Un hombre de 41 años muere en la puerta de su casa, un domingo a la madrugada. Llegó solo, nadie lo siguió ni lo violentó. Tiene las llaves en la mano, la autopsia indica que la causa fue una broncoaspiración, una “asfixia provocada por el contenido del estómago, que se habría ido a la vía aérea”. El hombre se llama Lucas Carrasco, el 11 de septiembre pasado fue condenado por la jueza Ana Dieta de Herrero a nueve años de prisión por abuso sexual con acceso carnal. El periodista, que se hizo conocido por el blog República Unida de la Soja, es llorado por algunos –no tantos, pero sí suficientes para alarmar- en las redes sociales. El más ilustre de los deudos virtuales fue el músico Andrés Calamaro. “Lucas... caramba, qué putada. Hay que decirlo, no era violador ni delincuente. Lo condenó la ley del hashtag... El odio al hombre, la estética del rencor. LA VíCTIMA CARRASCO... Sabemos que es así”, twitteó el autor de "La Parte de Adelante", una de las tantas canciones misóginas que sembraron la educación sentimental de al menos una generación.
No se trata (solo) del Salmón: si bien sus tweets generaron rápidamente repudios varios, también hubo quienes se subieron a esa ola. Culpar a los feminismos y las feministas por la muerte de un hombre que se ahogó en la puerta de su casa es una buena forma de desviar la atención de los 275 femicidios y femicidios vinculados que según las estadísticas oficiales se produjeron en 2018. Fueron más para la Casa del Encuentro, que lleva estadísticas propias desde 2008. Esta organización detectó 308 asesinatos de mujeres por el solo hecho de serlo durante el año pasado. ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? Mucho, demasiado, más de lo que parece.
En sus redes, donde se lo recuerda apenas como provocador, Lucas Carrasco decía que la actual es una época “neovictoriana”. Así entienden cualquier límite, cualquier irrupción del deseo de una mujer (deseo de no hacer lo que ellos quieren, por ejemplo), estos hombres, seguramente educados en la pedagogía del porno que se solaza justamente, en la violenta imposición a ellas del goce masculino. Esa educación sexual que todos los días consumen en Internet no los exime de su responsabilidad. Y sí, en cambio, les hace naturalizar que siempre harán lo que quieren con la otra.
“Hasta que te acostumbres”, le dijo Lucas Carrasco a Sofía Otero luego de la penetración anal que ella repelió. Fue la respuesta a la pregunta de la chica sobre hasta cuándo pensaba seguir violándola. La idea de dañar hasta que la mujer se acostumbre –e incluso, “hasta que le guste”- es otra de las construcciones de un patriarcado que sólo puede perpetrarse a través de la violencia en distintos niveles: sexual, física, simbólica, psicológica. A cuántas les habrán dicho “ya te va a gustar” eso que les hacían sin que ellas lo disfrutaran.
A Sofía le llevó tres años advertir que ese dolor tenía un nombre: violación. Haber consentido una relación sexual no obliga, y eso las pibas ya lo saben sin necesidad de ningún manual. “Claramente, la aceptación de un contacto sexual voluntario para cualquier adulto, tanto para un hombre como para una mujer, no implica de por sí la aceptación de cualquier práctica, no resulta un permiso amplio y absoluto para que el otro concrete su entera voluntad”, dijo la jueza Dieta de Herrero en los fundamentos del fallo, que el periodista y bloguero había apelado, con la intención de morigerar la pena. En twitter, algunas mujeres se preguntaban por qué estaba libre. Porque la sentencia no estaba firme, y las garantías constitucionales corren para los violadores, ya que de eso se trata, más allá de todas las cuitas que las feministas podamos tener con la justicia patriarcal y el punitivismo. Si es delito, el castigo vendrá tras cumplir la presunción de inocencia. Y la violación es un delito inscripto en el Código Penal. Presunciones que nunca se cumplen para nosotras, garantías que siempre nos tienen en entredicho como culpables, aún cuando nos hayan violentado.
La ley del hashtag, así la denominó Calamaro. No pueden disimular su desconcierto, su bronca, porque violar ya no está permitido y porque no hay video porno ni chiste entre amigos que pueda acallar el grito de miles de mujeres que dicen: nuestro cuerpo lo gozamos como queremos.
“El panegírico que Calamaro le dedicó a Carrasco nada tiene que ver con la contracultura ni con la rebeldía ni con la incorrección política; es solo el berrinche nostálgico de un varón privilegiado, perpetuador de la cultura machista, funcional al statu quo patriarcal, añorante de las épocas de oro de la cofradía de los machos del rock, cuando las pibas callaban por miedo y vergüenza los abusos de los otrora ‘ídolos’”, escribió Lali Tubino, feminista independiente de Rosario, gran conocedora del así llamado rock nacional. “Resopla y bufa tu miedo, verraco melancólico y cachocastañesco. Y mientras los toros se desangran en el altar de tu frágil masculinidad hegemónica, cuéntanos qué se siente ser uno de los dinosaurios que van desaparecer”, le dedicó con ironía.
Pocos días antes, el martes 15 de octubre, había muerto Cacho Castaña y otro de los personajes caricaturescos del machismo argentino, Baby Etchecopar, atinó también a culpar a las feministas por la muerte del autor del verso “Si te agarro con otro te mato, te doy una paliza y después me escapo”, aquella canción que sí se bailaba en casamientos y fiestas de fin de año porque, al fin y al cabo, ¿por qué tanto lío por una mujer muerta? Eso sí, si el muerto es un varoncito, hay que buscar enseguida a las culpables. No estar dispuestas a ceder su lucha por una vida libre, denunciar las violencias, eso sí que es imperdonable.
Carrasco tuvo su cuota de fama cuando era invitado a los programas de televisión 678 y Duro de Domar. Eso le facilitó la posibilidad de ser conocido –y admirado- por muchas chicas. Tras la violencia sufrida, un día, Sofía leyó en redes el relato de una joven del abuso que le había infligido Carrasco. Las denuncias se sumaron, aunque sólo dos llegaron a la instancia judicial y la condena llegó por un hecho. En su defensa, Carrasco dijo “No soy un violador. La mera aparición de esa palabra es una situación vergonzosa. Puedo tratar mal a alguien o ser irrespetuoso, pero no cometer un delito". De lo que se trata, siempre, es de desmentir la voz de la mujer. De relativizar lo que dice porque claro, lo que ella quiere no es tan importante.
El relato de Sofía es indubitable: tras una relación consentida, él cometió una penetración mientras ella estaba de espaldas, acostada contra el colchón, y le pedía que parase. ¿Todavía hay que recordar de qué se trata el consentimiento? Para la jueza Dieta de Herrero está claro y lo dice en lenguaje judicial, que siempre llega revestido de mayor legitimidad. “No existe otro consentimiento que aquel que resulte libre, voluntario, inequívoco, activo, despojado de presiones, manipulación, o influencia de drogas o alcohol, específico, con información previa, actual y continuo. Sin embargo, hay algo que el consentimiento no es. No es omnicomprensivo ni infinito".
Que Carrasco quiera ser convertido en víctima por algunos twiteros acostumbrados a la violencia como manera de relacionarse, es incluso esperable. Pero no puede confundir las cosas: la justicia actuó, y la impunidad sedimentada por años y años, dejó de ser el refugio de siempre.