En los últimos días, cada vez que Mauricio Macri se sienta frente al espejo ve reflejarse la imagen de Cristina Kirchner. En parte porque lo desea, en parte porque son muchos los periodistas que le dicen y repiten que eso está pasando. Lo más gracioso es que, después de haber dedicado tantos años a demonizarla, ahora mira esa imagen con simpatía.
Ya se transformó en un lugar común asimilarlos en el momento de la despedida. La desbordante Plaza de Mayo que envolvió a Cristina ese ahora cercano 9 de diciembre de 2015, se confunde con las multitudes que consuelan a Macri a la hora del “Sí, se puede”.
La apasionada porción de incondicionales que le adjudicaban a CFK las encuestas cuando se preparaba para dejar la Casa Rosada , se mimetiza con aquellos que votaron al Presidente contra viento y marea, a pesar de que el viento es la debacle económica y la marea la pisoteada bandera del dólar para todos y todas.
Malas noticias para Macri y sus apólogos: la comparación es falsa.
¿Quién no dedicó alguna vez largas horas a jugar al Memory, ese pasatiempo que consiste en encontrar dos imágenes iguales entre las muchas ofrecidas cara abajo sobre la mesa? Bueno, en este caso no sirve. Para entender las características de las dos despedidas parece más útil recurrir al de Las Siete Diferencias.
Primera diferencia
Cuando terminaba el segundo mandato de CFK los medios se empeñaban en asegurar que legaba a su sucesor una pesada herencia. El problema para todos los analistas era que “no había estallado”, ni siquiera se manifestaba demasiado en la vida cotidiana de los argentinos.
Por eso Macri aseguró que “mantendría todo lo bueno” y por eso lo votaron. Cambiemos se hizo cargo de un país con evidentes problemas, aunque en marcha, que exigía correcciones pero no amenazaba con cataclismos.
Mauricio Macri se va envuelto en el fracaso. Triplicó la inflación de su antecesora, aumentó la pobreza y la indigencia, deprimió la economía y precipitó una nueva crisis de deuda con su correspondiente default. Todo ello en el lapso record de menos de cuatro años.
Inconsciente del desastre que había provocado, hizo campaña prometiendo que, en un segundo mandato, “haría lo mismo pero más rápido”. La gente lo despertó con el cachetazo de las PASO.
Segunda diferencia
El tercio o algo más que adora a Cristina Kirchner forma parte de un colectivo más grande: el 60% que desde hace décadas se empeña en votar alguna forma de peronismo. Eso explica el 54% alcanzado en 2011 , imbatido hasta este domingo desde la recuperación de la democracia. En otras palabras, son muchos más los dispuestos a votarla, como se demostró el 11 de agosto, que la enorme masa que se declara cristinista.
El tercio que se empecina en seguir eligiendo a Macri no lo hace en reconocimiento de sus políticas, como queda claro en todas las consignas levantadas por los que se sumaron a la marcha del “Sí, se puede” . Simplemente lo siguen y lo votan porque es la cara actual del antiperonismo. Un lugar que, desde 1945 hasta la aparición del PRO, se repartió entre el radicalismo y las dictaduras militares.
Tercera diferencia
Los doce años de preeminencia peronista/kirchnerista modificaron la realidad de la mayoría de los argentinos . Para hacerles creer que podían vivir mejor, se dedicaron a poner dinero en los bolsillos de los que habitualmente los tenían vacíos. Impulsó la suba de los salarios reales y universalizó las jubilaciones y las ayudas sociales.
Macri se concentró en remarcar lo insustentable de esas políticas y tuvo algún éxito en convencer a sectores ciudadanos de ello. No pudo anularlas, como era su deseo y objetivo, pero las recortó cada vez que pudo. Del derrumbe generalizado del ingreso popular se encargaron todas las medidas económicas que tomó durante su mandato, antes y después de firmar con el FMI.
