Ayer, tras un cuadro de neumonía, murió Vitillo Ábalos. Tenía 97 años y poco antes había sido operado de la cadera. Bombisto, cantor, bailarín, con él se va un músico discreto y magnético, conocedor profundo de las cuestiones de la música criolla. Pero sobre todo, uno de los últimos caballeros del folklore.
Víctor Manuel Abalos, ese era su nombre completo, había nacido el 30 de abril de 1922 en Santiago del Estero, cuarto de cinco hermanos: Machingo (Napoleón Benjamín), Adolfo, Roberto Wilson, Vitillo y Machaco (Marcelo Raúl), expuestos en “orden de cigüeña”, como le gustaba repetir. Con ellos formó en 1938 Los hermanos Abalos, uno de los conjuntos que terminaron de definir la identidad de la música criolla en los escenarios. En 1939 debutaron como profesionales en Buenos Aires, primero en la Biblioteca del Consejo de Mujeres, en el que hoy es el Teatro El Globo, y enseguida en radio El Mundo, donde tuvieron su primer contrato. A partir de ahí, durante casi 60 años recorrieron los escenarios del mundo, con una forma de espectáculo en el que la canción y la danza trenzaban sus encantos.
El de Los Hermanos Abalos fue uno de los conjuntos que adelantarían el boom del folklore de los ’60, introduciendo “la cosa criolla” en Buenos Aires. Poniendo espíritu santiagueño en un panorama por entonces dominado por cuyanos, gestaron su grupo con un criterio integral, vocal e instrumental a la vez. Ofrecían verdaderos tratados musicales con sus indicaciones coreográficas, con explicaciones a medida que transcurría la actuación. Otra característica del conjunto fue el empleo del piano, a cargo de Adolfo Abalos. “En 1939, cuando nos vieron llegar a Buenos Aires con piano, nos decían: ¿cómo, ustedes no tocan el bandoneón, el violín? Para nosotros lo raro era que no supieran que la cosa criolla se tocaba en piano. Lo habíamos tomado en forma natural: el piano estaba en casa, mamá y papá lo tocaban, nosotros también. Machaco, como era el más chiquito, no podía sentarse en el taburete y tocaba parado. Así de normal era”, recordaba Vitillo en una entrevista.
Una vez disueltos los Abalos como conjunto, Vitillo siguió adelante con su programa de radio, y su espectáculo El Patio de Vitillo Abalos. “Porque en casa, a la tardecita, se llevaban el piano de la sala de música al patio. Esa fue nuestra escuela: el patio, las reuniones familiares. Donde cantábamos, bailábamos, zapateábamos, y aprendíamos de gente como Andrés Chazarreta”, recordaba. A los 13 años terminaría formando parte de su famoso Conjunto folklórico de danzas nativas.
Con vitalidad envidiable, el último de los Ábalos siguió demostrando destrezas con el bombo, sus silbidos, y también marcando los pasos a los bailarines de esa manera didáctica que fue marca histórica. “Creo que con mis hermanos hicimos un gran aporte en la danza, la música, y el repertorio. En la difusión y en la enseñanza. Decíamos: Ahora voy a cantar para ustedes una chacarera, una zamba, una huella, un triunfo, un escondido... son danzas. Porque el día que la gente deje de bailar, se muere todo el arte popular. Esa es la importancia de la danza. Lo que un buen médico diagnostica mal, el arte popular diagnostica bien. ¿Querés ser feliz? Cantá, bailá, tocá un instrumento, hacé palmas, movéte”, definió alguna vez.
Además de contribuir al más esencial cancionero argentino con temas como "Agitando pañuelos", "Chacarera del rancho", con Los Hermanos Abalos abrió la primera peña de renombre en Buenos Aires (Achalay), hizo giras por el mundo, vendió discos de a millones, participó en películas como La guerra gaucha (donde se comió una sandía de la escena, lo que causó un dolor de cabeza a Lucas Demare en la siguiente toma, recordaba). El año pasado, Juan Gigena Ábalos (guitarrista de Ciro y Los Persas) y Josefina Zavalía Ábalos, sobrinos nietos de Vitillo, terminaron el documental Abalos, que lo tuvo como protagonista.
Cambiaron las épocas, el folklore subió y bajó, se vistió de nacionalismo, de folklore romántico, se cruzó con otros géneros. Vitillo siguió tocando el bombo, orgullosamente santiagueño, siempre de punta en blanco, y marcando el ritmo con su parche.