En septiembre de 2016 Nick Cave lanzó Skeleton Tree, un disco que continuaba la búsqueda musical del anterior, Push The Sky Away : menos guitarras, menos rock, más atmósfera, una densidad etérea y la presencia fundamental de su ladero Warren Ellis, líder y violinista de Dirty Three, una de las mejores y más particulares bandas de rock australiano. Es importante marcar esta continuación porque se hablar mucho del cambio de Cave desde que murió su hijo Arthur hace cuatro años –el adolescente se cayó de un acantilado mientras viajaba en ácido-- pero también hay que destacar cierta continuidad porque habla de un insólito proceso creativo no interrumpido por el duelo, sino de alguna manera profundizado y mejorado, con todo lo que esa valoración implica.
Skeleton Tree es un disco partido en dos por la muerte del hijo: algunas letras fueron completadas después, algunas canciones fueron grabadas antes, pero esencialmente el esqueleto estaba listo cuando ocurrió el accidente. El espíritu de ese disco es una depresión abisal, subrayada por sonidos helados, drones, electrónica y una sensación de embotamiento: la voz de Cave está rota e intencionalmente cruda, vieja; sonaba como si todo ocurriese en el fondo del mar, ahí donde todo es lejano y casi sordo y frío y animales desconocidos nadan con los ojos ciegos y la piel helada.
Hace semanas, Nick Cave & The Bad Seeds anunció su nuevo disco, Ghosteen y decidió estrenarlo mundialmente en YouTube. Él no está dando notas a la prensa, algo que tampoco hizo con el disco anterior –reemplazó esa instancia con el documental One More Time With Feeling -- pero si habla con sus fans. Lo hace en eventos en vivo llamados Conversations With Nick Cave, que duran unas tres horas y en las que contesta las preguntas del público: un poco predicador, un poco artista que quiere conectarse con sus fans, un poco show de piano y versiones acústicas (con algún fan haciendo su numerito y varias situaciones incómodas). Al mismo tiempo, Cave contesta preguntas de admiradores en su sitio web a través de The Red Hand Files : él las elige y edita, así que es un intercambio menos vertiginoso que el vivo. Contesta todo: desde el estado del rocanrol hasta la cultura de la deconstrucción (en inglés se llama “woke”), pasando por su sexualidad, las inseguridades de los fans muy jóvenes, su reciente vegetarianismo, la adicción y, por supuesto, la muerte de su hijo.
Ghosteen es, entonces, el verdadero disco del duelo. Skeleton Tree estaba empantanado en la tristeza del momento y en la urgencia de editarlo como testimonio. Pero no era un disco conceptual sobre la pérdida. Ghosteen sí lo es. Y aunque son similares, las diferencias son importantes. La tapa de Skeleton Tree era negra, con unas letras digitales verdes, como de programa reseteado: un empezar de nuevo desde la desmesura de un agujero negro. La tapa de Ghosteen es una pintura de Tom duBois, una fantasía naive, un paraíso con caballos blancos, flamencos, leones, leopardos, monos, cisnes; brilla el sol, hay pájaros, todo es color y vida, aunque una vida fuera de este mundo: una visión celestial e idealizada. Ghosteen es un disco doble: la primera parte, según Cave, es “los niños”, la segunda (dos canciones largas y un recitado), es “los padres” y Ghosteen es “un espíritu migrante”. No hubo entrevistas con la prensa y esta es toda la explicación oficial, mas allá de lo conversado en los eventos con fans. También habló de su proceso de trabajo en una de las entregas de Red Hand Files: "encontré una manera de escribir más allá del trauma, que se mete con todo tipo de cosas pero no le da la espalda a la muerte de mi hijo. Este método me ayuda a ir más allá de lo personal y entrar en un estado de maravilla e incertidumbre. Al hacerlo, volvió el color a las cosas con una renovada intensidad y el mundo pareció más claro y brillante y nuevo”.
