Anoche no pude. Y ahora tampoco puedo, porque no me dejaba, porque no me dejaría, porque no me va a dejar. Marcelo Zlotogwiazda no quería flores, no las podía aceptar, no las necesitaba, no quería flores para morir, porque nunca las necesitó para vivir. Nunca, jamás nada estaba pautado cuando salíamos al aire en cualquiera de sus programas o en ese segmento que nos habilitó todas las semanas. Salvo una cosita que sí, encubierta con palabras que sólo son vestuario para los valores: no digas que fui al barrio, no me digas gracias, no me tiren flores.
Sabía que nuestros pasillos no tienen flores todavía, porque los veía, los recorría, los padecía. Yo lo conocí justo ahí, llegando por la tira 6 de Zavaleta, cuando el barrio amaneció entre fantasmas y escopetas porque habían matado a mi ahijado. Muchas y muchos que solían venir eligieron mirar para otro lado, decidieron recular, metieron marcha atrás. No los vimos nunca más. Pero justo por allá, calladito, despacito, venía caminando un chabón que sólo conocíamos por televisión y para colmo de primicias, por el canal de noticias del 13, ¿qué les parece? Venía llegando, justo mientras tantos se iban retirando, sin pedir permiso, asumiendo su profundo compromiso ante tanta podredumbre. Y se le hizo costumbre.
Perdón.
Perdón pero me frena, les juro que lo escucho por ahí. No jodas, por lo menos dejame llorar así. No diremos casi nada de cómo bancaste cada parada, de cómo nos ayudaste a gritar, de cómo coloreaste cada biblioteca popular. Te lo juro que no diremos nada, no diremos nada que altere tu impronta equidistante, tu seriedad, tu semblante, pero al menos permitime justificar por qué te vamos a extrañar por encima de cualquier libreto, por qué no vamos a permitir que te falten el respeto, ¿o acaso no te moriste? Sabés por qué lo hacemos, porque vos lo hiciste, porque llegaste a la villa y te anclaste contra la corriente, ¿entienden? Pasaron 6 años y este 7 de septiembre seguía presente, poniendo el cuerpo y poniendo la jeta en la Plaza Kevin de Zavaleta, porque nunca se volvió un mercenario del poder y porque nunca salió de un barrio donde no pudiera volver. Y entonces, para colmo, se dio el gusto de aprender todo eso que nunca logra comprender la prensa amarilla. O quién mejor que la villa para enseñar que la meritocracia son los padres. O quién mejor que la villa para demostrar que nunca son las madres. Quizá por eso, en esta marchanta del marche preso, Marcelo abrió La Garganta para su Desafío 2019, un desafío que todavía nos mueve, porque la Negra emergió de una inundación en Santa Fe y hoy flota en el aire de la TV, con una remera del Che. No bastaba decir algo. Había que hacer algo. Y ahí están: Claudia, Ale y Yoha, combatiendo al qué dirán.
Muchas veces durante los últimos meses, nos preguntaron por qué hacíamos el segmento semanal a su lado, si no pensábamos igual en todo, ¿por qué? Por eso, porque lo habilitaba de cualquier modo, por su coherencia, por su transparencia. “Ah, pero lo vieron hablando con Rodríguez Larreta”, ¿saben por qué? Porque no tenía careta, tenía una concepción irrestricta del periodismo y su batalla, estuviera quien estuviera del otro lado de la pantalla, ¿eso lo vuelve un canalla? Conocemos los matices del juego y no pondríamos las manos en el fuego si no pudiéramos constatarlo, perdón, Marcelo, perdón pero necesitamos publicarlo, porque nuestro grito suena lindo cuando pueden escucharlo. Y entonces necesitamos decir que te moriste haciendo un programa donde la pauta se llama pauta. Y no se llama “invitados”. Y no se llama “pobres invisibilizados”. Y no se llama “celebridades que van a ver”. Y no se llama “verdades que censuramos ayer”. Zloto cerraba la boca para escuchar antes de informar, contra la logia del celu y el Abracadabra. Hacía silencio, en el mejor sentido de la palabra. Y no aceptaba cenas en casa de los auspiciantes, ni en el baño de los gobernantes.
No sé si eso estará bien o mal, pero Zloto era real y era leal a su convicción, ¿o qué ficción hubiera tenido el cuero para sobrevivir aunque fuera con suero a un salto de TN a C5N? Se reunía a la vista con todo el mundo, que también podía entender en un solo segundo cómo se financiaba su productora audiovisual, mirando zócalos y escuchando su editorial. Ahí estaba toda la información que necesitaban sus oyentes, para deducir si había o no había concesiones indecentes. Pues aun donde cualquiera pudiera pensar que las hubo, no sería sensato hacerse el boludo y no reconocer que, además de opinar, nos dejaba mirar para poder entender.
