La obra de Olga Tokarczuk, flamante premio Nobel de Literatura
Memoria, emancipación, deseo
Su nombre se disparó al mundo tras el galardón de la academia sueca, después del escándalo que el año pasado desataron las denuncias contra Jean-Claude Arnault, acusado de violencia sexual y psicológica por 18 mujeres. De origen polaco, Tokarczuk, quién también es poeta, ensayista y militante ecológica, expone con crudeza los horrores no narrados de su pueblo, las persecuciones a migrantes y heroínas anónimas y la búsqueda de la propia identidad.
Cada
año, desde 1901, la Academia sueca cumple con una voluntad expresada
en su testamento por el químico Alfred Nobel: el galardón que lleva
su nombre deberá recompensar “una obra literaria que haya
demostrado un poderoso ideal”. Según cómo se lea, la noción de
ideal en literatura se presta a diversas interpretaciones. Si se opta
por la acepción de una unión simbólica entre creación y ética,
ésta ha sufrido algunos vaivenes a lo largo de la historia. En
varias ocasiones la congregación de ilustres árbitros ha tenido que
hacer equilibrios para arreglárselas con su conciencia. Por citar
los más sintomáticos desde un punto de vista europeo, durante los
años treinta ningunx escritorx austríacx o alemanx que no fuera del
gusto de Hitler recibió el premio, por otra parte suspendido de 1940
a 1943 a petición del neutral gobierno sueco en la segunda Guerra
Mundial. Una
extraña atmósfera con resabios de violencia sexual-patriarcal y de
revisionismo se cierne este año sobre la entrega honorífica,
generando una nueva situación insólita respecto del “poderoso
ideal”: no se concede un Nobel de literatura, sino dos, ya que en
2018, por primera vez en setenta años, se volvió a suspender la
mayor condecoración literaria del mundo. La
razón fue el escándalo producido el 21 de noviembre de 2017, cuando
el diario Dagens
Nyheter
publicó un artículo explosivo con relatos de dieciocho mujeres
sobre las agresiones sexuales y violaciones ejercidas por el francés
Jean-Claude Arnault, figura influyente en el círculo de la Academia,
de la cual recibió financiamientos varios, y destacada en el mundo
de la cultura. El
escándalo reveló a la sociedad sueca el funcionamiento patriarcal y
opaco de esa Academia, en un país donde la igualdad de género es
muy respetada y donde la transparencia se presenta como un principio
fundamental. Dos
premios para una ceremonia y dos caras de un ideal europeo con las
que se espera, de manera algo paradójica, lavar la reputación de
una institución corroída por una cultura de hipocresía y
violación. Por
un lado, el prolífico y reconocido escritor Peter Handke, originario
de la minoría eslovena de Austria que, en el otoño de 1995, pocos
meses después de la masacre de Srebrenica, partió hacia Serbia y
consignó sus impresiones en un polémico libro, Un
viaje de invierno a los ríos Danubio, Sava, Morava y Drina o
Justicia para Serbia
(1996).
Y
siete años más tarde, provocó una gran controversia al asistir al
funeral del ex presidente yugoslavo Slobodan Milosevic, acusado de
crímenes de lesa humanidad y genocidio.Y
por otro, la polaca Olga Tokarczuk, de 57 años, autora no menos
reconocida de una veintena de novelas históricas best sellers en su
país, de cuentos fantásticos, ensayos y poemarios, quien vivió el
derrumbe del bloque soviético de 1989 y con él, el fin de la
censura. De izquierda, militante ecologista, la escritora se
posicionó en contra del gobierno nacionalista y católico
tradicionalista Ley y Justicia. Construyó una obra de inspiración
mística, muy documentada, en la que la mirada de la mujer desintegra
el mito de una única e indivisible identidad nacional. Su
flexibilidad refleja el espíritu de la ciudad de Wroclaw, a la que
llegaron sus abuelxs a principios de 1945, cuando todavía se llamaba
Breslau, último bastión de los soldados alemanes. Devastada por la
guerra, sus calles cambiaron de nombre tres veces en las últimas
décadas. A lo largo de los procesos de desgermanización, de
sovietización bajo la Polonia comunista, y de repolonización
después de 1989, fue repoblada por desplazadxs, migrantes que la han
transformado en una de las ciudades más dinámicas de Polonia. Los
escenarios de sus novelas se sitúan precisamente en la movediza
Europa central, que la llamada Europa occidental, en su amnesia,
desconoce. Si le preguntan cuáles son las fronteras de aquel
territorio, Olga Tokarczuk responde que es difícil trazar límites
claros, porque allí todo cambia, todo está en constante
movimiento. Para
ella Europa Central es Alemania del Este, Polonia, Lituania, los
Países Bálticos, parte de Bielorrusia, Ucrania, República Checa,
Eslovaquia, Hungría y también Austria. Países que representan los
vestigios de la monarquía de los Habsburgo y parte de Prusia, un
