Difícil semana la que hoy empieza. Más allá del nuevo debate entre candidatos presidenciales al que asistimos (y que otros colegas analizan en esta edición), la cuenta regresiva hasta el próximo domingo no deja de ser inquietante y, en opinión de esta columna, mucho más llena de riesgos de lo que parece.
Pero no por temor a la improbable derrota de Alberto y Cristina, sino porque los seguros derrotados del domingo 27 son la misma banda de contumaces mentirosos, marrulleros y antidemocráticos, que ha desgobernado a la Argentina los últimos, agobiadores cuatro años, con las consecuencias que están a la vista en términos de hambruna, insalubridad, desindustrialización, desempleo, robo de divisas a mansalva y concentración de riqueza en pocas y sucias manos.
El temor, por eso, y como esta columna ha reiterado junto con un puñado de técnicos durante estos cuatro años, se basa en el fraude que vienen preparando y que les salió tan mal el 11 de agosto pasado, cuando el disparate informático pergeñado entre los más altos funcionarios macristas y la desprestigiada empresa Smartmatic les fracasó estrepitosamente justo a la hora del escrutinio. Todo el país vio la frustración y desolación del bandidaje cuando luego de dos o tres horas de desconcierto y silencio, no tuvieron más remedio que recular sin vergüenza porque no la tienen.
El pasado viernes 18 el colega Werner Pertot, en este diario, describió algunas maniobras preparadas y activadas desde el gabinete macrista: cientos de videos confusos y fake-news, y miles de trolls embarrando la cancha. Y todo ello, mientras Macri recorría el país convenciendo a miles de ya convencidos y sembrando el mismo podrido odio que propala desde hace años.
Aunque sobra aclararlo, esta nota no se escribe por temor a una derrota electoral el 27. Que es impensable a la luz del malhumor social que se advierte en las calles de todo el país y que no es hijo del resentimiento sino de la renovada conciencia cívica y social que produce el estado calamitoso de este país riquísimo pero devastado. La certeza del triunfo del Frente de Todos, por eso, va incluso más allá de la unanimidad de las encuestas que anticipan que hay más de 20 puntos de diferencia entre la fórmula Fernández y la Macrista. Eso es algo que se palpa, que se aprecia en las calles –digo las de todo el país, no las capitalinas de alrededor del Obelisco– y que por eso mismo hace temer que los poderosos desesperados seguramente intenten el fraude una vez más.
O sea que el cuadro a la vista obliga a "estar atentos y vigilantes" –como decía Perón– porque es seguro que van a intentarlo. Y no sólo por medio de Smartmatic sino también –es muy posible– mediante provocaciones de fiscales, policías y gendarmes bullrichianos impidiendo fotografiar planillas de escrutinios y resultados.
Lo que hay que entender es que estos tipos el domingo que viene se jugarán su última carta. Y ya se sabe que los malandras no tienen escrúpulos en el instante final. De modos que si estos fueron capaces de engañar, estafar y envenenar de odio a un país entero –para luego saquearlo y encima condenarlo a pagar sus choreos por varias generaciones– es obvio esperar de ellos cualquier fullería.
Esto es lo que explica –es una hipótesis– tanto aspaviento machista y tanto cacareo sisepuedista de ese candidato que no sabe hablar y que de haber ido a una escuela pública habría merecido más de un cero en geografía y en historia. Pero que, parido en colegios privados, caros y oligárquicos, sólo puede darse ánimos desde la agresividad y el odio (como se demostró en el Obelisco durante la porteñada del sábado).
Estas reflexiones tienden a exhortar a la lectoría de este diario a que, esta última semana y el domingo entero, forme parte de la gran masa del pueblo que deberá estar alerta, serena y muy consciente de que los ricos, y sobre todo si ladrones y corruptos, son incapaces de dejar el poder por las buenas, o sea democráticamente, en paz y por mayoría de votos. De gente como ésta, que endeudó a todo un pueblo para fugar gigantesca dolariza a las cuevas de sus amigos, es dable esperar siempre lo peor. Por eso, ahora más que nunca, hay que participar, fiscalizar y mantener la calma pero con mucha firmeza.
De todos modos, el delirio dizque triunfalista de estos tipos durante las últimas dos semanas, les dejará además a Alberto y a Cristina la inmensa y odiosa responsabilidad de gobernar en emergencia permanente y desarmando mediante decretos el desastre del choreo final. Por ejemplo, para anular que el Sr. Caputo se quede con el puerto de Buenos Aires, que están transfiriendo a la Ciudad a todo trapo. O para normalizar de inmediato las relaciones con el gobierno bolivariano de Venezuela, que más allá de acosos o desaciertos tiene la legitimidad que le falta a ese invento norteamericano que Macri acepta con vocación de lacayo. O para anular, también por decreto, los pases a planta de último momento de millares de sus esbirros como están haciendo (y práctica, por cierto, que no es invención de estos tipos y debería ser prohibida para siempre y para todos los gobiernos).
Esta última semana pre-comicial es de grave vigilia. Porque si no caben dudas del triunfo popular, tampoco las hay de que estos energúmenos son peligrosos. Sobre todo porque sus patrones, sus mandantes, sus ideólogos neoliberales son los mismos que han puesto al planeta de cabeza, patas para arriba. Y lo han hecho a cualquier costo y sin moral alguna. Mire usted, nomás, lo que eran este país y este mundo hace una década y lo que están siendo ahora.