El empleo de agrotóxicos en las fumigaciones sobre lugares rurales, donde viven personas, es un verdadero drama que lejos está de resolverse. El gravísimo tema fue abordado en diversos documentales, con Viaje a los pueblos fumigados, de Fernando “Pino” Solanas como el más contundente. Pero esta problemática nunca había sido contada por una ficción. Hasta ahora, porque el cineasta Emiliano Grieco construyó una historia en su nueva película que no casualmente se titula El rocío.
El film –que se estrena mañana jueves- cuenta la historia de Sara, una mujer que vive con su beba en un barrio humilde de Entre Ríos. La pequeña comienza a enfermarse y de repente no puede respirar. Un médico le cuenta a la madre que estos ataques son provocados por las fumigaciones en los campos cercanos a su casa. Ella pelea por detenerlos, pero es inútil. La salud de su hija se agrava y deben viajar de urgencia a Buenos Aires. Sin recursos para hacer el viaje, Sara recurre a viejos contactos y empieza a traficar cocaína del campo a la ciudad. Es así como quedará atrapada en una red. Pero Sara sabe que tiene que arriesgarlo todo si quiere salvar a su hija.
“Vengo trabajando muchos documentales y empecé estudiando cine documental. Comencé a investigar sobre la situación de lo que estaba pasando en Entre Ríos y me comentaron que había un caso en San Jorge, Santa Fe, de una mujer que tenía un campo al lado de su casa, al que fumigaban, y una de sus hijas se enfermó”, cuenta Grieco. “Investigando, vi que había muchos casos parecidos. Había uno en Concordia de una chica con una naranja. Eran distintos casos, no sólo de soja. De ahí, empezó a salir la investigación de la película, las entrevistas y después empecé a escribir una ficción”, agrega.
-¿Por qué decidiste hacer una ficción en vez de un documental sobre este tema de gran actualidad?
-Me pareció que podía ser más fuerte entrarle desde la ficción al tema. Había muchos documentales sobre esto y me nacía más hacer una ficción. Pensé que podía ser más fuerte. Necesitaba escribir una historia porque también estaba uniendo cosas que pasaban en la provincia como, por ejemplo, el narcotráfico. Para mí son todas cosas que están relacionadas.
-¿Tu película funciona como una ficción de denuncia?
-Por una parte sí, pero también voy a un lado más humano, porque es una mujer con su hija y ella busca resolver todo desde su lugar. Pero hay una denuncia ecológica, si se quiere, porque es algo que está sucediendo en el ecosistema y en las personas, en general.
-¿La idea fue no sólo mostrar las consecuencias dañinas de los agrotóxicos a la salud humana sino también las amenazas que reciben los denunciantes?
-Sí. Hay una red en todo eso y un manto de silencio. En las provincias, sobre todo en los pueblos más chicos, lo que pasa es que cuando se corre la voz entre la gente que está a favor de este tipo de prácticas o algunos vecinos que están en otra cosa, se empieza a señalar a quien denuncia. “Esta es la loca que está denunciando este caso”, suelen decir o responden al “No te metás”. Son todas cosas que empiezan a ir por ese lado hasta que después los mal llamados “locos y locas” les demuestran al barrio: “Esto está pasando y nos está jodiendo a todos”. En Entre Ríos hay ingenieros agrónomos y hay mucho dinero dando vuelta. Las intendencias, los gobernantes están metidos. Los primeros que empiezan a hablar son los primeros en ser atacados. Ahora se habla mucho más del tema, está todo más establecido, pero no hay ningún tipo de cambio y todo está casi igual. Por lo menos, lo que uno ve.
-¿Por qué elegiste a Entre Ríos como ámbito de la acción?
-Soy de Entre Ríos, nací ahí y pasé toda mi infancia en campos. Entonces, las historias me llevan un poco a Entre Ríos. Y lo que más me interesa es el recorrido del campo a la ciudad. Me interesa mucho ese tema porque me tocó desarraigarme, pero ¿qué pasa en los barrios? ¿Por qué hay tan genta en Buenos Aires? ¿Qué pasa que la gente se tiene que ir de su lugar de origen y ocupar un lugar acá que por ahí no es propio, o terminar en un barrio súper alejado de su trabajo? Es cómo se va formando Buenos Aires, según mi visión. Trabajé en el Hogar Barrio Evita cuando llegué a Buenos Aires y allí iban indigentes. Yo tenía que atender, nos quedábamos mucho a la noche y atendía a la gente que venía con diferentes problemáticas de salud. Era gente muy indigente de Concordia, por ejemplo. Todo eso me quedó muy marcado porque todos los años pensé cómo podía volcarlo y ahora está en la película.
-¿Trataste de evitar los golpes bajos en cuanto a las imágenes de la enfermedad de la niña?
-Sí, fue una propuesta de no caer en eso. El tema es bastante fuerte de por sí. Mostrar una nena que no puede respirar, como sucede al inicio de la película, ya estaba bien ahí. Y me pareció que ése era el mejor momento para hacer hincapié en eso y después seguir con otra cosa.
-¿Hacer esta película te permitió tomar mayor dimensión de esta problemática?
-Sí. Y despertó interés en las personas que la vieron antes del estreno. Preguntaban. Voy tomando dimensión de otros casos que pasaron. Está todo muy relacionado con los desmontes y los pueblos originarios que son desplazados. Sigue siendo así. Me sigue llamando la atención y sigo investigando el tema. La soja y los agroquímicos son una parte de un gran todo, que tiene que ver con la agroindustria, con las semillas manipuladas genéticamente. Es para el lado que está agarrando todo esto, que también es temeroso.
-¿Cómo notás el tratamiento del tema en los medios?
-Noto que hay poco. No tiene la suficiente importancia, aunque ahora habló Tinelli y están hablando personas que son como mainstream, entonces la gente para un poco más la oreja. Pero es una problemática que se tiene que tocar mucho más fuerte. Este gobierno volvió a subir el nivel de tóxico en las fumigaciones que se había bajado. Sigue estando en el mismo nivel que antes del cambio. Tiene que haber algo mucho más fuerte y tienen que haber más penas para la gente que hace esto para que se termine.
-¿Crees que el medio ambiente no tiene la misma importancia que otros temas en la agenda política?
-No la tiene porque muchas veces por ahí desde las reservas que tenemos como la minería y, en este caso, la soja, es una gran entrada de dinero y eso gana en la balanza.
-¿La gente urbana es sensible o indiferente a esta problemática que sucede en zonas rurales?
-Creo que empieza a ser más sensible por conocimiento y por la alimentación. Según qué tipo de alimentación quieran las personas, van a tener conciencia de esto. Por ahí, pasa que en una familia grande no hay dinero y no pueden comprar en un lado u otro, pero hay gente que es más autosuficiente y puede comprar en algún lugar que conozca que no venden alimentos contaminados. Y empiezan a tener un poco más de conciencia.