Un dato seguramente desprovisto de interés masivo resalta incluso en una semana como la que pasó, plagada de rebotes noticiosos.
Hubo el drama repetido, indignante y estructural de los inundados del Gran Buenos Aires, también usado como show de especulación política en los medios que ya se saben. El tema desapareció, como es de ley. Cuando el agua baja, que es el momento más terrible al comprobarse que, otra vez, se perdió casi todo, los cronistas se van.
Hubo el índice de inflación de septiembre, que discriminado es más grave todavía porque la canasta de los pobres sufre muy por encima de ese porcentual de 5,9. El acumulado de los alimentos básicos es 326 por ciento, durante la gestión del mago con dientes que resolvería la suba de precios en dos patadas.
Hubo los ecos del primer “debate” de los candidatos presidenciales, renovados tras el de este domingo, aunque en ambas instancias y, por fuera de aspectos formales, se trató de ratificar presunciones y convicciones. Nada de lo sucedido en ambos encuentros modificará el resultado del domingo que viene.
Y claro que debe incluirse la marcha multitudinaria del adiós a Macri, que inauguró un palco en la 9 de Julio mirando hacia Avenida del Libertador. No puede negárseles sinceridad simbólica. Son la herencia antropológica de la manifestación de Corpus Christi en junio de 1955, contra Perón, pero hoy sin bombardeos ni tanques aprestados. La historia argentina tiene demasiado de circular.
Queda como incógnita, muy relativa, determinar si acaso Mauricio Macri es quien está en condiciones de sostenerle votos a ese sujeto social que ancla en el odio. Asomarían con más apuestas Horacio Rodríguez Larreta, vencedor probable, o María Eugenia Vidal, derrotada segura. Pero alguien deberá recoger la responsabilidad de reunificar electoralmente a la derecha.
Entre esos y otros brincos importa colar lo sucedido en Mar del Plata, en el coloquio anual de los grandes empresarios agrupados en la sigla IDEA. El 82 por ciento de esos ejecutivos, que no son toda la crema del poder real pero sí una parte inescindible para entender cómo funciona, contestó que la crisis es peor de lo que se esperaba. En 2017, prácticamente la misma cantidad de encuestados había respondido que en el segundo semestre de ese año la situación sería “mucho” o “moderamente” mejor.
Pero lo mejor fue el título de la cobertura efectuada por Florencia Barragan para PáginaI12, al referir que, en ese foro empresarial, de la euforia con Macri no quedó ni el recuerdo.
Dio cuenta de igual cosa la misión de Hernán Lacunza y Guido Sandleris ante la titular del FMI, Kristalina Georgieva, quien los mandó de paseo cuando intentaron el último desembolso de la hipoteca bestial que deja Macri. Será muy interesante saber el programa del futuro gobierno, les dijo la búlgara en doloroso eufemismo por “estoy esperando a Fernández”. O a los Fernández.
Las grandes preguntas de la coyuntura inmediata son qué podría ocurrir, en “el mercado”, entre el lunes que viene y el 10 de diciembre. Nadie lo sabe con exactitud. Nadie arriesga una respuesta firme. ¿El gobierno saliente endurecerá el control de cambios? ¿Dejará que acontezca un eventual incendio, precisamente porque se va? ¿O le será más fuerte tratar de no concluir con una imagen más espantosa aún, consciente de que podrían agravarse las complicaciones judiciales de varios de sus funcionarios por las movidas financieras posteriores -y previas- a las PASO?
Por lo demás, está todo tan dicho que aburre agregar.
El único que agrega es Macri, pero para quienes no se resignan a perder capacidad de asombro. Lo cual es estimable.
¿Cómo puede ser que un Presidente, candidato a renovar su período, repita en forma textual una retahíla de entre cinco y diez oraciones, de jardín de infantes, en cada uno de esos lugares que eligió o le eligieron para despedirse?
