“Hacía mucho que no sentía este clima. Me recuerda a otros tiempos”, dice a Página/12 Clarisa Hardy, desde Santiago, Chile. Acaba de llegar a su casa, después de ser parte de la inmensa manifestación que colmó los alrededores de la Plaza Italia, el viernes por la tarde, con más de un millón de participantes. Fue ministra de Planificación durante el primer gobierno de Michelle Bachelet y actualmente es presidenta del Instituto Igualdad, el centro de pensamiento del Partido Socialista. Tiene una bronquitis que la persigue hace varias semanas, y la deja con poca voz, pero no es momento de guardarse en la cama ni de callarse. En una extensa entrevista con Página/12 analiza los acontecimientos de la última semana, que sacudieron a su país. El estallido, destaca, no sólo sorprendió al gobierno, también a los partidos políticos y a las organizaciones tradicionales. La pregunta que cabe no es si era previsible o esperable, advierte, sino es al revés: “¿Por qué si estaban todas las condiciones para que ello fuera previsible y esperable, nos estalló en la cara? ¿Por qué naturalizamos las distintas formas de desigualdad, los abusos y privilegios? ¿Por qué normalizamos la desigual distribución del poder? ¿Por qué convivimos con un modelo de relacionamiento cotidiano violento al interior de los hogares y en nuestras calles, en el trato y la dignidad de las personas?”, lanza Hardy. Y advierte que no solo se están escuchando las demandas materiales y de servicios, “sino un reclamo transversal por el trato, por la mala convivencia, por la constatación de que esta batalla cotidiana en que cada quien se debe rascar con sus uñas, genera soledad, indefensión, inseguridad, dura y pura competencia. Es como empezar a tomar conciencia de que la pérdida del tejido social nos amenaza y la necesidad de buscar espacios más colectivos, sentido de pertenencia, volver a ser parte de una comunidad. Las calles y las plazas adquieren también la dimensión de espacios públicos de encuentro”.
Hardy nació en Argentina, igual que sus padres y sus hermanos, pero desde pequeña vive en el país transandino y se nacionalizó chilena. Sus hijos son primera generación chilena de la familia. Es experta en políticas sociales, profesora en la Universidad de Chile y autora de una docena de libros, el último “Estratificación Social en América Latina. Retos de Cohesión Social” (LOM Ediciones, Chile 2014).
--¿Qué sentimientos trae de la marcha? --le pregunta Página/12 a poco de llegar a su casa en Comuna La Reina, en el noreste de Santiago.
--Fue una semana muy intensa, con cosas tan contradictorias como ver manifestaciones pacíficas, alegría en las calles y simultáneamente imágenes muy fuertes de violencia, de asaltos a supermercados, quemas, incendios, de violaciones a los derechos humanos, muchas reuniones a las que tuve que asistir, bombardeo de reflexiones, después de todo esto haber estado en una manifestación en la que lo que había era una gigantesca vibra ha sido realmente un bálsamo, una recuperación de las sensaciones y de reencuentro con este, mi país, que creo que era el que compartíamos desde chicos muy jóvenes hasta una señora, de 98 años que vi caminando con un letrero que decía: “Estoy aquí por mis nietos, por mis bisnietos, por mis tataranietos”. Esta manifestación expresa y recoge resumidamente la gran deuda que tenemos y simultáneamente la gran energía y fuerza que todavía tiene esta sociedad y esta democracia.
Entre sus múltiples actividades, Hardy también es panelista en Radio Cooperativa --“medio que jugó un rol destacado de denuncia e información de lo que la dictadura escondía y que hoy sigue siendo un espacio plural informativo”, destaca-- y en el programa Estado Nacional de la Televisión Nacional de Chile.
--¿Dónde estaba cuando empezaron las protestas?
