsear en pos del arte. Por caso, debía respetar las características generales de las vesículas”, destaca. El desafío que tomó Valko es común a todos aquellos que se embarcan en la aventura de comunicar ciencia por otros medios, esto es, conservar la rigurosidad y las precisiones que la actividad científica demanda pero hacer el intento por captar el interés de una mayor porción de la sociedad. En efecto, algunas licencias son apropiadas mientras que otras son descartadas en la medida en que podrían contaminar el objetivo fundamental de la acción: ni más ni menos que la ciencia se entienda.

“Mi propósito era mostrar lo que ocurría adentro de una célula. Quise retratarlo porque filosóficamente ya es impresionante. Es un fenómeno de degradación que al mismo tiempo es necesario para la supervivencia”, comenta. Encarna, por tanto, la belleza de una contradicción dialéctica; de la misma manera que sucede con ese amor que hace mal y al que no se puede renunciar, la autodigestión le permite a la célula seguir con vida, aunque sea de manera momentánea.

¿Cómo se produce el instante de la “acción artística”? Antes de intervenir el lienzo las ideas se despliegan en bocetos de papel. Valko realiza estudios de composición que buscan chequear la armonía de lo que hasta ese momento solo se atesora en su mente. Luego viene el descanso; la idea es amasada hasta convencerse de que aquello que intentará comunicar, efectivamente, podrá funcionar. Dibuja algunos trazos con lápiz sobre la tela y cuando finalmente se abalanza a pintar, con música de fondo, llega el tiempo de la acción. Ahí, justo ahí, los estados de ánimo toman las riendas; pero, cuidado, porque no todo es eclosión. En definitiva, para comprender el cóctel de sensaciones, primero, hay que hurgar en los orígenes.

La amalgama entre arte y ciencia no es nueva, por el contrario, la ilustración científica y naturalista arrastra siglos de historia. “En la científica, habitualmente, se trata de representar especímenes de forma objetiva, se los idealiza y se los muestra siguiendo reglas rigurosas para ser comprendidas por la comunidad de expertos. Por su parte, en el caso de la naturalista, se realiza una representación similar pero se respeta el medioambiente y el contexto que hace de escenario. Esta última tradición favorece la emergencia de un mayor grado de libertades artísticas”, explica.

Tradicionalmente se pintan organismos enteros; fue por eso que causó tanta sorpresa la novedad de exhibir a las células en toda su intimidad. La originalidad le valió a Valko importantes reconocimientos y exposiciones en galerías de arte domésticas. “Todavía, en muchos ámbitos, la percepción social indica que el científico es frío y racionalista, y quita la belleza a los especímenes que manipula. Sin embargo, conocer el mundo de una manera más detallada siempre suma mayores dosis de atractivo”, apunta.

Valko publicó de manera reciente un paper en Autophagy Journal. La oportunidad surgió en 2017 cuando asistió a un congreso de especialistas en el tema y conoció a Daniel Klionsky, referente de la Universidad de Michigan y editor en jefe de la revista. “En su conferencia inaugural abrió su discurso e hizo hincapié en la importancia de vincular arte y ciencia, así que quedé tan impactada que tomé valor, me acerqué y le mostré mis trabajos. Le gustaron tanto las pinturas que me estimuló a escribir un artículo. Así es como hago siempre: pinto lo que pienso y pienso lo que pinto”.

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