¿Cómo es posible que cuando incorpora algo sea para confundir a Chaco con Corrientes, o hablar de las mujeres que revientan la tarjeta de crédito y de la revolución de los aviones?
¿Cómo es que termina en esto esa promocionada selección de cuadrazos publicitarios -y hasta políticos, dijeron tantos- que apenas hace dos años se pensaban invencibles a corto y mediano plazo?
Las respuestas, certeramente, no pasan por la figura individual de un jefe de Estado con tremendas limitaciones intelectuales y retóricas.
Sí son atravesadas, quizás, por eso que desnudó la encuesta (y los discursos, y el clima, y las recetas repetidas) del coloquio de IDEA.
Esa clase dominante que no concluye nunca en ser dirigente, porque su angurria le obstruye hasta la inteligencia de que la torta se reparta, apenas, en forma más equitativa. Al menos para acercar a garantizar(se) plafond político. Si encima confían en el liderazgo institucional de un hombre como Macri…
Con esa clase, que entonces funciona como una banda de intereses corporativos sin altura dirigencial alguna, deberá lidiar el gobierno inminente. Con ella, con las presiones del exterior y con las internas que podrían convertirse en el tradicional fuego “amigo” si vacila la muñeca para conducirlas.
El kirchnerismo supo trabajar esas tensiones bastante bien. O muy bien, si es por los marcos que Cristina definió como haber detentado, a lo sumo, un cuarto del poder.
La administración K llegó hasta que los errores propios; el estrangulamiento externo de los dólares necesarios para sostener la economía; la excitación clasemediera en su creencia de que había lugar para aventurarse con un ricachón “productivista”, no necesitado de robar, le cedieron espacio a esta fiesta de corruptos políticamente inservibles.
En diciembre, el peronismo volverá con el enriquecimiento de haber aprendido mucho. Con un presidente que es un cuadro experimentado. Con una líder más abierta, que marcará la cancha si hay desviaciones serias. Con un gobernador inédito en el territorio madre de todas las batallas. Con un apoyo en las urnas que habilitará animarse a (volver a) transgredir.
Solamente para empezar, alcanza.
Son estas unas últimas reflexiones personales, nada novedosas, antes del festejo hacia la noche del domingo 27.
En algún lugar de esa alegría, inmensa, me voy a acordar de Zloto.
Lo que se viene, quedó dicho, es tan esperanzador como bravo. Muy bravo.
A un lado estarán confianza y acción para valerse de una nueva chance colectiva. Hubo la unidad para ganar y habrá esa fuerza que es como el amor en sus principios.
Del otro lado, las amenazas tendrán las figuras de siempre, explícitas, y los sapos diversos. Casi seguro, muchas veces, dudaremos no de las intenciones pero sí de la efectividad, final, para empezar a mejorarle la vida a tanta gente a la que no se debe hacer esperar. Ni en sus necesidades básicas, ni en sus expectativas de poder retornar a una vida materialmente satisfecha en ciertos alguitos indispensables.
Cuando vayan quedando atrás la euforia y el romanticismo de la victoria, bien merecidos tras esta desgracia macrista que se despide en el adjetivo pero no en su significado, entre lo que nos va a faltar estará ese periodista imprescindible para cualquier entusiasta del pensamiento crítico.
Ese tipo que no se vendió, jamás. Trabajó años en campo minado, en una especialización infestada de tentaciones. Y no se vendió.
Detestaba que le dijeran “equilibrado” porque, a ver si nos entendemos, era de los nuestros.
Sólo que de los nuestros sin demagogia.
No era el único. No es. Ni ahí. Hay muchos.
O varios.
En cualquier caso, qué falta vas a hacer, Zloto, cuando haya dudas y no esté tu rigor estoico, lleno de esos datos que nunca pudieron desmentirte ni a derecha ni a izquierda, para asegurarse de que tal o cual cosa va para acá o para allá.