"Cuando lo imposible empieza a suceder/ Lo más razonable es aceptarlo con naturalidad". Abelardo Castillo.

£Después de cinco días agotadores en la oficina, tenía pensado atrincherarme en el sillón todo el fin de semana y como mucho salir a tomar algo con mis amigos. En el entretiempo del partido me dio hambre, dejé la TV encendida y fui a una panadería a unas cuadras de mi departamento a la que no había ido nunca. Apenas puse un pie adentro, la panadera salió corriendo y desde la calle alcanzó a gritarme:

¡Cuidá a Guillermito por favor, en un rato vuelvo!

La mujer casi no terminó de gritarme cuando sentí que algo se colgaba de mi jean.

¡Hola papi!

¿Vos quién sos?

Guillermito.

Yo vine a comprar facturas.

¡Te extrañé Papi!

Yo no soy tu papá, yo vine a comprar facturas.

¡Mami dijo que vos eras mi Papi!

No, debe ser otra persona.

¿Te vas a ir de nuevo Papi?

No Guillermito, acá hay una equivocación.

¿Te acordás de mi nombre, Papi?

Sin saber cómo, sin poder explicar de qué manera sucedió, antes de que cayera la tarde, yo estaba jugando con Guillermito en el piso de la panadería y atendiendo de cuando en cuando a los esporádicos clientes que entraban a comprar. Se hizo de noche, cerré el negocio y me puse a pensar en qué hacer. No podía dejar a Guillermito sólo, así que me dispuse a esperar hasta que la madre apareciese.

--Papi tengo hambre, dijo Guillermito.

--No soy tu Papá, le grité ¡Yo no tengo hijos!

Guillermito rompió en llanto y no paró hasta que le hice un sándwich de jamón y queso.

--¡Que rico sándwich, Papi! ¡Te quiero Papi!

--Vamos Guillermito, a dormir que ya es tarde.

--¿Me contás un cuentito Papi?

--Sí, sí Guillermito.

Se durmió como un angelito en una cama que había en la trastienda. Me quedé un rato largo mirándolo. Era hermoso. Una carita dulce y triste a la vez. Sonó el teléfono. Era ella, la madre, que me madrugó y no me dejó hablar: "Perdoname, no me juzgues ¿No es hermoso?, dijo. Sufrió mucho. Necesita un padre. Perdoname". Colgó y yo me quedé con un montón de preguntas en la boca y también con un montón de puteadas ¿Yo padre? Había ido a comprar unas medialunas, ni siquiera había apagado la TV, unas medialunas dulces, como cualquier persona que está en su casa y quiere unas putas medialunas y terminé detrás del mostrador, vendiendo las medialunas que iba a comprar y con un hijo cuya madre no conocía. Me desperté y Guillermito jugaba a los soldaditos en el piso. No había sido un sueño. Le preparé una chocolatada y lo miré mientras desayunaba. Era encantador, pero no dejaba de ser tan solo un extraño. Cuando le dije que me iba, otra vez empezó a llorar y se colgó de mi pantalón bien fuerte. Caminé hacia la puerta arrastrándolo. Lo solté con un poco de fuerza y lloró más y más fuerte. "¡No Papi, no te vayas!" Abrí y cerré la puerta tan rápido como para que el niño no pudiese seguirme. Salí corriendo, no podía escuchar más ese llanto que se agigantaba. Me partía el alma, me iba y dejaba a un pequeño sólo, pero tenía que irme, tenía mi vida y tenía que continuar con ella. Llegué a la esquina y giré mi cabeza. Guillermito no me seguía.

Durante unos cuantos días sobrevolaron mi cabeza el llanto agudo del niño y las palabras de la madre al teléfono. Es algo absurdo. Sí, creo que absurdo es la mejor definición. Lo cierto es que ellos dos no se iban de mi cabeza y lo peor era imaginar la posibilidad de que la madre no hubiese vuelto nunca después de que yo salí corriendo de la panadería. En el trabajo sentía a Guillermito agarrado de mi pantalón, en mi casa el llanto de Guillermito. Todo se desplomó un día en que salí a correr. Primero sentí a Guillermito en la pierna, trepaba por mi pantalón aunque no podía verlo. Me abría la boca y se metía por ella hasta caer en mi panza. Una vez ahí comenzaba a patear. Estaba embarazado de Guillermito. Me detuve, el dolor era cada vez más fuerte. Sentí nauseas. Tuve una arcada y salió dentro de mí una voz que dijo: "Papi, no me dejes". Llegué a casa y encontré una carta firmada por una mujer, no tuve dudas de quién era: la madre de Guillermito. Decía así: "Una vez más te pido perdón. Guillermito me contó que fuiste muy bueno con él. No tenés por qué continuar con esta locura. Sólo quería que sepas eso. El sábado a las 2 de la tarde no voy a estar en la Panadería. Si querés, podés pasar a saludarlo" ¿Por qué a mí? ¿Por qué? ¿Cómo sabía una extraña la dirección de mi casa?

 

Llegó el sábado y me sentía raro cuando abrí los ojos. Quise leer y no lograba concentrarme. Encendí la radio y me molestaba, me resultaba un ruido insoportable. Entonces me levanté, me lavé la cara, me puse ropa limpia y encaré directo a la panadería. Pasé toda la tarde con el niño y la noche también. Guillermito tuvo en sus ojos esa felicidad que antes no le había visto. Creo que ese día sintió que su Papá ya no se iría. Y entonces jugaba sin preocuparse por mi partida. Mientras el niño dormía yo pensaba en qué estarían haciendo mis amigos, en qué estaría haciendo la gente un sábado a la noche. Pensaba en las ganas de no estar al lado de un niño que tuvo que haber sido media docena de medialunas. Pero también se me escapaban unas ganas muy lindas de besarle la frente. Lo besé, apagué la luz y me tiré a dormir en el piso junto a su cama.