“En nuestras obras hay muchos materiales conviviendo, no hay una línea de unos personajes que empiezan y terminan de hacer una cosa. Hay una explosión de cosas y dentro de esa explosión que hubo en la obra anterior, El futuro de los hipopótamos, quisimos retomar los personajes de pelucas rubias que aparecían. Seguir investigando con ellos y medio que los exprimimos”, asegura Luciana Acuña. Con Luis Biasotto, ella fundó el grupo de danza-teatro Krapp, un colectivo artístico con casi veinte años de trayectoria.  A partir de esas criaturas, dieron vida a una nuevo espectáculo que bautizaron Rubios, a secas, que estrenan hoy domingo a las 19 horas en el Cultural San Martín. Allí reaparecen los cinco personajes indómitos, mezcla de niños impunes y animales salvajes, interpretados por ellos dos junto a los otros tres integrantes de la compañía: el actor Edgardo Castro y los músicos Gabriel Almendros y Fernando Tur. De todas formas, los cinco se mueven, bailan, cantan, dicen textos mientras que Tur tocará el piano en vivo y Almendros, la guitarra. En el universo Krapp todo convive y las lógicas tradicionales se desvanecen. Los lenguajes se cruzan, el absurdo y el humor se expanden y un lenguaje físico de gran potencia, impacto y quiebres toma la escena.

Rubios incluye una película dirigida por Alejo Moguillansky de media hora de duración, interpretada por esos personajes y que se proyecta en la parte final del espectáculo. “Es la primera vez que nos animamos a un espectáculo de hora y media y con una película dentro”, cuenta Biasotto a Página/12, antes de iniciar un ensayo técnico. “Esos personajes nos atrajeron por lo indomables que son, lo impredecible. Tienen una libertad medio violenta, medio tosca. Su fisicalidad es eléctrica, inconducente, como si quisieran agarrar una cosa pero en el camino se olvidan de esa acción y cambian de curso y hacen otra. Además de nuestro interés, nos llegaron muchos comentarios de otras personas y nos dieron más ganas de meternos a fondo con ellos”, señala Biasotto. Uno de los apasionados por estos seres es el propio Moguillansky, que cuando los vio en la obra anterior, “se volvió loco” y les propuso filmarlos. Hace dos veranos, en distintos pueblos de Córdoba, rodaron la película. “Son libres de lo social, de las reglas, más cercanos a los niños, a los animales. Como que hay algo de las normas y de la moral que no les pasó por encima. Tienen mucho del descontrol del cuerpo propio de los niños, que tienen una suerte de amnesia. Van a hacer una cosa y en el recorrido hacen mil otras, como que desvían el objetivo siempre. Ellos tienen un poco esa lógica, no les importa llegar a un objetivo. No tienen juicio tampoco. Entonces las acciones se interrumpen todo el tiempo y siguen adelante sin hacerse problema”, dice Acuña.

Filmaron en lugares bellísimos con piedras inmensas que cuando quedan sin agua parecen un paisaje lunar. Y si bien intentaron estructurar un guion, las locaciones fueron más determinantes que pretender imponer un orden racional. “Nos dimos cuenta que había que dejar de lado la lógica del guion porque la lógica de los personajes es otra. Si se les sale una rueda del auto, por ejemplo, no la cambian, la dejan ahí. Ellos se pueden quedar ahí, o dejar el auto o irse con la rueda. La peli y la obra en su totalidad tienen un poco de eso, como un pensamiento desde el lugar de ellos. Como si la obra la hubieran construido estos personajes y no un coreógrafo. Y la obra todo el tiempo se destruye, todo el tiempo te confunde, como llevándote a un lugar y destruyéndolo, llevándote a otro y destruyéndolo también”, destaca Acuña.