No fue gratis. Hasta los sectores empresarios que más lo sostuvieron hoy se alejan indignados por su “incompetencia” y “falta de sensibilidad”. Ni los financistas que gestionaron el mayor tsunami de endeudamiento de la historia mundial se privan de patear al caído.
Cuarta diferencia
“Donde hay una necesidad hay un derecho”, decía Evita y se encargó de repetir el kirchnerismo. En impulso de la justicia social, como sostenía el Gobierno, o “para engañar a los beneficiados”, como criticaba la oposición, se reconoció el derecho a casarse de todas las personas y a la identidad sexual, los derechos de los peones rurales y de las trabajadoras de casas particulares, los de los mayores sin jubilación y los de cada rama de la producción a través de los renovados convenios colectivos.
“Donde hay una necesidad hay un negocio”, resumió acertadamente Alberto Fernández el ideario oficialista. Nadie recordará a Macri por la ampliación de sus derechos. El único amago, habilitar el tratamiento de la legalización del aborto en el Congreso, se cortó de cuajo desde el ejecutivo apenas parecía despegar y quedó diluido en la maniobra de marketing que siempre fue. Basta ver ahora los pañuelos celestes y las invocaciones religiosas con que el Presidente buscó desesperado su reelección.
Quinta diferencia
La presencia de multitudes en la calle no es una novedad para ninguno de los protagonistas de la política argentina. Lo que cambia es la tradición histórica en la que se reflejan.
Sin viajar demasiado en el tiempo, las movilizaciones que rodearon a Cristina Kirchner reconocen antecedentes en el 17 de octubre, en la relación que establecieron los sectores menos privilegiados con Perón y en las diferentes expresiones de la resistencia peronista. Todo ello mixturado con las nuevas demandas encarnadas en las marchas del 24 de marzo o las de Ni Una Menos.
Macri tomó siempre respetuosa distancia de los reclamos inclusivos y evitó las multitudes mientras pudo. Cuando tuvo que recurrir a ellas, quedaron emparentadas con la Revolución Libertadora y los cacerolazos. Una conjunción de matices cohesionados por el odio a los que de una u otra manera amenazaban el status quo.
Sexta diferencia
Las acusaciones de corrupción contra Cristina Kirchner están todas referidas a actos de gobierno particulares, inescindibles de su gestión. Eso explica que de una u otra manera, las acusaciones terminen definiendo, insólitamente, que su administración era en realidad “una asociación ilícita”.
En el caso de Macri, las denuncias están principalmente basadas en lo que fue, es y será toda su vida: un multimillonario cabeza de un grupo económico que creció a la sombra del estado, aprovechando todos los resquicios legales e ilegales. Los actos de gobierno por los que se lo acusa, se concentran en el famoso “conflicto de intereses”. En otras palabras, en cómo se utilizan los fondos y las políticas del estado para enriquecerse o enriquecer a favorecedores y amigos. Correo Argentino, peajes, cloacas, contrabando automotriz, cuentas en paraísos fiscales, son apenas ejemplos de una conducta repetida.
Séptima diferencia
En 2015 --después de dos periodos-- Cristina Kirchner no fue candidata. En 2019, Mauricio Macri lo es. Ella no perdió, él sí, abrumadoramente. Es el único presidente desde la reforma constitucional de 1994 que se presenta para su reelección y no puede conseguirla.
En la noche de este domingo Macri verá su verdadero rostro reflejado en el espejo. Le recordará las ajadas facciones de su padre, en su ancianidad, cuando ya estaba retirado.
Contados los votos esa será su imagen. La del hombre que hundió la economía, las instituciones y las esperanzas de la mayoría de los argentinos. Quizá vuelva en el futuro, pero en ello no tendrá nada que ver su fracasada gestión, ni el recuerdo que esta haya dejado en sus seguidores. Lo único que podría impulsarlo otra vez hacia la Rosada es que vuelva a ser la cara más conocida del antiperonismo.
Puede servirle a él para recuperar el sueño, pero difícilmente para entusiasmar a alguien. Ni siquiera a los periodistas que hoy se empeñan en compararlo con Cristina.