Digo quién lo hubiera dicho: lo hubiera dicho cualquiera es la respuesta coral, pero están equivocados el coro y el corifeo; no lo hubiera dicho nadie y menos que nadie yo. Es que cualquier perspectiva es un lugar conseguido, yo no creo que haya lugar totalmente regalado: se llega a la perspectiva, lo que organiza el relato, y si se puede contar es que algo de bueno habrá ahí donde estás parado y si se quiere contar es que algo se está buscando”.  La perspectiva de una foto quizás, la de una foto que se quedó en la memoria y armó sus propios recorridos. De una foto publicada en un diario, de una noticia que Gabriela Cabezón Cámara siguió y recordó y no olvidó y la hizo pensar en otras cosas. De la lectura del diario pasando por la escritura y después de vuelta al kiosco, al canillita para que se codee con los mismos que la hizo nacer. Así llega esta nueva edición del Romance de la negra rubia gracias a la Colección Soy de Página/12, este domingo junto al diario. En esta charla la autora cuenta cómo surgió la idea de este nouvelle escrita casi en verso. Homenaje, relectura y reescritura del romance argentino en clave de ficción contemporánea que une la figura de los sin techo con el amor de dos mujeres: una poeta y una artista que cabalgan el fangoso terreno del mercado del arte y ponen en jaque la misma noción de obra de arte.

La brisa del recuerdo de esos edificios que más que “tomados” eran llenados de vida por personas-obra que los gobiernos destruyen pero que se han emplazado en la literatura nacional. Cabezón Cámara es una de las escritoras más novedosas de la literatura argentina porque se apropia de una tradición y la renueva en sus obsesiones. Ahora se abre a nuevos lectores que descubrirán la potencia tierna que despliega en ficciones que son también la posibilidad de mirar la realidad con los binoculares que solo la literatura puede dar.

-Hay una imagen primera o una frase que fue el germen de tu escritura. La imagen de una toma. La frase de un hombre. Y desde esa toma-frase la escritura. ¿Cuál fue?

-La imagen que desencadenó la escritura de esta novela fue una foto: eran los diarios en blanco y negro todavía. Salió en 2000 y la foto tenía en el centro un pibe prendido fuego, con llamas en el medio del cuadro y saliéndose de la imagen las botas de dos milicos como huyendo. Lo que había pasado era que unas familias habían tomado unas viviendas sociales en Neuquén y cuando habían entrado a la casa de este chico (que se llamaba Rubén Arias, tenía 31 años, siete hijos y trabajaba de canillita) él le dijo a la cana: "Si entran me prendo fuego" y se prendió nomás. De ahí la foto, de ahí la historia, una historia que me dejó pensando muchos años acerca del sacrificio humano como forma de funcionamiento social aun en el siglo 21. Porque a los 15 días de agonizar, Rubén murió y aunque los medios dijeran que hubo una batalla campal entre la policía y los ocupantes, lo que hubo fue una represión y esos mismos jueces que habían ordenado el desalojo, los mismos funcionarios, decidieron darle las casas a esas personas. Rubén había muerto, siete chiquitos se habían quedado sin papá, su mujer sin compañero. Y esto no es todo, el gobierno había puesto como condición que los ocupantes se casaran, entonces la foto siguiente eran lluvia de arroz sobre tablones por todos lados. Y yo cuando vi eso sentí como si los dioses del Olimpo hubiesen aceptado un sacrificio.

-En todas las grandes ciudades hay problemas habitacionales. Mucha gente sin vivienda y muchas viviendas vacías. Muchas casas tapiadas por el miedo a la ocupación y en su forma más perversa en Buenos Aires también desalojos ilegales entre gallos y medianoche. Pasaron algunos años, pero los temas que trae la Negra rubia ahí están.

-Y sí, están porque lo que sigue estando es el capitalismo, esta forma de vida y de organización social cada vez más cruel y más perversa que permite que la riqueza se acumule en cada vez menos personas de una manera desaforada que está acabando con el planeta entero, con los otros seres que no son objetos creados para nosotros. El capitalismo tiene esa ligazón con cierta forma del judeocristianismo, con lo bíblico tan antropocéntrico y patriarcal, y mientras siga este sistema van a seguir estos problemas.

