Este país genera muchas metáforas náuticas porque los argentinos llegamos de los barcos, como dice Litto Nebbia. Desde la imposibilidad de llegar a la otra orilla al "no se inunda más", el país hace agua cada dos por tres. Ahora yo agrego una más: con las elecciones de la semana que viene llega la etapa que sucede al naufragio, el momento en que no queda otra que subir, buscar aire, respirar, vivir. No es nada nuevo. Muchos naufragios derivaron en mejoras, incluso en cambios históricos profundos. De la guerra de Secesión a la abolición de la esclavitud, de las invasiones napoleónicas a las independencias americanas. Caer tiene su lado bueno. Claro que nadie, individuo o un país, cae por gusto. Te hacen caer los desmanejos, la mala suerte y los otros. El infierno son los otros, diría Sartre, que en nuestro caso son los enemigos de antes y de siempre, que no siempre son extranjeros.

El otro día un amigo me decía que él estaba en contra de todas las terapias, incluso del psicoanálisis. Para él, cuando alguien estaba mal, lo mejor era que se hundiera hasta tocar fondo. Parece cruel, pero así son los personajes de Arlt, tan argentinos ellos, hombres que buscan su humanidad en las profundidades de la vida, cayendo en la humillación o el crimen. Y están los artistas que dieron lo mejor de su arte cuando visitaron el infierno. Es caer para entender cosas que estaban oscurecidas por la vida cotidiana, la supervivencia llana y a veces banal. Para un país es lo mismo. Es verdad que naufragar produce dolor, muerte y frustración. Pero, si esos enemigos al que me refería te hacen caer, ahí está, servida en bandeja, la oportunidad de volver a la superficie ahora con la revelación de haber conocido el infierno.

Quizá sea erróneo aquello de Marx de que la historia se repite como tragedia o como farsa. Se repite también como oportunidad, como esperanza. La de haber aprendido una nueva y gran lección: no hay que dejar el país en manos de sus peores hombres. Parece palabrerío de campaña, pero no. La unión (por momentos ríspida) de la oposición es esperanza. También lo es saber cosas que desconocíamos, por ejemplo las caras del enemigo interno, la quinta columna del poder financiero mundial, los chetos, sus jefes y sus cómplices. Caras antes escondidas detrás de siglas, asambleas de accionistas, empresas fantasmas. Ahora sabemos mejor qué buscan cuando hablan, cuando mienten, cuando se disfrazan. "Las venas abiertas del poder en América Latina", podría llamarse este boomerang que se le generó al poder en este rincón del mundo. ¿Podrán volver a disfrazarse? Probablemente algunos ni logren caminar en paz en su propio país. Veremos.

A propósito de lo que decía mi amigo, a veces no dejarse caer es emparchar y emparchar, como un bote que hace agua y al que se le van agregando remiendos. A este bote llamado Argentina no se lo puede seguir emparchando, es un error que nuestros dirigentes no deberían cometer. Hay que sacarlo del agua y reconstruirlo. O reconstruirlo mientras navega, que es más difícil. Después del naufragio debe llegar inevitablemente una etapa fundacional. El que no lo entendió, no entendió la tragedia que vivimos y la oportunidad que encierra. Para colmo, los que vamos en el barco (nosotros) vamos a empezar a pedir parches desde la semana que viene. Tocar fondo asusta, estar en el infierno asusta. Por eso proliferan las terapias, desde las serias hasta las que te dicen que si te tatuás la palabra felicidad en el culo la felicidad llegará. Y ojo, porque los que nos hundieron conocen también las técnicas de las terapias vacías, y van a intentar embaucarnos a la primera ocasión. No es casual que hayan tomado su forma de hacer política de la prédica de los pastores televisivos. Llame ya, salvación garantizada. Pero no en la tierra sino en el cielo, mañana, después de muerto.

Por unas semanas tendremos tregua, porque cuando se hunde un país también se hunden sus discursos, relatos, mitologías berretas. También sus peores referentes, los alcahuetes de turno. Basta recordar que en otros naufragios desaparecieron tipos como Grondona o Neustad, los que nos decían lo espantosos que éramos los argentinos, siempre culpables de nuestras desgracias, siendo que los culpables y cómplices eran ellos. ¿Hubiéramos deseado flotar? Claro, porque en la caída sufre y muere gente. Pero la historia se escribe así. No por mucho desearlo, las cosas serán mejores. Y si hubiéramos flotado, quizá la gente no hubiera elegido un cambio tan contundente. Ahora me gustaría creer que nace un país nuevo. No tanto claro, después de todo somos Argentina, país latinoamericano bombardeado desde siempre por los peores hijos de puta de la tierra. Me gusta pensar que estamos ante un momento "ahora o nunca". Y que las tablas de salvación son las ideas. La política. La memoria. Los amigos. La familia. No exactamente en ese orden.

En lo concreto, hundirse significó la aparición de un peronismo diferente, unido como nunca, tanto que parece que no tuviera matices. Los grises de hoy serán los problemas del mañana. Por el momento, los problemas menores se olvidarán ante problemas mayores, como esas películas donde nos invaden los marcianos y los terrícolas dejan de pelearse y se unen para derrotarlos. Acá los marcianos son terrícolas y vecinos del country. A propósito de las ventajas de hundirse, repito que si con esto tipos hubiéramos flotado económicamente, quizá hoy no estaríamos a punto de refundar el país. Porque al fin, es la economía, estúpido, la que manda, la que sepulta las mentiras y los proyectos flojos de papeles como el de esta gentuza. Quizá, a pesar de los dolores, haberse hundido, sea bueno. La historia dirá.

 

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