A las 18, Alberto Fernández se levantó del sillón del SUM del edificio donde vive y se abrazó con su compañera, Fabiola Yañez, mientras a su alrededor sus amigos más cercanos aplaudían y comenzaban a vitorearlo y cantar “Alberto presidente”. Uno a uno les fue dando un largo abrazo. La ceremonia se interrumpió cuando ingresaron tres niños que viven en el mismo edificio acompañados de su abuela. Querían y lograron saludarlo. Fueron ellos los que lo acompañaron hasta la puerta del garaje, donde se agolpaba una multitud que extendía sus brazos entre las rejas con la intención de tocar a quien será el nuevo presidente a partir del 10 de diciembre, concretando aquello que Fernández recordó en el acto de cierre de campaña, cuando afirmó que Cristina Fernández de Kirchner le dijo en mayo pasado: “Ahora es tu turno”.
La jornada comenzó demasiado temprano. A las 6 de la mañana ya estaba sentado en su cama. Había llegado el día más esperado y tal vez el menos imaginado porque, hasta hace no muchos meses, Fernández se mostraba como un armador, un dirigente que buscaba la unificación del peronismo, hasta que el 18 de mayo se transformó en el candidato presidencial del Frente de Todos.
Además, el domingo coincidía con el noveno aniversario de la muerte de su amigo y jefe político, Néstor Kirchner. Lo repitió varias veces durante el transcurso del día. Recordó que dos semanas antes del 18 de mayo había hablado con la gobernadora de Santa Cruz, Alicia Kirchner, para estar el 20 en Río Gallegos con la idea de ir al mausoleo. Hasta ese momento nunca había estado allí y ahora no sólo iba a estar sino que, además, lo haría como precandidato presidencial. Lo contó varias veces y se emocionó cada vez que desarrolló el relato.
El paseo de su perro Dylan fue tal vez un anticipo de lo que se iba a traducir en las urnas. A cada paso alguien se acercaba, le pedía una foto y un abrazo. Gente que dejaba su auto de lujo estacionado en doble mano y se bajaba para pedir una foto.
“’¡Impresionante! Jamás imaginé que ocurriese algo así en este barrio”, repitió refiriéndose a Puerto Madero. Incluso, luego de votar, repitió la cábala de las PASO de tomar algo en el Starbucks cercano a su casa. Cuando ingresó, los parroquianos comenzaron a aplaudirlo y otra vez la ceremonia del pedido de abrazo, beso y foto. Algo impensado hace apenas un año, sobre todo porque los allí presentes cantaron el “Alberto presidente”.
Antes de ir a votar, Fernández se sentó a mirar los mensajes que caían uno tras otro sin solución de continuidad en su cuenta de WhatsApp. Luego dejó el teléfono a su lado y recordó el asado que compartió con Gustavo Santaolalla en la casa de Daniel Filmus. Leandro Santoro le preguntó qué canción le gustaba de León Gieco y Fernández se levantó y trajo su guitarra. Así, como si nada, comenzó a tocar y eso pareció relajarlo. Buscó los acordes en Google y cantó “Todos los días un poco”, luego llegó el turno de un tema poco conocido de Litto Nebbia y después el “Mañanas campestres”, de Santaolalla. Así, la hora pactada para ir a votar se fue estirando porque a cada instante surgía una nueva canción. Su vocero, Juan Pablo Biondi, había partido antes para organizar todo pero no se sorprendió por la demora. Fabiola fue quien lo sacó de ese clima y tras un cambio rápido de ropa bajó a buscar su auto. Eso sí, antes buscó el CD que le regaló Santaolalla para escuchar mientras llegaba a la Universidad Católica, donde votó.
En su casa lo esperaba un pequeño grupo de viejos amigos. Claudio Ferreño, Julio Vitobello, Jorge Argüello, Alberto Iribarne, Pepe Albistur, Victoria Tolosa Paz, Miguel Pesce y Guillermo Oliveri, además de Fabiola.
Entre anécdotas, bromas y sanguchitos, comenzaron a llegar los datos de encuestas a boca de urna. Los números fueron siempre favorables y eso permitió que la tarde fuera relajada. Incluso el televisor, que bajaron del departamento de Fernández, quedó por un largo rato sin sonido. Solo le prestaron atención cuando uno de los canales de noticias mostró que faltaban segundos para las 18. Entonces, comenzaron los abrazos y un brindis al grito de "Alberto presidente". Fernández sonreía y dijo que pensaba descansar unos minutos antes de partir al comando de campaña. No pudo, la gente en la puerta del garaje le pedía a gritos que bajara. Luego unos vecinos tocaron el timbre del departamento; apenas la puerta se abrió ingresaron con los brazos en alto, banderas argentinas y distribuyeron besos y abrazos, Dylan incluido.
Después comenzaron los llamados de gobernadores y dirigentes políticos. A todos Fernández les respondió y agradeció. No era para menos, los números que llegaban desde las provincias del norte daban cuenta de un triunfo rotundo.