En las declaraciones amenazantes de Jair Bolsonaro contra Alberto Fernández hay dos buenas noticias y una mala. La primera de las buenas: Bolsonaro admite, de hecho, que Fernández será el Presidente electo. La segunda buena: Bolsonaro ya empezó a negociar, por ahora mentalmente, con Fernández. La mala: de su posición se desprende que la negociación será durísima.
Conviene esquivar los títulos con que fue presentada la noticia por otros medios y citar textualmente al presidente brasileño:
* ”Si vence la oposición, queremos que continúe la apertura comercial de la misma forma como venimos haciendo con el Presidente Mauricio Macri”.
* ”La derrota de Macri puede colocar en riesgo a todo el Mercosur”.
* ”En caso contrario, nos reuniremos con Paraguay y Uruguay y tomaremos una decisión semejante a la que se tomó contra Asunción”.
Bolsonaro hizo esas declaraciones durante una gira por China y Japón.
La referencia sobre Paraguay no tiene asidero porque ese país fue suspendido del Mercosur luego del golpe contra Fernando Lugo de 2012. Mejor detenerse en el resto. Aunque el presidente de Brasil mantuvo el estilo duro y confrontativo de siempre, sus dichos adelantan por primera vez el dato de que, para Brasilia, Macri ya perdió. En los últimos meses todas sus declaraciones habían sido de un injerencismo extremo en la política interna argentina. La coartada del presidente brasileño para su campaña en favor de Macri fue la irritación por la visita de Fernández a Lula en el presidio de Curitiba. En España, el candidato del Frente de Todos insistió con su apuesta y comenzó un acto en el Congreso de los Diputados exclamando “Lula libre”, consigna que repitieron los asistentes. Tanto Fernández como su mano derecha en los contactos internacionales, Felipe Solá, reivindicaron siempre la figura de Lula como líder histórico en la lucha contra la pobreza y cuestionaron la legalidad de su condena.
Hasta ahora Bolsonaro solo intervenía para presentar a Macri como el candidato ideal y a la fórmula Fernández-Fernández como el cuco. Ya no. Más allá de las simpatías ideológicas, para Brasil Macri ya fue.
La liberalización progresiva del Mercosur consistiría, para el gobierno brasileño, en la reducción del arancel externo común que protege hasta cierto punto la producción industrial de Brasil y la Argentina, los dos países con industria fuerte dentro del bloque.
Bolsonaro y el superministro de Economía, Paulo Guedes, también quieren las manos libres para negociar acuerdos con otros bloques o con los Estados Unidos.
El ultraliberal Guedes realizó conversaciones sobre lo que él mismo definió como “relación estratégica” con Wilbur Ross, el secretario de Comercio de Donald Trump. Fue directivo a lo largo de 25 años para el Grupo Rothschild, que se dedica a las finanzas desde 1811. No queda claro todavía si esa relación estratégica implicaría automáticamente un acuerdo de libre comercio entre Brasil y los Estados Unidos, que como es natural supondría la liquidación de facto del Mercosur.
En términos comerciales a Washington ya le va muy bien con Brasilia. En 2018 tuvo un superavit comercial de 8.300 millones de dólares. En el terreno estratégico el negocio de los Estados Unidos, como el de cualquier potencia, es negociar con otros países de a uno. En ese sentido a la Casa Blanca le convendría el debilitamiento o la disgregación del Mercosur. Salvo, eso sí, que estime necesario un Cono Sur estable.
La duda es qué harán los grandes industriales brasileños. Ya consiguieron de Michel Temer y Jair Bolsonaro la reforma laboral que quita poder a los sindicatos y una reforma jubilatoria que hace más improbable la chance de lograr una pensión decorosa. La gran industria está diversificada, articulada o atada a los bancos, y en buena medida transnacionalizada. Los gerentes piensan como Guedes. Pero a la hora de cerrar los balances, también computan que la Argentina es el tercer socio comercial de Brasil.
Después de calificar a Bolsonaro de misógino, entre otras cosas, Fernández prometió públicamente que se abstendría de nuevos adjetivos y negociaría con Brasil de Estado a Estado. Al margen de quién ocupe el gobierno. Bolsonaro no se lo hará fácil. Está claro que AF solo podrá tener éxito si identifica qué actores importantes de la economía brasileña quieren seguir siendo socios de la Argentina --no por ideología sino por intereses y conveniencia-- y trabaja sobre ellos. ¿Lo hará? El candidato es un político paciente. Sabe que el barrio sudamericano está demasiado difícil como para ser impulsivo.