--El jueves 17 estaba en Radio Cooperativa, debatiendo a propósito de las protestas de los jóvenes que evadían el pago del metro --el subte de ustedes-- ante un panelista de derecha que de manera miope y sesgada calificaba esa actitud como violentista, sin darse cuenta de que estaba encendiéndose la mecha de lo que en pocas horas desembocaría en una protesta sostenida y masiva que ya dura una semana, que salió del subterráneo del metro --literal y metafóricamente-- para instalarse en todas las calles del país.
--¿Era previsible? ¿Esperable, desde su punto de vista?
--No han faltado unos pocos intelectuales y dirigentes soberbios que salen a vocear que ellos lo previeron y vaticinaron. Lo que teníamos era evidencia de muchos estudios, análisis de datos y cifras incuestionables, así como encuestas que mostraban desde largo tiempo un malestar social que, en determinados momentos tuvo sus expresiones a través de organizaciones constituidas, como fue el movimiento estudiantil, movilizaciones de los trabajadores subcontratistas, la irrupción de las protestas feministas, algunas organizaciones regionalistas y sostenidos reclamos indígenas. Se disponía de evidencias de desigualdades que se expresaban en fuertes inequidades distributivas, desequilibrios territoriales, brechas de trato y oportunidades entre hombres y mujeres, pobreza reduciéndose pero a expensa de expandir nuevas capas medias precarias, una histórica demanda de autonomía indígena desoída, aumentos de cobertura de servicios pero para ciudadanos de primera y de segunda, alto endeudamiento de las familias, desplazamientos agotadores por las ciudades con un transporte de mala calidad. Pero esta explosión tomó de sorpresa a todos en su fuerza y magnitud, partiendo por el propio gobierno, que poco antes declaraba que Chile era un oasis en la región latinoamericana. No sólo sorprendió al gobierno, también a los partidos políticos y a las organizaciones tradicionales. La pregunta que cabe es al revés: ¿por qué si estaban todas las condiciones para que ello fuera previsible y esperable, nos estalló en la cara? ¿Por qué naturalizamos las distintas formas de desigualdad, los abusos y privilegios? ¿Por qué normalizamos la desigual distribución del poder? ¿Por qué convivimos con un modelo de relacionamiento cotidiano violento al interior de los hogares y en nuestras calles, en el trato y la dignidad de las personas?
--¿Cuáles han sido los factores que se conjugaron para encender esa mecha?
--Hubo un detonante, que fue el anuncio del alza de tarifa del metro y del transporte terrestre. Este año, además, la tarifa de la electricidad ha subido dos veces sumando un 20 por ciento de alza. También este año 5 ciudades con muchos habitantes han visto interrumpido el suministro de agua potable por negligencia en el mantenimiento e inversiones. Me refiero a provisión de servicios que son todos privados, con excepción del metro. En esos mismos días se transparentó información sobre los precios de remedios en otros países, como Argentina y España por ejemplo, con costos infinitamente más baratos que en las farmacias chilenas. Y por si todo esto fuera insuficiente, el gobierno tramita proyectos de ley, como la reforma tributaria, que implica reducirles los impuestos a los más ricos, una reforma previsional que no toca para nada el sistema de capitalización individual administrado por las AFP que tienen fuerte ilegitimidad en la opinión pública y, además, amenaza con declarar inconstitucional un proyecto de ley de iniciativa parlamentaria que cuenta con amplio respaldo popular para rebajar la jornada laboral actual de 45 a 40 horas. Y en este cóctel se suman desafortunadas expresiones de ministros con una alta insensibilidad frente a la realidad de trabajadores cuya mediana de ingreso --según cifras oficiales-- es menor a los US$ 500 --la mitad de los trabajadores chilenos gana eso como máximo y la mitad de los pensionados tiene jubilaciones bajo el salario mínimo--. El ministro de Hacienda que invita a regalar flores porque bajaron de precio y el ministro de Economía quien, junto con presentar el alza de tarifas del trasporte, anuncia como “premio” que bajará la tarifa del metro para los que madruguen, es decir, a los que tomen el subte entre las 6 y las 7 de la mañana. A estas alturas de una semana de movilizaciones está en juego, ya no las alzas, sino la sensación generalizada de abusos de poder. Denostaciones públicas hacia los jóvenes que evadían el metro saltando el torniquete ante un despliegue desproporcionado de fuerza pública, cuando han salido reportajes de altas autoridades, incluido el Presidente de la República, que evaden el pago de contribuciones --impuestos territoriales-- por sus propiedades, y empresarios condenados por colusión de productos de consumo básico, por tráfico de influencias y evasión tributaria que salieron libres con multas irrisorias y, escucha bien, con la obligación de tomar cursos de ética.
