La rebelión en Chile y las PASO en Argentina destruyeron dos mitos centrales del neoliberalismo en la región: el modelo de país y el Che del libre mercado. Ni el modelo ni ese Che de pacotilla se sostuvieron. Estos dos fenómenos más la rebelión popular en Ecuador, el triunfo indiscutible de Evo en Bolivia en primera vuelta, después de doce años de gobierno, más el posible triunfo mañana de Daniel Martínez, el candidato de un Frente Amplio que gobierna Uruguay desde hace 15 años, y la sintonía de estos movimientos con el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, dibujan la frontera estrecha del neoliberalismo en el continente, que tampoco pudo avanzar sobre Venezuela ni Cuba. El escenario regional tiene un mensaje claro: un modelo de exclusión como es el neoliberal no se sostiene sin la resignación de los excluidos que no se puede lograr ni siquiera con la artillería pesada de las corporaciones mediáticas.
Chile vivió bajo dictadura formal y de fondo desde 1973 hasta 1990, pero la dictadura de hecho siguió hasta la muerte de Pinochet en 2006. No es la primera vez que se escucha la voz de la protesta en las calles. Los estudiantes se levantaron contra el costo altísimo de la educación y los mapuches por la devolución de sus tierras.
Ninguno de los gobiernos, incluyendo a los socialistas, hicieron nada por resolver esos reclamos. Pero no es solamente responsabilidad de los políticos. La sociedad chilena fue sometida durante tantos años a la figura aplastante de Pinochet como amo indiscutible de un sentido común que se reivindicaba como el Dios severo del Primer Testamento.
Y en contrapartida se alimentó una mitología difamatoria contra el primer presidente socialista del continente: Salvador Allende. Fue una regla hasta la muerte de Pinochet. Se podía hablar de cualquier tema, menos elogiar al gobierno y a la figura de Allende. Una máxima que aceptó incluso una parte de la izquierda para legitimar su intervención en la política.
La difamación de Allende fue muy parecida a la que se hizo contra Perón en Argentina y a la que se desató más tarde contra el kirchnerismo. Al viajero que había conocido al Chile altamente politizado de Allende le resultaba disonante y hasta ofensivo escuchar los mitos burdos que la gente común, el taxista, el verdulero, el mozo del restaurante comentaban de Allende, que fue uno de los políticos más democráticos que tuvo Chile.
Para los argentinos es válido hacer una equivalencia con la Córdoba culta y altamente politizada de los Cordobazos y la actual, ultraconservadora y derechista después del imperio sangriento del general Luciano Benjamín Menéndez que se mantuvo durante muchos años tras la caída de la dictadura. Una expresión de esa inercia posdictadura ha sido el ministro Oscar Aguad, alias “el milico”, cortesano de Menéndez y, más recientemente, de Mauricio Macri.
La construcción del Pinochet, padre severo, y del Allende populista autoritario y disoluto, fue una tarea de las corporaciones mediáticas chilenas, tanto de los medios amarillistas populares, como los supuestamente “serios” como “El Mercurio”. Y no fueron siete años de dictadura como aquí, sino 33 años años de bombardeo sistemático al tiempo que la política económica de la dictadura formateaba una nueva burguesía reaccionaria ligada a los Estados Unidos.
La difamación de Allende, igual que la de Perón y el kirchnerismo, buscaba deslegitimar cualquier política de justicia social. Así, el político que hiciera promesas legítimas de justicia social, pasaba a convertirse en poco serio, un mentiroso, un chanta de cuarta. Es una parte del dogma. La otra cara es la meritocracia que intenta convencer al pueblo a resignarse, que cada quien tiene lo que se merece, los pobres, como los ricos, que los derechos como la educación o la salud, son regalos demagógicos.
La clase política se encuadró en ese dogma que es incapaz de dar respuesta al reclamo popular. Y ahora se topa con una inmensa movilización, casi espontánea, que levanta reclamos básicos: el costo de la salud, de la educación, del transporte, de los servicios, los bajos salarios y las jubilaciones de hambre.
