Una mujer que se encierra en su casa durante tres décadas mientras Angola se desangra entre la revolución y la independencia, como ocurre en Teoría general del olvido; acaso un hombre que sueña con personas desconocidas y otro que irrumpe en sueños ajenos mientras un científico brasileño perfecciona una máquina capaz de filmar el universo onírico de una artista plástica cuando el régimen político en Angola sufre un colapso, tal como se narra en La sociedad de los soñadores involuntarios. De pronto, la revolución angoleña concluye y es un comienzo para El vendedor de pasados, novela donde un tal Félix Ventura se especializa en fabricar ancestros bien documentados hasta que un cliente confunde los planos de lo real con lo imaginario y se propone ir detrás de sus parientes para que la verdadera historia se imponga como una herida antigua. Finalmente La reina Ginga, que narra desde la perspectiva de un sacerdote, la vida política y privada de una mujer extraordinaria que reconstruyó su reino en distintas oportunidades, comandó ejércitos, negoció y se enfrentó con las grandes potencias del siglo XVII hasta convertirse en algo mucho más profundo que una leyenda.
Estos son algunos de los temas de las novelas que el angoleño José Eduardo Agualusa presentó en Buenos Aires el pasado 7 de octubre. “Yo siempre aprendo mucho sobre mis libros escuchando a los lectores”, dice el escritor a propósito de la presentación que se llevó a cabo en la librería Ateneo Gran Splendid junto a Miguel Vitagliano. “Pero desde mi primera novela fue absolutamente claro para mí que yo escribo intentando comprender al otro y también a mi propio país, que es muy complejo y con una historia trágica y difícil. Escribo también para intentar comprender el motivo por el cual ciertas personas en circunstancias excepcionales se convierten en monstruos”.
¿Qué comprendiste escribiendo La reina Ginga?
-Aprendí mucho. Y descubrí, sobre todo, que la humanidad evolucionó y que vale la pena mirar hacia el pasado. El siglo dieciséis y diecisiete fueron de extrema violencia. No existía la idea de que pudiera haber un mundo sin esclavos, por ejemplo. Ninguna de las grandes utopías pensaba en un mundo sin ellos. Si algo comprendí escribiendo La reina Ginga es que contra toda maldad y estupidez, a pesar de eso la humanidad avanzó. Yo, que nací en 1960, conocí a una persona que había sido esclava. Entonces no fue hace tanto tiempo, aunque ahora nos parezca imposible.
¿Sentís un compromiso con los lectores por lo que pueden llegar a esperar debido a las temáticas que abordás en relación a la independencia, o a la guerra civil en Angola?
-Creo que escribir exige una cierta irresponsabilidad. En el sentido de que no es posible pensar qué va a suceder o si va a servir para alguien, o acaso incomodar o perturbar. No se puede pensar en eso cuando escribimos. En tiempos del partido único, uno de los periodos más duros en Angola, a veces tuve problemas debido a lo que yo escribía. Ahora hay una apertura democrática. Hace dos años que cambiamos de presidente después de haber tenido el mismo durante casi cuarenta años. Pero como te decía, no pienso en esas cosas, uno escribe porque tiene la necesidad y porque hay una ausencia. Tampoco podés pensar en que vas a ganar dinero, o, en contrapartida, tener miedo porque vas a tener problemas.
¿Por qué tuviste problemas?
-Porque al poder no le gustaba lo que yo escribía. Si un escritor es honesto consigo mismo y tiene el coraje de ir al fondo y trabajar con sus medios más fuertes y sus angustias, su libro generará un impacto en alguien. Por otra parte para mí la gran literatura es aquella que incomoda e irrita las ideas. Si un libro no incomoda o no irrita a nadie, entonces no merece haber sido escrito. Espero que mis libros cumplan esa función.
¿Cómo surgió en tu literatura la incorporación de elementos que pueden ser pensados como fantásticos? Pienso en el modo en que abordás la temática de los sueños, por ejemplo.
-En realidad es parte de mi vida cotidiana. Soñar para mí siempre fue muy importante. Llevo un diario desde hace más de treinta años. Todo el mundo debería tener un diario. En mi caso lo llevo porque tengo una memoria muy frágil. Leyendo mi propio diario, tengo la sensación de estar leyendo sobre la vida de otra persona. Uno es distintas personas a lo largo de su vida, ¿no? Para mí es muy útil porque me ayuda a situar el tiempo. A veces pienso que las cosas sucedieron de un modo y cuando voy al diario me doy cuenta de que no sucedió completamente como lo recordaba. Es interesante el modo en que uno va construyendo su propio pasado. Nuestra identidad, porque nuestra memoria es eso, está constantemente reinventada en la escritura de un diario. ¿Cuánto de uno es el resultado de su propia ficción? Me gusta mucho la idea de una biblioteca que guarde los diarios de las personas comunes. ¿Qué mejor manera de comprender una época?
¿Sos honesto con tu diario?
-Absolutamente honesto, sí. Mi diario nunca podrá ser publicado. Pero vuelvo a tu pregunta. Yo tomo notas de mis sueños, un diario de sueños, digamos. Toda la historia completa. A veces tengo sueños que no pertenecen a mi propia realidad, sueños que parecieran soñados por otras personas. En mi novela, La sociedad de los soñadores involuntarios, hay mucho de esto.
Hay personajes que se cruzan en tus libros y que tienen mucha importancia para abordar los temas políticos. ¿Cómo se fue dando ese recurso de un libro a otro?
-No fue deliberado, simplemente sucedió. El personaje que a mí más me gusta y ha pasado de libro en libro es un personaje muy perverso, un antiguo policía de la seguridad de Estado, que se llama Monte y aparece ya en mi segunda novela cuyo tema es la represión de los comunistas sobre los partidos chicos de izquierda luego de la independencia. El partido que tomó el poder en Angola luego de la independencia estaba entonces apoyado por la Unión Soviética. Este partido detuvo a sus propios intelectuales para instalar el partido único. Los primeros en ser detenidos fueron del ala intelectual del partido. La represión no se dirigió a las fuerzas de derecha sino a las de extrema izquierda. Había un pequeño partido que tenía mucha importancia entre los estudiantes universitarios que se llamaba Organización Comunista de Angola. Un partido pro Albanés. Muchos de ellos son mis amigos hasta hoy. Son los sobrevivientes, casi todos estuvieron presos. En el año 1977 fueron asesinadas cincuenta mil personas.
La relación entre la memoria y la muerte también es un tópico constante en tu narrativa.
-Sí, es verdad. Y está en mí desde el inicio. Uno comienza a escribir movido por esas obsesiones fundamentales. Hay un conjunto de obsesiones que luego se llamarán estilo. ¿Qué es el estilo? La repetición de obsesiones. En mi primer libro, La conjura, una novela histórica, que sucede en la Angola del siglo diecinueve, trabajé sobre la memoria, el pasado, la maldad y la traición. Todos los temas que hoy me preocupan están en ese primer libro, probablemente. Y también en el segundo. Si bien mis libros tienen cada uno su propia característica y abordo diversos temas, siempre estoy escribiendo el mismo libro en situaciones diferentes.