-Muchos vieron el Romance como parte de una trilogía junto a la La Virgen cabeza y Le viste la cara a Dios. ¿Es así?

-En cierto sentido podría ser pensado como una trilogía porque son novelas que tratan de aspectos oscuros de la vida misma. En ese sentido forman una trilogía; no lo pensé así, en algún momento lo dije en una nota y prendió, lo que me hace suponer que ciertas personas lo leen así.

-El trabajo y la rescritura de un género clásico de la lengua española no es una tarea extraña en tu literatura desde el caso de la gauchesca y La Virgen cabeza. ¿Cuáles fueron los desafíos particulares del romance y cual era tu relación con el genero antes de escribir este texto? ¿Cómo la trabajaste?

-El romancero siempre me resultó fascinante. Me encantan las narrativas en verso, me gustan esas historias que se narran o que se dejan narrar como subidas a un caballito, como si fuera un trotecito musical y he tenido una relación de fascinación. Y el romance está escrito en parte en octosílabos, en parte en endecasílabos, y disfruté mucho escribiendo con metro. A mí el metro me gusta. Soy una persona con bastantes problemas para la mesura, y sin embargo me encanta el metro. La contradicción es así.

-Existe en el Romance de la Negra Rubia la posibilidad de pensar que es una obra de arte. ¿Que cosa la convierte en tal? Y también a través de la historia de la protagonista ver los manejos para que eso sea así. Bienales, coleccionistas...

-La cuestión del arte, la cuestión del mercado del arte la vi de cerca durante algunos años y me pareció de una crueldad muy grande para con los artistas, de una crueldad espantosa. Al artista no sólo se le exige la hechura de la obra sino de además describir el statement para explicarla, como si alguien además de por ejemplo pintar o pensar obras conceptuales tuviera que ser capaz de construir un discurso teórico alrededor de esa obra. ¿Por qué? Como si la obra no alcanzara. Está la obra, el statement, y hay que conseguir que algún teórico escriba algo al respecto. Después en las bienales es también un poco el producto como su obra y tiene que estar ahí y ser simpático con los coleccionistas. Y poner el cuerpo de una manera muy exigente. Esa relación directa con el comprador, esa dependencia de que ese te compre la obra. Y vos tenés que ser un producto y eso me parece muy cruel, y a su vez son esos mismos mecanismos los que hacen que algo sea arte. Al mismo tiempo me pregunto qué sucedía antes. ¿La Iglesia en el Renacimiento? ¿Los grandes señores? No es tan distinto. Es curioso cómo pensamos el arte, por un lado como un artefacto de liberación y lo es en el sentido en que una persona puede llegar a realizarse con mucha plenitud haciendo y a la vez es algo tiene que integrarse a los grandes poderes.

-¿Qué te pasa con las reediciones? Se reeditó La virgen cabeza, y ahora el Romance.

-Las reediciones me encantan y me encanta este formato de alcance popular, me encanta el libro en el kiosco, el libro con el diario, me encanta pensar que entonces probablemente me lea gente que antes no me había leído porque no le da por ir a librerías. Para mí es una fiesta. Ojalá mis libros se reediten for ever.

-Igual que en otras de tus novelas, hay un proceso de transformación, tal vez en esta muy radical. El devenir del personaje. ¿Avanzamos hacia algún lugar?

 

-No, no avanzamos, la verdad que no. Es más, en algún momento retrocedemos y nos acabamos. Pero hasta ahora me han gustado las historias de transformación, esa posibilidad de haber estado en un lugar muy duro, muy oscuro, no solo resistir sino transformarse. Salir de ese lugar de víctima y hacer con ese dolor incluso, un motor para ser fuerte y no solo sobrevivir sino vivir, me gustan esas historias y me gustan su resolución en general más colectiva, más comunitaria.