“mundo de ayer” multiétnico y políglota, anterior a la llegada
de los nacionalismos. En
un lugar llamado Antaño
(1996) pinta con tintes de inspiración barroca el cuadro
alucinatorio de una pequeña ciudad rural del sur de Polonia,
donde
lxs habitantes, campesinxs sedentarixs, viven sumidxs en un mundo que
se deshace, evoluciona y desaparece con el transcurrir de las
generaciones.Sostenido
por las fuerzas sobrenaturales del cuerpo de la mujer, de la madre,
de la prostituta, de la bruja, Antaño es un paisaje de invierno
envejecido, que el encantamiento va abandonando poco a poco,
devolviendo a sus personajes a la nada ontológica. La
alternancia entre ruralidad y nomadismo tiene un lugar central en la
escritura de Olga Tokarczuk, que dedicó la novela Los
corredores (2007)
al peregrino que el ser humano trae consigo, una memoria del tiempo
que precede la sedentarización. Los
relatos entrelazados en el libro recorren la identidad fluida del
viaje como un desplazamiento físico que produce un movimiento
interno, trascendiendo la idea de frontera. El sentido de sus
peregrinaciones siempre es el encuentro con otrx peregrinx, un viaje
dentro del viaje que asume imágenes de universos intemporales y
difracta la frontera entre vivxs y muertxs.En
la que se considera como su obra maestra, Los
libros de Jacob (2014),
una novela histórica de mil páginas, la escritora nos sumerge en el
corazón de la Polonia del siglo XVIII, un reino en decadencia
llamado a desvanecerse. Un
riguroso trabajo de ocho años de investigación, sin precedentes en
la literatura polaca contemporánea, condujo a Olga Tokarczuk a
rastrear los pasos de Jakob Frank (1726- 1791) y de sus discípulos,
los frankistas, una secta mística judía calificada como hereje por
las ortodoxias de las tres religiones monoteístas. Heredero
del movimiento del místico Sabbathai Tsevi (1626-1676), en el que un
gran número de judíos creían con intenso fervor considerándolo el
Mesías, el movimiento frankista creó una escisión del judaísmo
del siglo XVIII por la radical disidencia -religiosa, política y
sexual- de sus prácticas. También
marcó durablemente una identidad cultural negada por la
historiografía polaca oficial, ya que remite al oscuro papel
desempeñado por la Iglesia católica durante los pogroms antijudixs
que constituyeron un contexto sociopolítico decisivo para la
emergencia de aquella fiebre mesiánica.Más
aun, los frankistas se convirtieron al catolicismo y al islam para
escapar de las persecuciones y seguir practicando el culto en
secreto. Olga Tokarczuk insiste con ironía en esas conversiones, que
ponen en jaque la fantasía de una identidad polaca inmutable y
monolítica.
El
éxito de la novela, que vendió en 80 mil ejemplares, irritó
a los círculos católicos y nacionalistas que la acusaron de difamar
al país e incluso llegaron a amenazarla círculos de un
antisemitismo secular fuertemente arraigado y de una tenaz negación
de la Shoah, como se vio durante el proceso del gobierno de Polonia a
Página12 por “ultraje a la nación polaca” cuando este diario
denunció la quemazón de judíxs llevada a cabo en 1941 por vecinxs
polacxs del pueblo de Jedwabne.
Para
poder construir esa epopeya sobre la memoria, la emancipación y el
deseo, e ilustrar la lucha contra la opresión, especialmente de las
mujeres y de lxs extranjerxs, pero también contra el pensamiento
fijo, ya sea religioso o filosófico, la autora tuvo que llenar los
vacíos dejados por la historia.
Según
sus declaraciones, lo hizo inspirándose en “el método de
conjeturas” empleado por lxs archivistas ante un documento “con
agujeros”. En la novela, el espectro de una mujer llamada Ienta,
que muere al inicio del relato, viene a paliar esos vacíos con su
mirada. La autora explicó que su personaje nació en respuesta a la
ausencia de nombres de mujeres en las fuentes históricas. Al
crear ese personaje indispensable, buscó restablecer el rol de las
mujeres en una historia de disidencia de la que fueron parte activa.
Eva Frank, la hija de Jakob Frank, también fue líder del culto
místico y la única mujer en siglos que ha sido considerada como
Mesías. La
desenfrenada imaginación y el rigor con los que Olga Tokarczuk
convoca los trasfondos tabúes de las identidades abre un visión
múltiple de la alteridad: “Ser un extraño es ser libre. Tener
detrás de sí un gran espacio, una estepa, un desierto. Poseer su
propia historia, una narrativa propia escrita con las huellas que
hemos dejados atrás.” Según
como se lea, desde la mirada indomable de una narradora espectral
hasta las heroínas que pueblan los inframundos de Olga Tokarczuk, su
obra trae consigo un poderoso y refractario ideal de herejía en
relación con los muros de contención de la pureza nacional.
Este artículo fue publicado originalmente el día 18 de octubre de 2019