Transcurridos casi quince meses de gestión, el saldo que brinda el gobierno de Cambiemos es sumamente lesivo para el país. El efecto articulado de devaluación brusca del peso, quita de retenciones a los grandes empresarios del campo, incremento fenomenal en las tarifas de los servicios públicos, flexibilización laboral e ingreso masivo de importaciones que compiten con la producción nacional, han entregado como resultado una explosión inflacionaria acompañada de un proceso recesivo con impactos negativos en términos de creación de empleo, disminución de la pobreza y distribución del ingreso.
Viejas recetas del pliego neoliberal reingresan en las orientaciones primordiales del estado, amparando su legitimidad en los supuestos desquicios heredados del kirchnerismo. Los números que se observan son sin embargo contundentes, pues todos los indicadores muestran que aquello que el gobierno saliente hacía bien está siendo arruinado y todo aquello que hacía mal está siendo empeorado.
Por lo demás, si bien es cierto que la macroeconomía vigente a fines de 2015 ameritaba correcciones y replanteos, su estructura era básicamente sólida, a las claras la mejor que recibió un cambio de administración desde 1983 a la fecha. Por citar solo el ejemplo más evidente. El aumento del déficit fiscal que está acuñando el macrismo viene siendo cubierto como una emisión formidable de deuda; camino solo transitable gracias a la combinación de un acuerdo claudicante con los fondos buitres y un exitoso proceso de desendeudamiento llevado a cabo por el Frente para la Victoria.
Este nocivo desempeño no se agota además en los aspectos económico‑sociales. Las banderas del republicanismo y la calidad institucional blandidas por la oposición durante tanto tiempo hoy son pisoteadas con una serie de iniciativas francamente escandalosas. La derogación mediante un Decreto de Necesidad y Urgencia de los tramos medulares de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, el intento de colocar irregularmente a dos integrantes de la Corte Suprema de Justicia, los movimientos para destituir a la procuradora Alejandra Gils Garbo, la eliminación de la Paritaria Nacional Docente o la prisión de Milagro Sala demuestran el uso hipócrita de convicciones hoy nítidamente vulneradas en los hechos.
Por supuesto, lo sabemos, la historia no es mera repetición. El macrismo resucita discursos y personajes que se tornan agriamente familiares, pero el talento del buen analista exige detectar aquello que en tanto inédito requiere especial atención. Puesto de otra manera, este es un gobierno que accede tras doce años de kirchnerismo, lo que le otorga ciertas ventajas y le coloca tangibles obstáculos respecto de otras experiencias del pasado ideológicamente similares.
Como queda dicho, se asienta en una macroeconomía sana y un tejido social recuperado, lo que le permite financiar a corto plazo los descalabros en los que incurre y tornar más digerible el ajuste que implementa. Pero por otra parte, se fue extendiendo en la Argentina una conciencia respecto de la irreversibilidad de ciertos derechos y conquistas, lo que desalienta la aplicación sin más de las facetas más torpes del fundamentalismo neoliberal.
Interesante es lo ocurrido con los temas de Memoria, Verdad y Justicia. El presidente Macri mediante un Decreto procuró depreciar el feriado del 24 de marzo quitándole su condición de inamovible, casi en paralelo con las declaraciones del Jefe de la Aduana reescribiendo en clave reaccionaria el relato del plan criminal orquestado a su turno por la dictadura militar. El estupor social no se hizo esperar y el Jefe de Estado debió retroceder con la medida desligándose además de los dichos de Gómez Centurión. Problemas (para ellos), beneficios (para el campo popular) de la herencia recibida.
Por lo tanto, la restauración conservadora en marcha debe ser correctamente catalogada, bajo riesgo de que nuestra inadvertencia respecto de sus particularidades dificulte la eficaz y rápida construcción de una alternativa superadora. Se ha dicho por ejemplo que este es un gobierno de CEOS, lo que siendo correcto reclama dos puntualizaciones. La primera es que ciertamente, como nunca en democracia, el gobierno de Macri tiene el entusiasta acompañamiento de todos los poderes que insistentemente han dañado a nuestra patria. Pero el segundo es no caer en la tentación de postular que esas corporaciones son un grupo de aves de rapiña que sólo buscan incrementar sus negocios con escaso interés o capacidad para construir una hegemonía político cultural a largo plazo. Por tanto, el proyecto nacional y popular enfrenta a un adversario vigoroso y que ha logrado entre otras cosas promulgar leyes intragables disponiendo de una absoluta minoría legislativa.