En ese micro-mundo rubio los personajes manipulan muchos objetos. En la película y en la escena en vivo, hay un intento por equiparar las cosas y las personas y que éstas no sean más que los objetos. “En la película, por ejemplo, se exacerban los sonidos de los objetos por sobre los sonidos de las personas como si las cosas tuvieran más vida que los personajes”, aclaran. A diferencia de otros trabajos donde el impacto visual es fuerte, en ésta el eje se desplaza de la imagen a las relaciones y las acciones de los personajes. “No es una obra de efectos ni de imágenes poderosas. Somos nosotros ahí, haciendo y deshaciendo. En el comienzo no están los rubios, aparecemos sin pelucas y aparece lo que somos, nuestras maneras de ser y de relacionarnos. ¡Es que nosotros somos un poco como estos rubios! ¡Nos tenemos que hacer cargo!”, reconocen. Ninguno de los cinco intérpretes es rubio, más bien lo contrario y sus cuerpos son de lo más diversos: Tur, por ejemplo, es muy alto y muy flaco, Biasotto es imponente, Acuña es menuda y pura pólvora. Ponerse una peluca clara los ayudó de algún modo a exacerbar “la idiotez de los personajes”, ir a contrapelo de cierta idea de lo pulcro, lo correcto y lo bello asociados con lo rubio. “Trabajamos todo el tiempo con las contradicciones, con que las cosas no son de una sola manera. Y la peluca es un poco una contradicción con las actitudes de los personajes”, comenta la directora.

Cada uno fue encontrando su propio rubio de acuerdo a las posibilidades de cada cuerpo, su propia forma de moverse de manera eléctrica, interrumpida, descontrolada, espasmódica. Y más que bailar alcanzaron “una forma de ser”. Como el interés de Krapp es llegar a ciertos lugares y no a ciertas formas, aseguran que los movimientos, los textos y las voces nacen de un lugar visceral, interno, profundo: “Hay algo medio hipnótico. Llega un momento en que ya estamos tan adentro que ya no tenemos que recordar la estructura de la obra ni nada racional, y es como entrar en un trance, no podés parar de moverte así”, cuentan. “Es cansador pero cómodo a la vez”, concluye Biasotto. Las funciones en la sala A del Cultural San Martín (Sarmiento 1551) son los sábados a las 21 y los domingos a las 19 hasta el 17 de noviembre. Después se van a Bélgica a participar del encuentro escénico organizado por el KVS, uno de los teatros más importantes de la capital belga, donde harán dos funciones. Krapp se completa con un equipo de profesionales que los acompañan en cada nueva aventura: Ariel Vaccaro (escenografía), Matías Sendón (iluminación), Mariana Tirantte (vestuario), Gabriela Fernández (pelucas) y Paula Russ (producción).


Detalles de la película

Producida por El Pampero Cine, Un día de caza tuvo un equipo de rodaje y posproducción limitado a un puñado de personas: el director Alejo Moguillansky (también a cargo del montaje), los intérpretes Luciana Acuña, Luis Biasotto, Edgardo Castro y Marcos Ferrante (actor invitado ya que Fur y Almendros no pudieron participar), la música de Gabriel Chwojnik, la fotografía de Inés Duacastella y el sonido de Marcos Canosa. Se subieron a dos autos y pudieron filmar en las sierras de Córdoba con mucha autonomía, decidiendo en qué lugar parar según el interés que les despertaba. Lo hicieron por ejemplo en el Valle de Punilla, Los Gigantes, Carlos Paz y contaron con el apoyo del Fondo Metropolitano de las Artes y del Fondo Nacional de las Artes. Moguillansky dirigió films como Por el dinero (que participó este año de la Quincena de Realizadores de Cannes), La vendedora de fósforos (premiada en el Bafici), El escarabajo de oro y El loro y el cisne. En esta nueva obra narra las peripecias de cuatro rubios que intentan hacer algo juntos. “Podría ser un picnic porque usan conservadoras, manteles, canastas”, anticipa Luciana Acuña. Pero su propia manera de lógica estar en el mundo, los lleva a que nunca lo puedan concretar. “Siempre se distraen con alguna otra cosa “, dice sobre estos seres ajenos a todo comportamiento social y adulto.