Hoy comenzó el desabastecimiento. Piñera no se ha reunido con nadie más que con sus miembros del concierto represivo y los dueños de supermercados, un escenario que nos retrotrae a 1973, un año que mi generación (1980) no vivió, pero que la frágil memoria chilena ha deslizado por las voces de nuestras familias.
Deseé tantos años que Chile despertara, en cada marcha, en cada persecución, represión, gritos, pasos, cacerolazos. Siempre me resultó imposible ponerme del lado de la ingenuidad, pero gozar de esa lucidez aspirante a la libertad y el goce en Chile te manda a un abismo. En un Estado Orwelliano y hoy gobernado por discípulos de Pinochet, quienes pertenecemos a la diversidad y disidencia sexual, al pueblo mapuche, entre tantos otros lugares, no encuentra cabida en un sistema exitista que te esclaviza y te endeuda vía crédito, mes a mes, para oprimir. De Chile nadie te echa, Chile te expulsa.
Nuestro himno dice “o el asilo contra la opresión”, se repite vaciado de contenido porque muchos no se atreven a irse (escapar) aún. Una frase que repetí en la dictadura que crecí hasta los diez años, en un colegio católico donde una monja y un militar nos observaban, y registraban atentamente cada cosa que decíamos. Cualquier gesto que sobrepasara los decibeles o el espacio estimado por ellos era castigado.
A los treinta y cinco años llegué a Rosario. Con mi novia -ambas pueblerinas de Coyhaique- planificamos dos años el escape, luego de ver nuestra región destruida por el terrorismo del gobierno anterior de Piñera, un escenario como el que hoy se vive en todo Chile. Cuando llegamos a Argentina, no sé por qué y de modo inconsciente, nos cortamos el pelo muy corto, creo que era nuestro modo de limpiarnos de Chile. Vendimos todo, nos trajimos a nuestros gatos. Dormimos días.
Antes, habíamos intentado cumplir con todos los preceptos neoliberales porque había que hacerlo, pero siempre faltó algo, no es que fuera insípido, es que era angustiante, la depresión carcome los cuerpos. Un país privatizado, donde si no tienes dinero te mueres, la salud pública responde desde la indolencia e inexistencia, año a año mueren miles, estudiar en la universidad es una deuda 15 o 20 años, porque hay que pagar alrededor de 400.000 mil pesos argentinos anuales para salir al mercado (porque de vocación no hablamos) y quedar cesante, con trabajos donde la impertinencia y la falta de privacidad se vuelve la nueva observancia, y la moral y las buenas costumbres van reduciendo tu voz, tus gestos, incluso tu ropa, generalmente de retail y uniformados de por vida. Un sistema que luego te castiga para pedir un crédito hipotecario que te lo dan a 20 y 30 años, y que es un lujo la casa propia. Y es que la crisis económica del `82 fue lo mejor que le pudo pasar al legado de Pinochet: el neoliberalismo, un ejemplo mundial. Quebrar para invertir, algo que veo como eco en la historia de Argentina, y cuando alguien se queja pienso en que saben lo que tienen. El pueblo argentino puede vivir en una crisis, pero en Chile se vive en una cárcel, no solo por la cordillera muro, bellísima, pero muro igual, y un océano que de pacífico no tiene nada y que nos debe aún tantos cuerpos y memoria.
Es tristísimo hablar mal de tu país. Son cuatro años en Rosario y he aprendido a quedarme callada y a encontrar un lugar, luego de pasar por terapia en la salud pública, donde pago solo con mis impuestos, y que en Chile tendría que invertir algo de quince mil pesos argentinos mensualmente. No podía creer que la salud fuera pública y gratuita, hasta sentí culpa de usarla. Nunca nadie me ha hecho sentir culpable, he sentido a Rosario como una ciudad de inmigrantes. No podía creer que la educación fuera pública y gratuita, que pudieras estudiar a la edad que se te antoje, en Chile todo tiene tope, forma, prejuicio y apellido. Lo había escuchado, pero no había vivido nada de esto, incluso hablo más alto y registro mi cuerpo como parte de mi. Cuando me encontraba con otros inmigrantes, haitianos, venezolanos, brasileños, colombianos en el hospital o universidad, pensaba que habíamos llegado aquí por motivos similares, una vida mejor. Nadie se va de su país porque está bien y tenemos el derecho de elegir el país en el que queremos estar. Cuando preguntaban de dónde vengo y decía Chile había gente que miraba extrañada, algunos dijeron “pero están tan bien allá”, o “en Chile no hay pobreza, es tan moderno”, o “pero si ya tienen educación pública y gratuita”, pensaba en la imagen internacional del país. Se ha trabajado con tanto esmero y a fuego lento han mantenido estos treinta años el neoliberalismo en gobiernos de la “demosgracia” diría Lemebel; un sistema -además- sostenido por la Constitución de Pinochet (1980). Somos muchos los que escapamos de Chile, somos novecientos mil chilenos en el extranjero, de una población de dieciocho millones, de los cuales doscientos mil -aproximadamente- salieron tras el golpe militar en 1973.
