Los científicos, en especial los de “la pública”, estamos para pensar antes, porque para pensar después están los informativos que te dicen qué pasó, y para pensar diferente, ya que si algo merece que le prestemos atención es porque la manera de pensarlo hasta aquí no ha sido satisfactoria.

Y eso pasa con el bienestar animal. Hay una corriente, llamémosla provisionalmente de pensamiento, que se inicia con reclamos ciudadanos por un mejor trato a los animales y genera en los espacios académicos esquemas de análisis y líneas de investigación. Definido como el estado de un animal en sus intentos de acoplar con su ambiente, abarca todos los estados posibles: fisiológico, comportamental… y de sintiencia. Porque esa es una de las “novedades”: no sólo podemos definir y explicar, sino podemos estimar, indirectamente, los estados afectivos (sentimientos y emociones) de los animales, a partir de ahora llamados no humanos. Lo cual, interpela directamente un aspecto ético: sea lo que sea que obtengo del ser no humano, ¿es aceptable hacerlo sufrir? Y genera un objeto de estudio: porque resulta que tenemos las herramientas, metodológicas y conceptuales, para abordar y entender eso que llamamos bienestar animal.

Es por este enfoque que a la pregunta “¿qué hace?” agrega “¿cómo está mientras lo hace?” que casi todas las facultades de Veterinaria, y muchas de Agronomía y Ciencias Naturales, han generado cursos de Bienestar Animal, ya sean optativos u obligatorios, al principio, al final de las carreras o en el posgrado.

Y es que Argentina tiene una intrincada relación con los animales: los utiliza para producir alimentos, en espectáculos, en investigaciones, como compañía. Y nadie sabe muy bien cuántos de esos, abandonados, deambulan por las calles de nuestras ciudades, y tienen que hacer algo con los silvestres que son rescatados del tráfico, o se convierten en refugiados de la devastación ambiental. Sin contar con el peso simbólico del jinete en nuestra cultura. Una vez bajo nuestro control, el bienestar (lo que les sucede cuando tratan de acoplar con el ambiente que nosotros les damos) dejó de ser una posibilidad para ser una responsabilidad.

Para algunos es todo un cambio: empezamos a preocuparnos por los animales (¡incluso por sus sentimientos!). Para otros es una coartada: les damos bienestar para poder seguir disponiendo de ellos a nuestra voluntad. Los hay que los que lo ven como más de lo mismo: al fin de cuentas, animales con bienestar nos brindan mejores recursos, desde compañía a resultados experimentales, pasando por resultados de investigación.

Permítanme agregar otra posibilidad. Eso de la punta del iceberg. Porque todas estas miradas tiene que ver con un cambio en lo que consideramos un animal (objeto semoviente, para nuestra legislación: un objeto que se mueve a si mismo…)

Y resulta que como siempre, o casi siempre, hemos definido lo humano por contraposición a lo animal, bien puede ser que lo que esté cambiando es la manera como nos vemos y nos definimos, y eso produce todo lo demás. Por debajo de lo que vemos hay algo más vasto que acabará por cambiar todo. Una nueva idea de qué cosa es el animal humano. ¿Se entiende mejor ahora eso de pensar antes y pensar diferente?

 

Héctor Ricardo Ferrari: Doctor en Ciencias Naturales. Profesor de Bienestar Animal, Facultad de Ciencias Veterinarias (UBA), y de Etología, Facultad de Ciencias Naturales y Museo (UNLP).