--¿Usted ve algo más detrás de la bronca acumulada en el inicio de la protesta?
--Algo muy preocupante por una parte y esperanzador por otra. Lo preocupante es un sistema político totalmente sobrepasado por los hechos lo que refleja una larga desconexión, no con la realidad social que obviamente conoce o al menos de la que tiene evidencias, sino de cómo siente y percibe esta realidad la mayoría de la población. Este vaciamiento ciudadano de la política con dirigentes, autoridades y parlamentarios que tienen prácticas que desmienten su retórica, con hechos que trasgreden sus discursos es, sin duda, lo que está detrás y lo que hace tan difícil imaginar los caminos de salida. Es la bronca con las elites, sin distinciones. Pero a medida que pasan los días esta bronca inorgánica y extendida que, junto a la protesta pacífica y manifestaciones en calles y plazas, ha provocado también incendios y saqueos, en que no sólo están los jóvenes estudiantes --porque cruza a todas las generaciones--, a hombres y mujeres, sectores populares y medios, incluso que aparece en sectores acomodados de las ciudades, está transitando a manifestaciones más festivas y cada vez más masivas en todas las ciudades del territorio, día tras día, sin carga de ira ni violencia. La última manifestación, probablemente la más masiva desde que tenemos democracia, acaba de ocurrir este viernes en la tarde con un millón de personas en la Plaza Italia, símbolo de las manifestaciones capitalinas. A las iniciativas espontáneas ciudadanas, empiezan a sumarse manifestaciones de las organizaciones más estructuradas y tradicionales, gremios y sindicatos, organizaciones estudiantiles, feministas. Pero también experiencias de algunos cabildos en barrios, con vecinos que se suman a conversaciones y diálogos. Tenemos multiplicidad de demandas. A estas alturas la tarifa del metro ya pasó al olvido. Aparece la carestía de la vida con sueldos bajos y largas jornadas laborales a las que se agregan demorosos traslado de los domicilios a los lugares de trabajo, el endeudamiento, los déficits del sistema de salud, las pensiones irrisorias, y sigue la lista. Pero no sólo estamos oyendo las demandas materiales y de servicios, sino un reclamo transversal por el trato, por la mala convivencia, por la constatación de que esta batalla cotidiana en que cada quien se debe rascar con sus uñas, genera soledad, indefensión, inseguridad, dura y pura competencia. Es como empezar a tomar conciencia que la pérdida del tejido social nos amenaza y la necesidad de buscar espacios más colectivos, sentido de pertenencia. Volver a ser parte de una comunidad. Las calles y las plazas adquieren también la dimensión de espacios públicos de encuentro.
--La gran pregunta es cómo conectan estas dos dimensiones, la política y la social…
--Exacto, pues de no producirse esa conexión, el pronóstico es incierto, porque sin duda detrás de todo esto que te describo están el miedo y la inseguridad, con una vida anormalizada por el cierre de estaciones de metro dañadas, por un muy difícil transporte de superficie que no es capaz de abastecer la falta de metro, por dificultades de acceso a provisiones, de alimentos y bienes básicos, fruto de saqueos o cierre de tiendas por inseguridad. Y además el toque de queda que afecta al comercio y servicios desde tempranas horas de la tarde y nocturnos. La multitudinaria marcha de este viernes me parece que es una respuesta alentadora de que está venciendo la convicción de la justicia del movimiento por sobre el miedo. Dominan los letreros que dicen “Chile Despertó” agregan “Chile se Cansó”. Ambas expresiones derrotan inseguridades y miedos.
