La puesta en escena remite al cine. A esas películas independientes donde la fotografía no busca embellecer sino conservar cierta suciedad de la imagen, como si allí habitara un secreto sobre lxs protagonistas. El padre es demasiado joven y se tira en el sillón del living, encantado por el desprendimiento del Glaciar Perito Moreno que ve en la televisión. Esos hielos funcionan como una suerte de inspiración para sus leves ambiciones de músico, para ese estado de ausencia que logra con la guitarra. Pero en esta historia de situaciones disonantes, de personajes que entran para dar vuelta lo que parecía quieto, José Ramos tiene un hijo superdotado. Pedro regresa del colegio y se comporta como el padre precoz de ese padre veinteañero.A esa casa donde todxs llegan menos la madre que se fue con una beca a Alemania y les gira dinero para que la vida siga más allá de la mansedumbre extasiada de José, se acerca la maestra de Pedro. Paloma Contreras instala una actuación próxima a la comedia. Desde su aparición la dramaturgia de Joey, el monstruo Moreno parece decidirse por momentos de efectos fulminantes. La joven maestra se enamora de José, de su estampa de rockero fascinado por Los Ramones y no quiere irse nunca de ese living desordenado . Pero la verdadera narradora de esta historia es Carla, la compañera de colegio de Pedro que no comparte sus habilidades intelectuales. La niña vive en el departamento de arriba y seguramente guiada por el magnetismo absurdo de ese grupo de abandonadxs que conforman Pedro, José y la maestra, ella también quiere quedarse en esa casa donde los hielos del sur se convierten en las esculturas de Pedro hechas con los desprendimientos del techo del departamento, en una imagen que da cuenta del modo en que los niños hacen del derrumbe una instancia mágica. Cecilia Bassano se anima a pensar un drama imaginado desde la infancia, donde la narración es sostenida por una niña que desconoce la magnitud de la tragedia que la captura pero que necesita hablar sobre su pérdida como si en ese fuego de las palabras se forjara su carácter. Es en la elección de Lola Seglin, de ese prodigio de la actuación que ya pudo verse en la puesta de Tiestes y Atreo, que el personaje de Carla logra una desenvoltura, una comprensión y un manejo de la escena que sincronizan a la perfección con las necesidades del texto. Carla no puede permanecer en su casa porque ni su madre ni su hermano saben como soportar la muerte del padre. La familia era del campo y un peón mató al papá de Carla en un crimen que, se supone, tenía una intención política. Claro que a una niña de ocho años los motivos, las condiciones sociales, le llegan como algo que resuena, que se lee en la necesidad de su hermano de jugar con armas de fuego y en un pedido de venganza que para ella no existe. Carla solo desea hablar con el ausente, recordar su cara. Mientras Pedro rechaza la voz de la madre y no quiere continuar la conversación en el teléfono, su amiga ansia que ese lugar fantasmal pueda tener una forma, ser visible para ella. Los personajes se desplazan por la escena como en una comedia perdida donde los adultos están un poco infantilizados y lxs niñxs parecen tomar decisiones, despabilarlos de tanta costumbre. En la escritura de Bassano la diferencia entre el relato que construyen lxs dos niñxs, especialmente Carla como un personaje errante, muestra a los adultos como seres frágiles, tambaleantes en sus palabras y acciones como si la infancia fuera una instancia de mayor seguridad para atravesar la tragedia o como si en esa dimensión de lxs niñxs descubrieran una verdad que para los adultos ya es imposible conquistar. Joey, el monstruo Moreno se presenta los viernes y sábados a las 21 en El Cultural San Martín.
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