Desde Pingyao, República Popular China
Cuenta la leyenda que Pingyao conserva su arquitectura medieval debido a la escasa importancia geoestratégica que le otorgaron los cabecillas de la Revolución Cultural en los ’60. Mientras los edificios y archivos históricos de los principales centros urbanos de China fueron arrasados para borrar cualquier elemento que remitiera al feudalismo, este pequeño enclave ubicado a 600 kilómetros al suroeste de Beijing siguió palpitando al ritmo del pasado. Medio siglo después, con el gigante rojo convertido en un actor central de la economía mundial, Pingyao es una de las representaciones más fieles de la convivencia –no siempre armónica, por cierto– de aquellas costumbres ancestrales y la globalización. De allí, entonces, que sea posible encontrar locales de primeras marcas de ropa internacionales a un par de cuadras de calles peatonales con casas con fachadas de madera y artesanos en las veredas haciendo los mismos trabajos manuales que hace siglos. O a ancianos que no saben ni media palabra en inglés y jóvenes bilingües hi-tech vestidos a tono con los mandatos de la moda. Que la ganadora de la estatuilla más importante de la tercera edición del Festival de Cine de Pingyao (PYIFF) verse alrededor del choque cultural entre las tradiciones y la modernidad no hace más que establecer un diálogo directo entre esa película y esta ciudad.
El premio a Mejor Film de la sección Crouching Tigers (Tigres agazapados), que agrupó una decena de primeras o segundas películas de directores de todo el mundo, varias de ellas con buenos pergaminos de exhibiciones previas, fue para A febre, una coproducción entre Brasil, Francia y Alemania dirigida por la carioca Maya Da-Rin, que venía de alzarse con el premio a Mejor Actor para Regis Myrupu en el Festival de Locarno y en unas semanas integrará la Competencia Latinoamericana del de Mar del Plata. Como Mejor Director fue elegido el guatemalteco César Díaz por Nuestras madres. Reseñada en estas mismas páginas unos días atrás , la ganadora de la Cámara de Oro a la mejor ópera prima del último Festival de Cannes es una ficción –aunque con indudables pinceladas de documental– sobre aquellas mujeres que aún hoy buscan saber cuál fue el destino de sus hijos desaparecidos durante la guerra civil que arrasó Guatemala entre 1960 y 1996. El tercer reconocimiento de la sección principal del PYIFF, el Premio del Jurado, recayó en Wisdom Tooth, del chino Liang Ming.
Como ocurre con buena parte de las películas de Brasil con circulación internacional, entre ellas Chuva é cantoria na aldeia dos mortos, de reciente paso por la Sala Leopoldo Lugones, el núcleo de A febre no es otro que las dificultades de los descendientes de las comunidades indígenas para insertarse en los grandes centros urbanos, en este caso Manaos, donde el racismo está a la orden del día. Un racismo perceptible en las sutiles aunque evidentes discriminaciones que sufre el protagonista por parte de su compañero (un más que probable bolsonarista a ultranza) en el puerto donde trabaja como vigilante, pero también en una serie de límites burocráticos en principio infranqueables. Justino (Regis Myrupu) enviudó hace poco y se mueve como sonámbulo, en un estado febril casi constante, entre los containers portuarios que la realizadora filma mediante majestuosos planos generales. Difícil pensar en algún virus como el causante de su estado, en tanto éste se desata justo después de saber que su hija, una enfermera del hospital local, se irá durante cinco años a estudiar Medicina a Brasilia. Más allá de mostrarse contento, sus prolongados silencios son síntoma del sentimiento de soledad que lo invade.
A partir de ese duelo doble por una partida definitiva y otra temporal, la película enraizará a ese universo de corte realista varios brotes de fantasía ilustrados en ese tigre que está siempre al acecho de Justino. Con un sólido manejo de la puesta en escena por parte de Da-Rin, un tono seco aunque fluido, y sin atisbo alguno del pintoresquismo for export de las películas latinoamericanas que triunfan en los países más desarrollados, A febre es de esos relatos minimalistas que sin embargo aborda un amplio abanico de temas: los conflictos raciales en el ámbito laboral y social, las divergencias a la hora de pensar la relación del ser humano con la naturaleza, la brecha generacional con los jóvenes, los vínculos familiares. A todo esto ayuda la enorme humanidad de sus personajes, un padre y una hija que con solo mirarse se dicen todo aquello que no pueden con palabras.
Si de A febre se desprende que tradición y contemporaneidad no siempre van de la mano, los encontronazos del PYIFF con los límites del régimen político de Xi Jinping no hacen otra cosa que confirmarlo. Como botón de muestra basta mencionar el caso de Kleber Mendonça Filho, el aclamado director brasileño de Sonidos vecinos y Aquarius que pasó por estas tierras para integrar uno de los jurados y dar una charla abierta que, como todas las realizadas durante estos días, reventó de público la sala de conferencias. El plan original era coronar su presencia con un par de exhibiciones de su último trabajo, Bacurau, que desde su estreno en el Festival de Cannes viene dejando la mandíbula por el piso de quien la ve. Pero la idea duró hasta que los intransigentes censores chinos dijeron que solo podía proyectarse si se realizaban ni más ni menos que ¡17! cortes al metraje original. La respuesta al pedido fue la misma que daría cualquier artista preocupado por la integridad de su obra: no. Así, el público local no podrá ver la que muchos aseguran que es una de las grandes películas del año.
El PIYFF –que finalizará su tercera edición este sábado– tiene todo para convertirse en un evento de peso en la agenda festivalera internacional: recursos económicos, una infraestructura moderna y confortable, un fundador de relevancia mundial como el realizador Jia Zhang-ke (responsable de Platform, 24 City, Lejos de ella y la reciente Esa mujer, entre otras), un director artístico con toneladas de experiencia y contactos (Marco Müller, ex Rotterdam, Locarno, Roma y Venecia), un equipo de programadores de alta alcurnia y un nutrido volumen de espectadores que responde con creces a cada propuesta. Pero difícilmente lo logre sin una curaduría sin restricciones, requisito indispensable para un ámbito donde prima (debería primar) la libertad creativa.