Mauricio Macri es un presidente devaluado desde que empezó la corrida cambiaria, en abril de 2018. La crisis que le estalló en ese momento no solo todavía no terminó, sino que cada vez es peor. Es la crisis más grave desde 2001, con 21 meses consecutivos de caída del consumo, para resumir calamidades. La pérdida de autoridad política que sufrió el líder de Cambiemos en ese proceso es evidente. Tanto que la nueva directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva, lo dejó en pausa para negociar qué se hace
con el acuerdo caído hasta conocer el resultado de las elecciones. Macri no tiene autoridad para firmar nada, es lo que significa. Si no tiene autoridad, no gobierna, al menos no en sentido pleno. Podrá apurar alguna concesión o definir algún nombramiento, pero en Estados Unidos lo hicieron salir de la habitación donde se definen las cosas.
Esa situación la determinó el resultado de las PASO, en primer lugar. También la coincidencia de las encuestas, que marcan un ensanchamiento de la diferencia a favor de los Fernández, y lo que dicen empresarios, sindicatos y se advierte del humor social, de hartazgo con tanto desastre económico, para completar el cuadro a trazos gruesos. Solo Macri parece no advertirlo, salvo que otra vez les esté mintiendo a los argentinos y ni él crea que “Sí, se puede”.
Esa ficción tiene para el Presidente dos ventajas: ya nadie le pide explicaciones ni se preocupa por lo que diga. Puede decir cualquier cosa, no importa. Lo peor ya pasó, el segundo semestre, la lluvia de inversiones, bajar la inflación es lo más fácil, tomamos deuda para pagar lo que dejó el gobierno anterior, quién dijo que voy a ajustar, ya viene el crecimiento, te escuché. La lista de incongruencias y falsas promesas es interminable. A esta altura ni el blindaje mediático lo salva, por más empeño que sigan poniendo. La única verdad es que la economía está hecha pedazos y la mayoría identifica a Macri como el responsable número uno.
La desventaja para el creador del PRO de haber perdido tanta credibilidad es lo que le pasa: no gobierna más. No tiene el poder, porque el poder se ha desplazado a la oposición, que espera su momento para ejercerlo. El Presidente se esfuerza apenas por retener al núcleo duro de votantes que identifica al peronismo con la maldad y la corrupción. Los arenga a un último esfuerzo, para que el domingo 27 no se queden en sus casas o se les ocurra votar en blanco. El oficialismo teme disminuir el caudal de votos respecto de la magra cosecha que obtuvo en las elecciones de agosto. Sería muy duro quedar abajo del 30 por ciento, aunque es un escenario que en este momento no prevé ninguna encuesta. Sin embargo, todavía resta una semana de movimientos con el dólar, el segundo debate presidencial y, como si fuera poco, la definición del superclásico, antes que los ciudadanos se expresen en el cuarto oscuro.
Otro reflejo de la realidad política de Macri es la estampida de intendentes de su fuerza llamando a cortar boleta , porque el Presidente es un lastre. Algunos de los cuadros más destacados lo abandonan sin decir adiós, mientras en la Ciudad de Buenos Aires también se ha visto el reparto de boletas casa por casa sin que apareciera la de Macri, en más de una comuna, según apuntan desde la oposición. Mauricio, por ejemplo, ya perdió en La Boca en las elecciones primarias, todo un símbolo del desmoronamiento que atraviesa.
Para contrarrestar tantas dificultades, el oficialismo se aferra a la movilización popular. Aspira a concentrar en la tarde de este sábado una multitud histórica y despertar todavía un poco de esperanza en sus seguidores. El discurso para la ocasión seguramente tendrá como máxima aproximación a una definición económica el slogan de campaña que repite Macri en los actos por el país: “Ahora viene el crecimiento, viene el trabajo, viene la mejora del salario, viene el alivio a fin de mes”.
Cómo hará todo eso, con qué medidas, si mantendrá el perfil neoliberal de su primer mandato o hará un giro hacia políticas heterodoxas sigue siendo un misterio. En principio hay un reconocimiento tácito de que los cuatro años de Cambiemos en el poder estuvieron signados por lo contrario: se instaló un clima fuertemente recesivo, la desocupación trepó a los dos dígitos, los ingresos de los trabajadores perdieron poder adquisitivo y hubo sufrimiento al por mayor.
Antes de la campaña, Macri decía que de seguir gobernando haría lo mismo que hasta entonces pero más rápido. Ahora dice todo lo contrario con el mismo énfasis. La explicación del Presidente para justificar un cambio tan abrupto es el resultado de las PASO, la elección que “no sucedió”, que le permitió escuchar a la ciudadanía y darse cuenta que la mayoría no lo quiere ver ni en figuritas. Sobre la reforma laboral y del sistema de jubilaciones no dice una palabra, ni cómo negociaría con el FMI y los acreedores privados. Como se indicó más arriba, a nadie le importa demasiado porque su derrota se da por descontada.
El problema adicional de tener un Presidente que no gobierna es que la crisis económica no se detiene hasta que pasen las elecciones. Sigue devorando empresas, puestos de trabajo , reservas del Banco Central, salarios, jubilaciones, la inflación se acelera. Es una situación agobiante, que solo encuentra como válvula de escape el inminente triunfo de Alberto Fernández.
La definición electoral, sin embargo, dará paso a otros 31 días hábiles de transición hasta el 10 de diciembre. El salto que pegó el dólar blue a 66 pesos y la suba del contado con liquidación a 75 pesos muestran cuál es la percepción del mercado en este momento sobre la etapa que se aproxima. También lo expone la caída de otros 30 mil millones de pesos de los depósitos entre el 8 y el 15 de octubre, que fueron corriendo a comprar dólares como refugio.
En función de lo que ocurrió el 12 de agosto, cuando el Gobierno dejó subir el dólar de 48 a 60 pesos, es crucial que esta vez no suceda lo mismo. Macri tiene la obligación de evitarlo. El país no soporta más corridas ni estampidas inflacionarias. La herencia que deja es demasiado pesada como para agregarle más dramatismo. Aunque sea hasta el 10 de diciembre, que se ponga a gobernar.