Hace menos de un año triunfaba Jair Bolsonaro en las elecciones presidenciales en Brasil. Muchxs creímos que era la culminación de una ofensiva conservadora en la que el moldeamiento neoliberal de personas ya no se consumaba solo en el mercado sino que pedía los servicios eclesiales y militares. Pero mientras tanto se amasaban el hastío, la desobediencia. Y este año la coordinadora indígena sacudió Ecuador y en Chile una rebelión multitudinaria gritó que había que insistir hasta que valga la pena vivir.
Honduras y Haití gritan también el hartazgo contra la regimentación fondomonetarista. Se discute el sentido de cada una de esas movilizaciones y en especial la chilena: cómo interpretar eso que insurge, sin liderazgos y sin estructuras organizativas, con radicalidad e insistencia. Por lo pronto, el fin del pinochetismo, el momento en que una sociedad dice que no le teme al estado de sitio, que lo desconoce, que está hastiada de un bipartidismo que organiza la política dentro del corralito de la administración neoliberal sin atenuantes.
En los meses previos en Argentina se consumó una decisión electoral que el domingo triunfó ampliamente. Un triunfo que puede explicarse por una conjunción virtuosa de factores: la persistencia de una estructura partidaria tradicional, el peronismo, capaz de mutar, de generar alianzas, de entusiasmar juventudes -¡cuántas veces escuchamos sobre su fin o su agonía, y ahí anda, vivito y coleando!-; la conducción política de una dirigente que abrió una jugada inesperada -¡cuánto se dijo sobre su imposibilidad de construir, tantos decires que hoy se amontonan entre risas incómodas!-; la larga tenacidad de la desobediencia en estos años, que fue feminista y sindical, que se hizo en plazas, calles, redes; la ineptitud para gobernar que exhibió la derecha triunfante en 2015, que deja el país hecho trizas, a millones de personas en la pobreza, la deuda externa expandida e impagable, las instituciones rotas, la justicia embarrada en amaños de servicios de inteligencia y la habilitación imperdonable del odio social, de la hostilidad asesina, la activación de una sensibilidad reaccionaria que se constituiría en su núcleo duro electoral.
En las urnas entraron los votos descontentos con el rumbo económico y los votos entusiastas de quienes quieren vidas dignas para todxs. Las movilizaciones del pañuelo verde llegaron a las urnas para decir que mucho hay que cambiar para que nuestras instituciones puedan decirse feministas. Llegaron las papeletas con el aroma del choripán plebeyo condenado y también con las lágrimas de quienes en estos años perdieron todo. ¿Habrán votado quienes quedaron en las calles, las familias que habitan la intemperie? ¿Cuántxs recordamos en la caricia última de ese sobre a Santiago, a Rafael o a Johana Ramallo? También habrá votos a desgano, que salen menos de la cercanía ideológica y sensible que del saber que la elite gobernante solo supo saquear y destruir.
En el mismo día de la elección, un banco hizo una publicidad a página entera del diario. Decía “mañana, como siempre, tu futuro depende de vos”. Ahí, en esa breve frasecita, se sitúa la querella de fondo por el significado de la elección argentina y el estallido chileno: reducir éste al aumento de precio del metro o el triunfo de Frente de Todxs a la crisis económica, implicaría afirmar ese fondo individualista y meritocrático. Por el contrario, hay que hilar otros sentidos del voto y las rebeliones, el que surge de un vasto tejido de experiencias de solidaridad y amistad política y que hacen lugar a una subjetividad que va más allá de la creencia en que todo depende de cada unx. Hacer lugar, expandir, recrear, afinar, tejer esas otras subjetividades, prácticas, ideas, creencias y artes que nos permitirán decir basta, en serio, al neoliberalismo.