Las relaciones entre Argentina e Israel comenzaron el 14 de Febrero de 1949 cuando nuestro país reconoció al Estado de Israel con el decreto 3668. La recomendación del canciller Juan Atilio Bramuglia fue determinante para formalizar el hecho.
¿Qué llevó al presidente Juan Domingo Perón y al primer ministro Ben Gurion a enhebrar una relación bilateral tan anticipada, comparada con la actitud del resto de los países de nuestra región? ¿Cuáles fueron las razones que motivaron esta acción en materia de política internacional?
Si posamos la mirada en Perón, vemos en él un militar argentino, formado en la ideología del “Roquismo” con una visión del mundo desde un prisma cristiano, con una idea de Nación puesta en el espacio geográfico, las fronteras, los recursos naturales y el orden interno. Perón -y el peronismo- siempre consideró la región del Oriente Medio un lugar de gran valor simbólico. Es la zona del origen del mundo civilizatorio y también el del nacimiento de las tres religiones monoteístas de la humanidad. Para él eso era un orden. También hay que poner en el haber de la decisión la cuestión de usar esta primacía táctica del reconocimiento temprano, que lo instalaba en la vanguardia regional de la diplomacia de posguerra. El presidente argentino le daba una gran trascendencia a los acontecimientos mundiales y siempre manifestaba en diferentes ámbitos una idea en común: “la política, es la internacional”.
Si cambiamos la perspectiva desde el primer ministro Ben Gurion, el reconocimiento y los lazos diplomáticos eran estratégicos ya que conectaban al joven Estado de Israel con el mundo. Ganando espacio internacional le permitía salir del aislamiento, cuestión necesaria para afrontar la situación bélica que se presentó cuando los países árabes vecinos atacaron a Israel el día de la independencia el 14 de mayo de 1948. Además importaba ser reconocidos por un país católico del lejano cristianismo occidental con el que compartían una cultura judeocristiana y los unía una importante población de argentinos judíos. Desde el interés político más práctico fue determinante el hecho de que nuestro país albergue una de las praderas más ricas del mundo y que podía ayudarlos a sortear una situación crítica en materia de alimentos. En ese escenario internacional, las relaciones entre ambos países se formalizaron con la designación de los embajadores, Pablo Manguel de Argentina y Jacob Tsur del Estado de Israel.
Las vidas paralelas
La Argentina e Israel tienen puntos en común en su devenir histórico. A pesar de haber alcanzado sus independencias con una diferencia de años a favor de nuestro país, la consolidación de Argentina se da en un periodo contemporáneo al congreso judío sionista de 1897 en Basilea, Suiza, liderado por Theodor Hertz, donde se perfiló el diseño de la futura nación judía y donde surge la idea del sionismo como sinónimo de nación-pueblo.
A partir de ahí ambos países comenzaron a gestar de un modelo de sociedad sobre la base de un proceso migratorio que vertebró la arquitectura demográfica de los dos países. Miles de inmigrantes comenzaron a llegar a la Argentina básicamente de la Europa. Ese proceso migratorio determinó nuestro modelo de “crisol de razas” que produjo rechazos en las elite conservadoras de nuestra sociedad que veían en esos inmigrantes del “Levante” como aquellos que iban a cambiar el diseño poblacional del país. Fue el peronismo el que consolidó, a través de un conjunto de derechos, el modelo de mosaico étnico que hoy tiene nuestra sociedad.
En el mismo periodo, judíos de Europa y sefaradíes se trasladaron a tierras palestinas, aceptando el llamado del congreso sionista de volver a la tierra prometida.
Concluida la Segunda Guerra Mundial, con el Mandato Británico en la región, la resolución de la “cuestión judía” era un tema de debate diplomático mundial. Las organizaciones políticas judías Irgún y Haganá presionaban la retirada de las tropas intervencionistas británicas, con todas las herramientas a su alcance, para debilitar su presencia.
A partir de ahí comienza la guerra de la independencia contra los países árabes de la región. Hay un considerable aumento del proceso migratorio de judíos que se establecen en Israel. En ese momento se jugaban dos situaciones importantes a resolver: primero, la guerra. Segundo, el cobijo a la oleada de inmigrantes. El conjunto de estas situaciones requería de un ordenamiento en las prioridades.
La decisión político-estratégica de Israel fue puesta en ganar la guerra. Esto definía la perdurabilidad de la nación judía. Luego darle seguridad y bienestar al pueblo. Para llevar adelante esta última necesidad entra en juego el vínculo de Israel con la Argentina y con el gobierno peronista de la época.
De esta manera se inicia la cooperación entre los dos países que tiene como inicio la visita de dos ministros del gobierno de Ben Gurion, Levi Eshkol, ministro de Finanzas en 1950, y la ministra de Trabajo, Golda Meir, un año después.
En 1950 Israel sanciona la “Ley del Retorno” que auspiciaba las migraciones de judíos del mundo. Esa situación generó un cuello de botella en la política asistencial que le da cuerpo a la relación establecida por Eva Perón y Golda Meir. A través de la participación de la Fundación Eva Perón, el gobierno peronista colaboró con el envío de barcos con ropa, comida y remedios para las poblaciones de los “Mavaarot” (barrios precarios) donde los inmigrantes vivían durante los primeros tiempos que se establecían en Israel.
Aquella doctrina argentina creada por el ex canciller Bramuglia de “reconocimiento, sin ofensa”, que sostenía un balance entre la relación con Israel y la Liga Árabe, se mantuvo como política por parte de nuestro País desde el nacimiento de la relación bilateral hasta nuestros días.
El vínculo entre los dos países se construyó de modo profundo por la existencia de un espíritu e ideales compartidos que existieron siempre. En 1949 dos estadistas, Juan D. Perón y Ben Gurion formalizaron la relación bilateral porque los unían valores políticos, culturales, religiosos y de arquitectura migratoria común que se prolongan hasta hoy. Es de esperar que, en el corto plazo, el futuro de la relación bilateral sea más promisoria, acercándose a la dimensión que le dieron los líderes que la fundaron.