Frente a este panorama, la envergadura del desafío que debe encarar la oposición es enorme. Para sintetizar, articular mayorías sociales crecientes sin abandonar a su vez elementales rasgos de consecuencia ideológica. En ese contexto, el Frente para la Victoria tiene por delante cuatro tareas principales. 1) Tender puentes hacia los votantes de Cambiemos, sin satanizar esa pertenencia y poniendo una escucha en la razonabilidad de sus expectativas. 2) Recomponer el diálogo con segmentos dirigenciales con los que hubo cortocircuitos en el pasado, siempre y cuando hayan mantenido en estos meses una actitud de clara impugnación al rumbo adoptado por el macrismo. 3) Elaborar de cara a la sociedad una autocrítica de aquellas defecciones y errores que nos llevaron a la derrota en el ballottagge del 22 de noviembre. 4) Construir una agenda programática de futuro, restituyendo un sentido de esperanza a la acción militante.
Sería un desatino que el kirchnerismo barrunte que el solo desgaste de la gestión macrista habilitará recuperar mayorías de antaño, por lo cual la sola comparación entre los derechos que el pueblo acumuló y el proceso que en estos meses los viene malogrando no es garantía de reconciliación con sectores sociales y políticos que cuestionan con criterios atendibles desaciertos propios que deben ser subsanados.
Sin dudas, Cristina Kirchner continua siendo la principal referente del territorio opositor y tanto los méritos de su gobierno como la brutal ofensiva mediática y judicial que padece ameritan solidaridad con su liderazgo; pero sin integrar los legítimos matices que actualmente configuran el campo popular será ciertamente difícil vertebrar la tan mentada como deseable Nueva Mayoría.
El próximo turno electoral será entonces la coyuntura propicia para incorporar a nuestras listas aquellos dirigentes que hayan tenido y tengan un compromiso tangible para frenar a Macri, pero también sensibilidad y apertura para pergeñar un horizonte que no puede contentarse con ser la mera restitución de la década ganada.
En la ciudad de Rosario hay que explorar análogos caminos. Las pasados comicios del 2015 arrojaron un escenario con tres datos relevantes. En primer lugar, una gestión del Frente Progresista en franco declive visto en perspectiva histórica, producto de un esperable agotamiento luego de casi 30 años del manejo del Departamento Ejecutivo. En segundo término, el crecimiento del PRO como alternativa al acecho, lo que implica el serio riesgo de un recambio por derecha en el año 2019. Y finalmente, la saludable aparición de un conjunto heterogéneo de fuerzas de izquierda, que aún en su diversidad marcan a las claras que los sectores del progresismo que siempre depositaron su confianza en el Partido Socialista hoy apuestan a otros rumbos.
Ciertamente la radiografía del kirchnerismo en la ciudad trasluce una debilidad relativa respecto de su situación nacional, acentuada por un preocupante nivel de dispersión que, entre otros factores, le ha impedido convertirse en un canal de recepción de esa disconformidad creciente con los gobiernos del Frente Progresista. Su capital político es sin embargo respetable; y su caudal de militancia, su trayectoria de lucha y el valioso desempeño legislativo de algunos de sus cuadros lo convierten en parte fundamental en la elaboración de una Nueva Mayoría en la ciudad.
Por lo tanto, este es un momento en el cual tiene que aflorar la calidad de sus dirigentes, que con una mirada estratégica y sin cripticas rencillas entre parcelas sumen sus esfuerzos para la consolidación de un Frente Nacional, Popular y Progresista que detenga el avance de la derecha en Rosario; e incorporando los mejores logros de las administraciones socialistas perfile una agenda de ciudad moderna e inclusiva. Sin dudas, y para empezar, los compañeros de Ciudad Futura y del Frente Social y Popular deben ser convocados a la fundación de ese imprescindible espacio.
Sería una pena que la controversia endogámica por candidaturas, el fatuo hegemonismo de identidades en crisis o una miopía gorila malogren la oportunidad de brindarle a los rosarinos un genuino vehículo para expresar sus malestares del presente e imaginar un futuro más próspero para cada uno de nosotros.
Integrante del Frente para la Victoria.