--¿Qué hizo mal el presidente Piñera para contener las protestas?
--Todo. Es como si estuviera aplicando el manual de cómo no hacer bien las cosas. Partiendo por lo más brutal al declarar estado de excepción, aplicar toque de queda y sumar al despliegue de la fuerza policial, a las fuerzas armadas. Desde lo simbólico por ser primera vez que en democracia se aplican estas medidas propias de estados excepcionales a situaciones de protestas sociales, con claras reminiscencias de lo que fue la dictadura, hasta lo fáctico y son las violaciones a los derechos humanos que están produciéndose al abordar las protestas sociales como un problema de orden público. El Instituto Nacional de Derechos Humanos ha reportado numerosos casos de heridos en postas y hospitales, detenciones por miles y muchas denuncias de vejámenes y abusos sexuales. Y muertes. Al punto que el propio presidente Piñera ahora le solicita a la Alta Comisionada de Derechos Humanos, la ex presidenta Michelle Bachelet, y a la que durante su primer año de gobierno responsabilizó de todos los problemas del país, que mande una misión de observación a Chile. Todo esto en 2019, en democracia. He visto las portadas de los diarios en el exterior de Piñera asociado a este despliegue desproporcionado de fuerza y sin duda, es lapidario en la imagen internacional de quien meses atrás aparecía como el mediador de Macron para articular a los países que debían hacerse cargo de los incendios de la Amazonía. Ahora es el mismo Piñera el que provoca el incendio social en Chile.
--Su primera salida pública al conflicto fue declarar que estaban en guerra…
--Si y le tomó 5 días de ininterrumpidas manifestaciones en todo el país un anuncio de medidas sociales que en nada se hacen cargo a estas alturas del sentido común instalado. Este ya no es un problema de tarifas más o menos, o de subsidios a los sueldos más bajos, ni de despachar un proyecto rápido de alza en las Pensiones Básicas Solidarias. Ahora el conflicto está tocando los fenómenos más estructurales de la desigualdad y por ende el tipo de sistema de salud y de pensiones que tenemos, los modos en que se fijan y regulan las tarifas de los servicios básicos, y tal vez lo más de fondo, cuál debe ser el nuevo pacto político y social que sustituya al que entró en crisis. Se están levantando voces en parte del mundo político y social que retoman la demanda por una nueva Constitución. No puedo asegurarte que nada de esto habría dejado de surgir sin en vez de la fuerza Piñera hubiera llamado desde el primer momento a un diálogo político y social, pero lo que sí es cierto es que ni la fuerza empleada ni su paquete de medidas sociales han bajado en algo las manifestaciones. Es más, éstas se han extendido y masificado así como se han ampliado el rango y profundidad de las demandas y propuestas.
--Si había tanto enojo con el modelo económico neoliberal, ¿por qué ganó Piñera la última elección?
