“Es un momento duro para la comedia”, dice Paul Rudd. La estrella de Ni idea, El reportero: la leyenda de Ron Burgundy y Ligeramente embarazada culpa a las redes sociales por crear un clima hostil. “Escuchás a algunos comediantes que acostumbraban actuar en colegios todo el tiempo, y no quieren hacerlo más, porque no hay espacio para ningún tipo de comedia frontal. Todo el mundo va a enojarse por algo. Y eso es un bajón”. Pero seguro hay mucho espacio para la comedia encantadora, ¿no? “Absolutamente!”, casi grita. “Y también hay más conversaciones sobre cómo algo puede ser interpretado. Estar al tanto de cómo puede sentirse marginada una persona por su sexo, o su preferencia sexual... ahora están teniendo lugar conversaciones que antes nunca sucedían, y eso es increíble. Eso está muy, muy bien, es una cosa asombrosa”.
Es algo confuso. ¿Es la misma persona la que dio las dos respuestas? Parece una manera innovadora de mantenerse en el medio. Pero quizás es un efecto residual de filmar el programa que propicia esta charla. Living With Yourself (“Viviendo con vos mismo”), la nueva comedia dramática de Netflix, trata de un hombre, Miles, cuyo tratamiento ilegal de “spa” termina muy mal. Allí Rudd interpreta a dos personajes. Uno es letárgico, abatido, lúgubre: el tipo de persona que siente celos de la mosca que acaba de aplastar. El otro es enérgico, optimista, efusivo: el tipo de persona que saca la cabeza por la ventanilla solo para mostrar que está contenta de estar viva. La cuestión es que son la misma persona, clonada.
El programa es oscuro. La primera escena involucra a Rudd saliendo de una tumba poco profunda, desnudo e hiperventilando. “Filmar eso fue horrible”, dice. “Fue la cosa más rara que haya tenido que hacer jamás. No soy realmente claustrofóbico, pero algo en nosotros sabe bien que no está bueno que te entierren vivo. Había un tubo para que pudiera respirar”. El actor filmó la escena en un parque público. ¿La gente le pasó por al lado? “¡Sí! Pero eso es lo grande de New York. Que alguien salga del piso vestido con un pañal es la tercera cosa más rara que hayan visto ese día”.
De manera poco sorprendente, el show es también muy divertido. Es el rol perfecto para Rudd, un eminente hombre-para-todo. O al menos el tipo de estrella que te convence de que es un hombre-para-todo mientras exuda carisma y una confianza que no es ególatra. Nunca se sabe si uno se está riendo de sus personajes o con ellos. O si la broma es uno.
El Phil Rudd que está hablando hoy en un hotel londinense es el que recuerda más a Miles 2.0: confiado en sí mismo, con alta energía y poseído por un entusiasmo contagioso que a veces lo lleva a gritar en medio de una frase. Un piquete de protesta de Extinction Rebellion bloqueaba las calles en su camino aquí, “así que salí del auto y me puse a correr”, dice alegremente. “Es realmente importante, ¿sabés?”, dice con resolución y sin afectarse por el contratiempo de último minuto, vestido con una remera blanca, saco azul y el fresco aspecto de alguien que tiene diez años menos.
De hecho, se ha convertido en todo un tema el hecho de cuán joven se ve el intérprete de 50 años, casi tan joven hoy que cuando apareció hace 24 años como Josh, el hermanastro e interés romántico de Cher Horowitz en la comedia romántica Ni idea, de 1995. Cuando se puso por primera vez en los zapatos de Ant-Man, el superhéroe de Marvel –un personaje que volvió a encarnar este año en Avengers: Endgame- que lo llevó a un nuevo nivel de fama, tenía 46. Hay memes, tuits virales u encuestas de BuzzFeed basados en su aspecto de Dorian Gray. Pero Rudd, según parece, está algo abrumado por todo el asunto. Cuando se le preguntó sobre el tema en una reciente entrevista del New York Times, se erizó: “Estoy al tanto... pero no hay nada que pueda decir de ello”. Antes de esta entrevista hubo un pedido expreso, aunque cortés, de no tocar el tema.
