En el reparto de experiencias ciudadanas, la de las personas trans y travestis al momento de los comicios electorales abunda en exclusiones, prácticas discriminatorias, miradas de desaprobación, provocaciones y sensor alerta. A siete años de la sanción de la ley de identidad de género, que posibilita la obtención de un DNI conforme al género autopercibido y el acceso a tratamientos médicos, hay quienes desde ese momento sufragan con sus nuevas credenciales y hay quienes por decisión personal o derivaciones propias de las vidas al margen, no hicieron el trámite y aún votan con sus antiguos documentos. También están los jóvenes que votan por primera vez y debutan en las urnas con el DNI que siempre debieron tener. En cualquier caso, la norma en cuestión reproduce la lógica de todo el padrón electoral -y de todo el patrón social-; imita el orden que atraviesa a toda la administración pública y privada: el binarismo. Para el Estado, sólo hay mujeres y hombres. No hay reconocimiento oficial de otras identidades y es así como las expresiones particulares, las características físicas, las decisiones estéticas y las nuevas demandas se hacen sentir en la fila hacia el cuarto oscuro.
Lourdes (Luli) Arias tiene 32 años y es catamarqueña. La primera vez que votó en su provincia fue en 2007, momento en el que aún había mesas divididas para hombres y mujeres. “Obviamente yo tenía que ir a la mesa masculina y para mí era muy tedioso” cuenta. “No tenía ganas de ir a votar porque me iba a sentir expuesta. La primera vez pasé varias veces por la puerta de la escuela para que haya la menor cantidad de gente posible y no sentirme tan observada. Soy de San José, un pueblo muy pequeño en el que todos nos conocemos. Terminé entrando lo más tarde posible. Por suerte en 2011 arrancaron las mesas mixtas y a partir de ahí todo fue más leve”.
A pesar de los marcos legales, la sensación de inaccesbilidad es el rasgo compartido por una población sobredeterminada por la expulsión y la clausura. Como con los baños públicos y los empleos formales, travestis y trans están en todos los lugares, pero no ocupan ningún espacio.
Jeniffer Gabriela Aranda es de Escobar y aún pelea por su DNI: “Escobar es una ciudad muy ´pattista´, muy pacata, muy retrógrada. Siempre me buscan una excusa para no hacerme mi DNI nuevo” denuncia, en un cabal ejemplo del cumplimiento aún errático de la ley. “Cada vez que llegan estas fechas, tiemblo. Y no es por mi falta de ganas de ir a votar sino por estos avatares. Tener que ponerme en una fila que quizás está llena de hombres, por ejemplo. Porque por más que yo quiera ir ´discreta ´ y pasar desapercibida, es imposible. Este año estoy pensando cómo voy a hacer para llegar lo más rápido posible, cumplir con mi voto y desaparecer. Estas son las cuestiones que nos niegan participación directa y trato de ciudadanas ´de primera´” sentencia.
“Nos miran como si fuéramos bichos raros” dice Morena Berenise Torres. Morena tiene 49 y encarna así una excepción del promedio de vida de este grupo social, cuerpos sojuzgados por una práctica genocida que tiende a aniquilarlos antes de los 35 años. “Las mujeres nos miran peor. Los hombres quizás responden con una risita. Y aparece el murmullo ¿no? el chismorreo. ´ Mirá cómo se vino vestida ´. Antes de la ley, al momento de llegar a la mesa, algunos no sabían cómo tratarme o no tenían ganas de atenderme. Una vez entré al cuarto oscuro, tomé la boleta y al instante me golpean la puerta porque se supone que estaba tardando demasiado. No era así porque yo entré sabiendo muy bien a quién votar. Me decían que había mucha gente y al salir ví que había una sola persona en la cola. Yo estaba en la fila de varones”.
Para los varones trans la ocasión también implicaba violencias, conjugadas en pasado pero a veces también declinadas en tiempo presente. “Esta será mi tercera elección con mi nuevo DNI. Antes decidía no ir. Viajaba. Le tenía mucho rechazo a ese nombre anterior” narra Lautaro Cruz, cordobés, integrante de la ONG Trans Argentinxs. “Cuando empecé a transicionar socialmente, era mucho más difícil para mí ver mi nombre escrito que ser llamado. No quería verme en el padrón”. A la fijeza del lenguaje escrito, de la identidad consignada en las letras definitorias del aparato estatal, en la actualidad Lautaro, que cumplió 28, le contrapone una imagen: “Ahora cada vez que voy a votar me saco una foto para reafirmar ese derecho conquistado”.
Agustín Giordano es un adolescente trans. Tiene 17 y vive en el barrio porteño de Belgrano. Hoy votará por primera vez en su vida y lo hará como desea hacerlo: siendo quien es. “Me siento feliz y orgulloso. Feliz porque puedo formar parte del momento más importante para un país y orgulloso porque lo puedo hacer con el nombre que me representa. En momentos así es en donde más siento la lucha por nuestros derechos. Vamos camino a una sociedad mucho más abierta y si bien todavía siguen sucediendo algunas cosas que no deberían, cada vez estamos más cerca de lograr un país mucho más comprensivo”.
La karateca Viviana González problematiza el proceso y apela a una conciencia histórica que transparente la necesidad de otros escenarios futuros: “Al tener casi 50 años viví el comienzo de esta democracia, palabra que personalmente veo, describo y escribo entre comillas, porque fue en estado de democracia que la identidad travesti – trans quedó por fuera de todo beneficio. En democracia fuimos negadas; se nos negó el trabajo, la salud, la vivienda digna, la educación. Fuimos sistemáticamente perseguidas y encarceladas”.
La conductora y comediante Lizy Tagliani siempre fue a votar con diversión: “Nunca cambié mi DNI porque nunca me pesó y porque soy de Adrogué, donde era muy conocida y en la fila siempre me econtraba con familiares, amigos y compañeros. Soy de la generación en la que había fila de hombres y mujeres y a mí no me importaba si había monos o lo que sea. Todos mezclados, ahora, es más inclusivo”.
Toda adjetivación “cívica” encubre un oponente “militar”, como la educación “cívica”. Si de insistir con ese paradigma conceptual se trata, en la gama de “los civiles” hay quienes hoy como ayer (y como siempre) saldrán a votar sin ninguna duda respecto de su condición ciudadana. Y vestidos como sea. Del otro lado hay quienes no. Como Morena, que en Bernal tratará de ir “muy femenina”.
“El día de las votaciones nosotras decídímos tomarlo como un desafío que nos permitía poder salir de la oscuridad, donde vivíamos escondidas del odio y del desamor. Cada cuatro años teníamos la oportunidad única de poder salir de cara al sol, sin el riesgo de ser detenidas aunque con la gota de sudor en la frente y el frío en la nuca. Soñamos con poder ocupar nosotras mismas las bancas; un ejercicio del poder que seguramente llevaríamos adelante con un mejor desempeño. Sin nada llegamos hasta acá: imaginensé a dónde llegaríamos teniendo herramientas”. Golpe karateca final de Viviana González.