Cada uno de esos reclamos que ahora incendiaron Chile, eran el orgullo de los exégetas del modelo que presumían de haber convertido en grandes negocios para ellos a las jubilaciones privadas, la educación privada, la salud privada, y los bajos salarios y la ausencia de derechos laborales. El modelo neoliberal chileno se sostiene en esas y otras injusticias y por eso era exhibido como un ejemplo para los demás países de la región.
Ahora se lo puede exhibir para lo contrario. Ni siquiera alcanzó con más de treinta años de reventarle la cabeza a la gente. Es una lección para la clase política y también para los empresarios chilenos incapaces de comprender los derechos de los trabajadores. Al punto que fue un empresario chileno, el dueño de café Cabrales, quien se convirtió aquí en Argentina en el más entusiasta impulsor de la reforma laboral macrista.
En Argentina el proceso es similar en algunos sentidos. Porque en un primer momento, Mauricio Macri fue presentado ante el mundo como un héroe del neoliberalismo, el Che de la burguesía, capaz de derrotar en las urnas a un gobierno popular. Las PASO acabaron con esa imagen que en el mundo ya estaba desprestigiada desde los Panamá papers
Macri fue sostenido por grandes empresarios que fueron favorecidos en los gobiernos kirchneristas a los que boicotearon. Y fueron destrozados por el neoliberalismo que respaldaron. Tendrían que hacer una reflexión más seria sobre el dogmatismo en relación con su pensamiento.
Y tienen que afrontar una realidad. Los postulados neoliberales generan grandes desigualdades y, por lo tanto, sociedades muy inestables, que cuando se caen los arrastra también a ellos. Tienen que aceptar la realidad y en consecuencia cambiar la forma de pensar, sin que eso signifique dejar de ser empresarios.
La rebelión popular en Ecuador cuando se empezaban a aplicar políticas reclamadas por el Fondo Monetario, también fue en un proceso similar al argentino. Lenin Moreno se quedó sin fondos y sin banca y tuvo que recurrir al FMI que cedió un préstamo a cambio de un interés real y otro más real pero que juega en el plano de lo simbólico, que son las exigencias.
El hombre que traicionó a Rafael Correa, el presidente que le transfirió sus votos y lo proclamó como su candidato, quiso aumentar el precio de los combustibles y se produjo una pueblada. Moreno dio marcha atrás pero su destino en la política terminó en esa rebelión popular.
El papel que jugó la OEA en Bolivia genera inquietud sobre otros procesos electorales, entre ellos, el argentino que tendrá lugar mañana. La derecha apostó todo a pasar a segunda vuelta, apoyándose en el voto de las grandes ciudades. Era lógico que los votos rurales llegaran más tarde y que modificaran los primeros resultados. Pero la derecha se movilizó desde el principio del escrutinio para denunciar un supuesto fraude.
La estrategia fue tan burda que se verificó incluso en Argentina donde antes de finalizado el escrutinio, Clarín y La Nación decían que habría segunda vuelta. La OEA, se sumó entonces al reclamo de la derecha, pero a pesar de haber fiscalizado el proceso electoral, no tenía pruebas de que se hubiera realizado fraude.
Entonces dijo que, si bien el escrutinio señalaba que Evo había sobrepasado los diez puntos de diferencia sobre su competidor --lo que lo daba como ganador en primera vuelta--, como solamente habían sido unos decimales, lo mejor era pasar a segunda vuelta. Las centrales obreras y campesinas se movilizaron a favor de Evo. Sin pruebas de fraude que respaldara las denuncias, en todo el mundo empezaron a reconocer el triunfo de Evo.
La actitud reticente y antidemocrática de las derechas que buscan esconder sus derrotas detrás de denuncias de fraude, sin pruebas que las respalden, más la actitud de la OEA y la advertencia de Washington a Evo, constituyen el verdadero peligro de las democracias en la región y generan preocupación aquí por las elecciones del domingo.