Todo lo demás, de todos modos, está en la mesa. ¿Cómo se siente sobre la línea cada vez más borrosa entre las películas y la TV? Algunas personas piensan que está dañando la “santidad” del cine, otros piensan que los films de Marvel contribuyen a eso. “Wow”, dice Rudd. Es verdad. Martin Scorsese lo señaló hace poco. “A fin de cuentas, creo que cualquier actor quiere trabajar en algo que le guste. El material es bueno, los guiones son buenos, el personaje es interesante. Hoy la gente mira sus películas en TV, hoy la gente mira sus películas en teléfonos. Con lo que me parece que todo se reduce a que es un personaje interesante, los temas son originales. Me gusta el material. No estoy pensando en nada más allá de eso.”
Rudd empatiza con el original, más conflictivo Miles de lo que podría esperarse. “Uno puede relacionarse con por qué va a un spa”, dice. “Su matrimonio no está en el mejor momento, no le esá yendo bien en el trabajo, todo en su vida fue mejor antes, y está empantanado. Creo que es algo que todos hemos experimentado en algún momento de nuestras vidas. Vamos a terapia, queremos ir al gimnasio, queremos hacer todo lo que podamos intentar y mejorar nuestro ánimo, tratar de mejorar nuestro aspecto, tratar de mejorarlo todo.”
Pero tener un clon no ayuda realmente a mejorar las cosas. Y hay repercusiones morales a la conducta de Miles. No solo en lo que tiene que ver con su esposa Kate (Aisling Bea), que califica sus acciones –y su subsecuente decisión de esconderlas de ella- “una violación”. “¿Pensé en las implicancias éticas?”, señala cuando se lo interroga sobre esa línea de diálogo. “No lo hice... me acerco a eso de la manera en que los personajes pueden pensar, y no como yo, el ser humano detrás del personaje, puedo pensar. Es decir, ¿cómo me siento sobre la clonación en general? No es mi preocupación. ¡No soy el tipo al cual preguntarle!”
Aun así, como alguien que tiene una faz pública y otra privada, Rudd debe haberse identificado con un personaje cuya personalidad ha sido dividida en dos. Se produce una pausa de diez segundos. “Supongo que realmente hay un paralelismo”, dice lentamente. “Eso... sí, es verdad. La personalidad privada es quien soy. Pero la persona pública es también una parte de quién soy yo. Pero no tienen la misma clase de heridas de batalla. Es ciertamente diferente en mi vida real, porque las cosas con las que tengo que lidiar son las cosas de la vida. Cosas de la vida real.”
Rudd, nacido en New Jersey con padres británicos, está casado desde 2003 con la publicista y guionista de cine Julie Yaeger, con quien tiene dos hijos. Pero aún cuando su fama empezó a ascender, el actor se las ha arreglado para mantenerse a muy buena distancia de los tabloides y las columnas y programas de chimentos. Quizás por sostener una relación muy poco hollywoodense, que no cambió demasiado. “En mi vida privada tengo que lidiar con las cicatrices y traumas de asuntos reales que tienen que ver con vivir la vida real. Cuando estoy en público doy una versión muy filtrada, muy suave de eso”, señala.
¿Pero no es una falsificación? “Bueno, puede ser”, se ríe. “Hay una versión naturalmente poco auténtica que tiene que manifestarse. Nunca hice una entrevista con la guardia baja. Es algo simplemente inevitable. Puedo contestar una pregunta con toda franqueza, pero siempre es con una lente de que eso es algo que será leído, o será visto, y por lo tanto cambia naturalmente. Nunca estoy totalmente relajado. Y mientras estoy tratando de no manipular lo que consigue el entrevistador, supongo que en cierto nivel sí es una manipulación, y no es algo auténtico”.
Hay algo, de todos modos, en lo que las personalidades pública y privada de Rudd tienen una coincidencia: el humor. “Siempre sentí que las bromas pueden ayudar en cualquier situación”, dice. “Es importante que todos recordemos reírnos. Porque la vida es dura”.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.