Dos cafecitos, en vasos muy chiquitos, en su escritorio al lado mío. Ni uno ni tres, Marcelo Zlotogwiazda pedía dos a la vez. No quería uno en vaso mediano. Quería dos y en vasos chiquitos. El mozo del Bar 602 de la esquina de Belgrano y Perú o el de la otra esquina, Belgrano y Chacabuco, sabía que tenía que llevarle esos dos. El cigarrillo sobre el borde de la mesa acompañaba el teclear en las viejas máquinas de escribir Remington en la vieja redacción de Página/12.
Obsesión o capricho, qué importa, era una de sus formas de mostrar, o a mí me parece, que para él el método era una regla básica de cómo trabajar. Cómo sumergirse en el apasionante mundo de escribir en el periodismo. Cómo transitar hacia lo mejor que se podía hacer para informar una noticia o investigar algún tema que lo apasionaba. La disciplina en el trabajo era su sello en la redacción.
Otras imágenes de esos años son borrosas. Pasan los años; no la esencia de esos momentos de formación. Lo leía en la revista El Periodista (Ediciones de la Urraca). Coleccionaba esa revista. Tenía todos los números. Por esos inexplicables laberintos del azar, coincidencias y deseo pasé a trabajar con uno de los periodistas que leía y admiraba; y lo hacía sentado al lado de él. Fui un afortunado. De la mano de Horacio Verbitsky ingresé al apasionado mundo del periodismo, y continué en esos primeros años al lado de Zloto, quien era uno de mis referentes del periodismo económico.
Fue guía sin proponerse ni pretender serlo. A su estilo, que no era de dar sermones, sino el de mostrar cómo se debe trabajar, me orientaba a entender con mirada de periodista las principales cuestiones económicas. Tenía una producción extraordinaria, con rigor profesional, mostraba cuál era el sendero a transitar.
Fue el encargado de organizar el suplemento económico del diario, Cash. Ya me estaba ocupando de los temas financieros en la sección de Economía, acreditado en la Bolsa de Comercio, cuando en los primeros años del diario no se escribía ni una línea de la evolución de las acciones y títulos públicos. Me pidió ideas para el nuevo proyecto (tengo guardado el texto que le entregué; si es por obsesivo, jugábamos en el mismo territorio). Así surgió la sección "El Buen Inversor" como panorama financiero semanal; "Me juego" una breve entrevista a un financista de la city para que presente sus pronósticos; y una serie de cuadros estadísticos de evolución semanal, mensual y anual de los principales activos financieros y bursátiles.
No era fácil estar en una redacción con tantas firmas y él me cobijó, pero no con esa idea paternal de cuidado, sino para acompañarlo en la construcción de una sección y un suplemento que se diferencie del resto. Que tenga una agenda propia, que los mismos temas que todos traten sean abordados con una mirada diferente a la convencional. Que rompan con el molde. Es lo que seguimos haciendo. Hacer algo muy sencillo: si escribimos del sistema impositivo –y era una de sus grandes obsesiones temáticas- que sea para mostrar que el que regía en Argentina era inequitativo y regresivo.
"La mafia del oro" y "Citibank vs. Argentina", e ste último en coautoría con Luis Balaguer, son los libros que exhiben su capacidad de trabajo, rigurosidad, pasión por la investigación periodística. Se aprende también por ósmosis. Había que estar cerca de él. Fue una influencia iniciática, exigente, fascinante, para ser protagonista en esta maravillosa profesión.
El viernes pasado le mencioné que su artículo publicado en Infobae donde propuso que se debiera cobrar más impuestos al patrimonio de los sectores de más altos ingresos fue rescatado inicialmente por el candidato Alberto Fernández. Le adelanté también que el plan de 100 días del PJ presentado a AF –que publiqué el domingo- incluyó un impuesto extraordinario, con alícuota creciente del 2 al 15 por ciento, a los capitales blanqueados en el macrismo. Por teléfono, él estaba en Comodoro Rivadavia para dar una charla, con su voz esforzada pero con una energía asombrosa, pude ver su sonrisa satisfecha. Ahora habrá que ver si, cuando sea gobierno, Fernández aplica ese impuesto, pero él ya cumplió la misión.
Compartimos horas y horas de hablar, de escribir y polemizar acerca de cuestiones económicas, políticas y de periodismo; no de periodistas. Pero no todo era sólo trabajo. También era básquet, pero no cualquier básquet, tenía que ser el mejor, y el mejor es el de la NBA. De tanto hablar sobre ese mundo, y siendo Adrián Paenza otro que trajo la pasión por la NBA al país, quedé atrapado en ese aro con red. También era fútbol, y pese a ser hincha de Boca, me hablaba con más entusiasmo de Almagro. También era familia, asados y salidas a restaurantes no tradicionales.
Compañero de trabajo en este fascinante universo del periodismo en una redacción fue creciendo hasta una amistad que nos excedió a nosotros dos, y se amplió a nuestras familias. Sus tres amores, o como él las definió "mis muñecas" (Estela, Iara e Ivana), se entrecruzaban con los míos. Compartimos un momento vital de nuestras vidas. Se fue de Página hace muchos años, y yo me quedé todos los años. Esos caminos profesionales y de vida se bifurcaron, pero no el afecto, el respeto y la admiración a quien fue uno de mis maestros.
Habíamos quedado en vernos esta semana. Cada vez que nos encontrábamos nos abrazábamos fuerte y nos preguntábamos por nuestras familias. Tenía ganas de decirte que fuiste muy importante en una etapa de mi vida, personal y profesional, y que te quería. Sé que ya lo sabías. Pero quería decírtelo. Marcelo, a la tardecita, en la redacción, te pido dos cafecitos en vasos muy chiquitos.