Quizá el transeúnte desprevenido de San Telmo se detenga un segundo, extrañado: es la medianoche del viernes, y por la calle Chacabuco se desperdiga una pequeña multitud con evidente ánimo de fiesta. Van bailando. Van cantando. Es probable que el transeúnte, en algún momento posterior, se descubra tarareando. No sabe cómo sucedió, pero allí está.
Bailamos, bailamos / Como si hubiesen separado la Iglesia del Estado.
Hay algo en Nahuel Briones que lo convierte en un artista a no dejar pasar . En su música hay estribillos aparentemente fáciles, gancheros, y profundidades armónicas y líricas que convierten a varias de sus canciones en un viaje con todos los climas. En su show hay un frontman seductor y magnético, pero también una banda que no es de “apoyo” sino de enriquecimiento. En su historia hay suficientes discos notables como para que nadie se haga el distraído: Guerrera / Soldado y El Nene Minado, pero también perlas más ocultas como El cruce de los unders, junto a la Orquesta Pera Reflexiva. No hay razones para desconocer a Nahuel Briones.
Todo eso encontró un perfecto resumen en el show del Xirgu Espacio Untref. Del delicado arranque del músico solo con su acústica a ese final de fiesta a todo trapo con “Bailamos”, fueron más de dos horas a puro estímulo, de una sabia dosificación de los estados de ánimo. Hay una oscuridad densa pero nunca agobiante en “¿Te acordás de mí?”, “Ticket” o “Cualquier lugar del mundo”, y la contracara de la feliz luminosidad pop de “Futurito”: ¿cómo no prenderse a ese irresistible estribo de “Si estás contenta yo puedo ponerme contento también / Aunque ya no estés conmigo”? Hay una urgencia contagiosa en pasajes como “Ya no es” y “Bases y condiciones”, el tema con el que se abrió el telón y detrás del líder apareció su banda y una cuidada escenografía y puesta de luces, para reconfirmar la sensación de ceremonia especial.
Y hay, claro, momentos de pura y estimulante potencia, de esos en los que el cuerpo se mueve sin pensarlo. Arranques como “Guerrera” (“Un jinete que parecen mil”), “Garantizame” y “Juguetitos”, o el por momentos principesco “Los nuevos monitores”. Y ni hablar, claro, de “Sailor Moon”, que parece venir hablando de otras cosas cuando estalla una estrofa que se convirtió en declaración de principios para todo su público, eso de “Quiero que seas feliz / sé libre/ sé lo que quieras / Menos policía, menos policía, por favor”. Briones cuenta con perfectos cómplices en la base del baterista Pablo Manuel González y el bajista y tecladista Javier Mareco, en los sutiles matices del guitarrista Sato Valiente y sobre todo en Mariana Michi: cuando surgen los discursos más reaccionarios alrededor de la Ley de Cupo femenino en festivales queda claro el desconocimiento de la existencia de artistas tan talentosas como la guitarrista, tecladista, percusionista y cantante que es otro de los pilares de la banda de Nahuel.
Allí están todos, entonces, en feliz hermandad musical sobre el escenario y poderosa sintonía con los que están abajo. Hay espacio también para la aparición de Ivanna Colonna Olsen y dos trompetistas en melodioso cruce del escenario a un palco, y Rocío Katz y Rocío Iturralde (que integran el Miau Trío con Michi), y una intervención de Sergio Dawi para llenar la noche de saxos espaciales en “Discípulo”, cuando todo se encaminaba al final de fiesta. Ese final con “Bailamos”, con la gente desatada bajo globos y confeti en forma de corazón, prestándose al karaoke con Briones entre el público, desmintiendo una vez más las pavadas que a veces se leen y escuchan sobre la salud del rock argentino actual. Decididos a salir a la primavera nocturna de San Telmo y seguir desparramando el interrogante: ¿cómo es que no viste aún a Nahuel Briones?