Cuando nos vayan a cagar, traicionar o adormecer,
seguro será en reuniones que nunca vamos a ver.
Muchas veces me volvía loco leyendo sus redes. Y más de una vez, le pregunté si era nabo o si lo hacía adrede. ¿No te das cuenta que terminás provocando a los que te siguen mirando, que cambió diametralmente tu público del otro lado? Se reía despreocupado, bajaba el tono apocalíptico y me ponía siempre la misma pista: “Yo no soy político, soy periodista”. Y bien, a pedido de tu insoportable humildad, diremos también que no fuiste, ni sos el único defendiendo esa dignidad, contra el odio que vende. Pues no por casualidad salió en la revista junto a Lucho Galende, por entonces en 678, para quemarles el bocho a todos los que insultaban al que tuvieran en frente, sin diferenciar a la buena gente, como si no hubiera una grieta mucho más trascendental y horizontal que se nos cae como una viga en el medio de la cabeza, ésa que todavía llaman línea de la pobreza. Nunca se impuso su comodidad a nuestra realidad, nunca, mal que le pese al dedito acusador del desamor, que siempre huele tan moralista. Hola, estamos hablando de otro periodista que no quiso ser farsa, ni comparsa, ni cinismo sensacionalista, ni una mera vidriera. Y ser uno mismo, sin egoísmo, no es para cualquiera.
Había poco tiempo ganado, para tanto tiempo perdido.
Y hasta ahí, amigo, entendido.
Ahora, ¿donaciones al velatorio? Recién le estamos quitando el envoltorio a esa enfermedad que llevó galopando hasta la eternidad, porque nos cansamos de preguntar y nunca nos quiso contestar más que algún comentario socarrón, moviendo la información como se mueven las sortijas. Le preguntabas cómo andás y te contestaba cómo andaban sus hijas. ¿Donaciones al velorio, chabón, de verdad? Ni muerto dejó el trabajo, ni muerto eligió la comodidad, ¿o quién carajo piensa en los demás, cuando por fin le toca “descansar en paz”? Quien priorizó genuinamente al bienestar de los otros, antes que su propio bien, otros que deberán comer, hoy también. Pobres, sí, pobres aquellos del dedito inquisidor, pobres quienes no se conmuevan con semejante gesto de amor. Nadie puede con eso, nadie loco.
El cáncer tampoco.
Yo no tengo tuiter, la discusión con un monitor me parece rara y pienso que mejor se debate cara a cara, pero tampoco puedo leer callado cómo cualquiera tira pescado al precipicio de la liviandad, como si no hubieras cultivado el ejercicio de la incomodidad. Y aquí nomás me tomo el atrevimiento, para saldar algún descontento que no te interesó aclarar, porque vos ya estabas bien en modo zen, pero a mí todavía me cuesta dejarlas pasar: cuando Rodríguez Larreta intentó frenar las voces poderosas, Zloto no me llamó para decirnos que pasaron cosas, ni para contextualizar, ni para gritar como nos encanta, ni para ofrecernos otro papel: ya les había respondido que, sin lugar para La Garganta, no había lugar para él.
Y no, no por altruismo, sólo por su propia concepción del periodismo, porque su convicción no estaba ni estaría en discusión con los otros, ni tampoco con nosotros. Claro que pudo y puede todavía ser diferente a la mía, pero ni se imaginan qué tan suya era su convicción. Y eso sí, vale un montón. Pues para tibios, ventajistas u oportunistas, nada nuevo, los mismos que otrora. Siempre te chuparon un huevo y me imagino ahora, todas esas críticas sobre cualquier bidet, como si la unidad en la diversidad fuéramos miles apretujados en un solo corset. “Pero hizo feas preguntas, pero se olvidó tales datos”, ay, ay, ay, ¡tienen tan limpitas las puntas de los zapatos! Hasta el fondo, hasta el fondo de la solidaridad, te vas gritándoles tu verdad, te vas bien lejos de las giladas, te vas con las patas embarradas, te vas corriéndolos por izquierda, ¡o no te vas una mierda! Por favor, quedate amigo, por favor, este mundo se puso feroz. Faltan manos y seres humanos íntegros, como vos, que hoy seguirás juntando alimentos a espaldas de los cuentos que inventan por atrás, ¿o de verdad pensás que te vas? Acá se quedan tu compañerismo, tus ganas de luchar, el ejemplo del periodismo que sabe escuchar. Y no te imaginás cómo nos calma todo este dolor del alma, cómo estremece, cómo inspira.
A veces, por suerte,
la muerte parece mentira.