El disco es simultáneamente más triste y menos oscuro que Skeleton Tree. La banda casi no participa: las canciones son Cave y Ellis; sintetizadores cálidos, analógicos, y la voz de Cave renacida, hermosa, atreviéndose al falsete y la delicadeza como en la cuasi religiosa “Spinning Song”, que empieza con un tema habitual de los Bad Seeds, la aparición de Elvis como Natividad, el Rey del Rock como el Cristo Rey y termina en una aterradora plegaria: “La paz vendrá, la paz para nosotros”, dicha con mucho más dolor y ruego que convicción. “Bright Horses” es más convencional –en un disco que no se ajusta para nada a esa definición-, con orquestación suave, piano, coros fantasmales y una letra fantástica: “Todos estamos hartos y cansados de ver las cosas como son/ los caballos son sólo caballos y sus crines no están en llamas/ Y la pequeña figura blanca bailando al final del pasillo/ es sólo un deseo que el tiempo no puede disolver”. “Waiting For You” es una de esas canciones de amor devastadoras en las que se especializa. “Night Raid” es otra pieza de ambient con piano, pero mucho mejor es la extraña y un poco terrorífica “Sun Forest” con chicos que suben hacia el sol “en espiral” y saludan para que “se inicie el futuro”; en el bosque hay “un hombre loco de pena y todos están colgando de los árboles” y también hay fuego y mariposas negras y caballos que gritan. De alguna manera, esta canción anticipa la segunda parte, la de los padres, que parece transcurrir en Los Angeles con los incendios de las colinas como escenario. “Ghosteen” tiene una introducción muy larga y lucha por encontrar su forma, hasta que entra el piano y los coros. Cave dice: “Ghosteen danza en mi mano/ Hace círculos brillantes/ Gira despacio”. La palabra “ghosteen” es la combinación de “ghost” (fantasma) con el sufijo irlandés “een”, que implica tamaño pequeño. Quiere decir “fantasmita”. “Fireflies” es el spoken word del disco; Cave vuelve hablar de bosques de la noche y le dice al pequeño fantasma: “Yo estoy aquí, y vos estás donde estás. Somos luciérnagas pulsando débilmente en la oscuridad”. El disco cierra con "Hollywood", una de las mejores canciones de la carrera de Nick Cave: a los drones se suma una percusión mínima que amenaza estallar –y nunca lo hace-- mientras Cave canta sobre las colinas, sobre un puma que de noche “yace temblando en mis brazos”, sobre un chico con cara de murciélago que aparece en la ventana, sobre paseos por la costa del Pacífico, mientras él espera que llegue, de una vez, esa elusiva paz. “Hollywood” dura 14 minutos y termina con la historia de Kisa Gotami, discípula de Buda. El mito dice así: el hijo de Kisa ha muerto y ella va al pueblo a pedir ayuda. No la consigue. Llega hasta Buda, quien le asegura que puede revivir al niño si ella le trae semillas de mostaza de casas donde nadie haya muerto jamás. Por supuesto, esas semillas y esas casas no existen, porque, canta Cave, con un trémulo falsete: “en todas las casas había muerto alguien/ Kisa se sentó en la plaza vieja del pueblo, abrazó a su bebé y lloró/ Dijo: todos pierden a alguien. Y enterró a su hijo”
Como muchos grandes discos vagamente conceptuales del rock y sus suburbios en los últimos años (Hadestown de Anaïs Mitchell, The Blue Hour de Suede, Hospice de The Antlers, Tallahassee de The Mountain Goats, Illinois de Sufjan Stevens) Ghosteen exige ser escuchado de principio a fin y no hay cortes posibles, ni nada parecido a un simple que sirva para la difusión: es una obra total de la que quizá pueda rescatarse como pieza ejemplar “Hollywood”, que sintetiza el disco desde lo musical y lo existencial. Cave cada vez se parece menos a su héroe Leonard Cohen y se acerca más a la experimentación despiadada de Scott Walker en sus últimos discos. Y también literariamente, aunque le sigue interesando el gótico sureño y la Biblia, sus influencias cambian: en Ghosteen hay mucho de las The Dream Songs de John Berryman, un poeta obsesionado por el suicidio de su padre y de Una pena observada de C.S Lewis, ese intento de encontrar una explicación con todas las armas a mano, la religión, la compañía, el afecto, el arte, para darse cuenta, finalmente, que en la falta de explicación hay una tranquilidad que no es la paz anhelada porque quizá no exista. Lo que existe, dice Cave, es el amor, la comunidad y la belleza. Y es ahí donde es posible encontrar consuelo