--No olvidemos que las principales denuncias de corrupción y de colusión entre política y negocios y que venían desde mucho antes, se destaparon en el gobierno pasado de Bachelet y que eso marcó una agenda que no estaba prevista de transparencia, probidad y anticorrupción. Pero ese destape afectó a todos los sectores políticos, tanto de la oposición de derecha de entonces como de la centroizquierda gobernante, ahondando la desconfianza ciudadana en las instituciones políticas y de paso, afectando la credibilidad de la propia Bachelet. Eso en el marco de una oposición que no dejó de utilizar medio alguno para denostar la reforma tributaria, educacional, laboral y previsional. Ante la reforma tributaria, la derecha desencadenó una campaña diciendo que eso lo pagarían los sectores medios y las PYMEs, no obstante que afectaba principalmente a los más ricos del país. Frente al esfuerzo de terminar por ley la existencia del lucro en educación con fondos públicos --en la educación particular subvencionada-- y con la selección escolar, la derecha desató una campaña diciendo que esto afectaba el derecho de los padres a elegir la educación de sus hijos y a pagar por mejorar su calidad. Costó mucho explicar que era al revés, que con la selección es el colegio el que elige a quien recibe y no la familia. Y que lucro y calidad no son sinónimos. La oposición de derecha frenó la titularidad sindical en el Tribunal Constitucional mutilando la reforma laboral. Y en la reforma de pensiones que intentaba frenar la existencia de las AFP creando un nuevo fondo colectivo o de reparto con una entidad estatal, la ofensiva comunicacional de la derecha con todo el apoyo de las AFP logró instalar la idea de que estábamos expropiando dinero de cada trabajador de su cuenta de ahorro para mandarla a un fondo colectivo. Y esta disputa ideológica con medios de comunicación muy poderosos en manos de los mismos intereses que estas reformas afectaban mostró el peso valórico de tantos años de dominio neoliberal en que se instalaron sentidos comunes: lo mío me lo he ganado por mi esfuerzo y mérito y si pago, gano calidad. En suma, entró en disputa si somos ciudadanos de derechos o consumidores de los mismos, por lo que dejan de ser derechos. Todo esto en un cuadro económico complejo internacional y con una estrategia de crecimiento ya agotada e insustentable. Si bien el empleo no se afectó, el crecimiento se desaceleró y la derecha magistralmente utilizó el Chilezuela como golpe final. El descrédito de la política, la desconfianza en las instituciones, el descenso de popularidad de Bachelet, el bajo crecimiento, una coalición de gobierno que no compartía en su totalidad las reformas y mala gestión política de algunas de las reformas, así como una percepción ciudadana de inseguridad ante la violencia delictual, tienen mucho más que ver con el triunfo de Piñera en el Poder Ejecutivo que un juicio a favor del neoliberalismo, un candidato que prometió crecer y terminar con la delincuencia.
--¿Y cómo le fue con las promesas?
--Estas dos promesas a un año y medio del gobierno se han frustrado. Y además, ahora aparecen las evidencias de que la reforma tributaria que recauda de los que más tienen, Piñera quiere bajarle impuestos, que sin sindicatos negociando los salarios difícilmente suben, que gracias a mecanismos aleatorios de ingreso a los colegios ahora se puede acceder a establecimientos que antes impedían el acceso de determinados estudiantes, más las pésimas pensiones que siguen existiendo porque finalmente la propuesta de reforma de Bachelet se retiró, han creado este nuevo escenario. En rigor, el neoliberalismo no comienza con Piñera y en el gobierno de Bachelet se inició un camino inconcluso e incompleto, pero es en éste donde la olla se saturó. Entre otras cosas, porque el intento de retrotraer lo avanzado e ignorar lo que aún está pendiente, sin que el país ni los salarios crezcan y con encarecimiento del costo de vida, con la reciente evidencia de que ha aumentado el índice de victimización y de violencia, frustró rápidamente la promesa de tiempos mejores con que asumió la presidencia Piñera. Y además, con un gobernante y un gabinete dominado por frases sarcásticas y que atentan contra la dignidad de las personas. El castigo está siendo en primer lugar al Presidente y a su gobierno, pero de paso le está pasando la cuenta a toda la elite política, la que gobernó ayer y ahora. Es muy significativo asistir a las manifestaciones y marchas y especialmente a esta última marea humana que copó Santiago el viernes en la tarde sin que haya una sola bandera de ningún partido político. Asistimos a masivas manifestación sociales no movilizadas partidariamente como solía ser, si bien tienen un alto sentido político.