Se trata de un Estado que opera como el machirulo del barrio, que se viste bien, muestra su billetera, se reúne con los otros, y que vive un mundo de apariencias, pero que aún no tienes pruebas para acusarlo, y de pronto ves, en todo su macabro esplendor, que el mundo está viendo y conociendo la democracia chilena. Esa democracia tan extraña donde la izquierda se fusiona con la derecha y los apellidos se repiten, y que hoy NO tiene oposición. Es la gente sola escapando sin protección, es la gente sola dándole a la cacerola sin un líder, sin nada. Es la gente sola, la misma que abandonaron en el gobierno anterior de Piñera. Es la gente sola resistiendo a ese otro gran porcentaje de gente que nunca salió de la dictadura, que creyó lo del enemigo interno, que normalizó la violencia, la muerte, criminalizó la pobreza, el colegio donde estudiaste, tu apellido, tu color de piel, tu estatura, segregó al país y escondió la pobreza en los márgenes de las ciudades. Chile es una escenografía, que hace par de días Piñera disfrazó de oasis y hoy la tiene convertida en un campo de batalla.
Vivir en Chile es vivir situaciones que en otros lugares se llaman tortura y que los habitantes del territorio chileno deben aguantar a diario. No hay un trabajo ni ejercicio con la palabra. Nos quitan nuestro dinero mes a mes para entregárselo a las AFP`s, encargadas de pensiones (Ver #NoMasAFP) para que inviertan y especulen en la Bolsa y entreguen una miseria de pensión tras décadas de robo, obligando a que la gente mayor trabaje hasta morir o que se mate porque no quieren ser una molestia. Y se normaliza que la gente se lance a las líneas del metro y que usuarios del metro se enojen porque los demoran, o se lanzan adentro del Costanera Center, donde ponen una carpa sobre el muerto y siguen de shopping. Y donde ahora pusieron una reja para que ¿rebote el suicida? Un edificio para demostrar que Chile tiene el falo más grande de Latinoamérica y un símbolo de la privatización y desigualdad en pleno Sanhattan. Suicidios neoliberales le llamo, porque nos ponen en alerta del modo en que vivimos y del modo en que no queremos morir; los suicidas nos castigan, y con justa razón, no los vimos, no los contuvimos, los dejamos solos. O la megasequía que está matando el ganado y dejando sin agua grandes extensiones del territorio porque los empresarios han robado el agua, han cambiado de cauce ríos, han sobreexplotado el suelo para que usted coma una palta from Chile u otro producto que diga Chile, alimentando el egoísmo más criminal de unas pocas familias que abultan el PIB y que quedan en evidencia con todo lo que hoy se craquela.
Una parte de mí está repleta de orgullo por la gente que vive en Chile, que ha salido a las calles y se ha hastiado de esa gotita que le perfora la cabeza, me da bronca el Estado de emergencia, los toques de queda, las persecuciones, desapariciones, torturas y muerte a las que están siendo sometidas las personas por el abuso de poder y la impunidad con la que actúan las fuerzas armadas. Mención aparte merecen los montajes que ya conocemos de la mano de Piñera, su primo ministro del Interior, Andrés Chadwick, y todos sus cómplices. Uno de lo más recientes, el asesinato del lamngen mapuche Camilo Catrillanca, y es que estos Pinochet Boys, otrora jóvenes que juraron lealtad al dictador en el Acto de Chacarillas en 1977, son los que ocupan ministerios, directorios de empresas y universidades, impunes, y están detrás de esta película donde el protagonista corre hacia la libertad y no sabes qué sucederá y las tripas se revuelven, y hasta quizás estés dispuesto a recibir un balazo, porque hasta eso sería mejor que vivir en Chile, porque en Chile no se vive, se cumple horarios.
Yo no soy viajera, no vine de turista, no vine solo a estudiar, vine a vivir(me). Yo escapé de Chile. Y aunque me siento a salvo e hice de Argentina mi madre patria, no deja de habitarme la gran sombra de mi idiosincrasia y mi ineludible biografía.
*Periodista y escritora