Se cumplían nueve años de la muerte de Néstor Kirchner justo este domingo. Desde el sábado comenzaron a llover en los muros las fotos del interior de los hogares ya con sus altares preparados. Néstor estaba presente en todos. No era necesario ser católico ni nada. Fueron altares que no llamaría paganos, sino de religiosidad cívica, mixturada entre la creencia de que los que se fueron nos acompañan siempre a quienes los amamos, y la otra, la creencia desesperada de que hay que volver a poner al país de pie, que no es una frase de campaña sino la evidencia de que nuestro destino está absolutamente atado a esta elección.
La foto de Evita, la de Néstor, la de Perón, la de un padre, un amigo, un compañero, un perro que se fue en el transcurso de estos terribles últimos cuatro años. Aparecían allí, entremezcladas, todas las formas del amor. La del líder y la del ser querido. Una o dos velas encendidas cuando cayó la noche de las vísperas. Un florerito con un par de flores o unas ramas verdes arrancadas del jardín o la vereda. Proliferaron por todo el país, igual que las parrillas con chorizos colocados en V, o armando la palabra “vuelve”, listas para el festejo o dispuestas como reafirmación de fe y de anhelo de alegría.
Hubo miles de testimonios que daban cuenta de que llegamos hasta aquí con lo puesto. Que la angustia y la impotencia ya angostaban las gargantas y los corsets emocionales que muchos se pusieron para resistir al macrismo ya cedían, ya se fisuraban, y dejaban salir de a poco un mar de lágrimas contenidas por el maltrato recibido. Cada ofensa, cada privación, cada mentira volvieron a doler.
El recuerdo de Néstor, por la fecha y por lo que hizo Néstor por nosotros, fue el más recurrente. Porque sin él, el peronismo se hubiera quedado estancado en la equivocación de los ´90, y no hubiésemos podido estar tan pero tan seguros de que volver mejores es volver siendo más, pero que con eso no nos aseguramos la experiencia de bienestar y libertad que nuestro pueblo reclama. Que ser mejores es superarnos a nosotros mismos en la capacidad de defendernos unos a otros pero también con dirigentes que estén a la altura de un pueblo que confía en ellos. Néstor, el que cuando asumió dijo que no iba a dejar sus convicciones en la puerta de la Casa Rosada, es hoy un nuevo conductor celestial que indica el camino a los que llegan: queremos que nunca más quienes votamos se olviden, en el ejercicio del poder, por qué y para qué llegaron hasta ahí.
Hubo innumerables recuerdos y mensajes, también, para quienes como Héctor Timerman, no pudieron llegar a ayer por el ensañamiento irracional del macrismo y su botín judicial. Y para quienes están injustamente privados de su libertad por causas inventadas. Hubo promesas de llantos incontenibles y sanadores, pedidos de abrazos a fiscales al salir del cuarto oscuro, besos a estampitas de una amplia gama de santos, y por fin, la confesión del agobio, de la infelicidad, de la injusticia que no se soporta más.
Néstor nos recordó, a lo largo de esta pesadilla que todavía no acaba, el poder transformador y colosal de la política cuando viene desde las vísceras de quien la hace, y cuando nunca se olvida que un mandato presidencial es un mandato de representación popular. Cuando se murió hace nueve años lloramos todos como niños huérfanos de padre, hermano, amigo, compañero. Pero nos dejó la convicción que ejercimos cada día del período macrista: no nos quedamos en nuestras casas, no nos permitimos la soledad, no nos afligimos si en la charla a la que íbamos como oradores o participantes, hace dos o tres años, había diez o quince personas. Néstor nos enseñó que así es la militancia verdadera: la que no espera grandes auditorios, la que no busca subirse al escenario, la que no codea para tener la pulsera del VIP, la que está contenta y conforme con la acción en sí misma, porque cinco se vuelven diez y diez se vuelven cien y cien se vuelven miles y miles, y para eso trabajamos también miles y miles a lo largo y lo ancho de la patria.
Néstor, y los encarcelados y los desaparecidos y los seres queridos que perdimos votaron con nosotros ayer. Los llevamos en el cuerpo, en la mente y en la manera de mirar a los demás. No importa nada lo que digan. Ya han dicho demasiadas mentiras sobre nuestra voluntad, nuestras creencias y nuestras intenciones. Queremos un país normal, como dijo él en su discurso inaugural. En 2003 eso parecía hasta poco. Hoy dimensionamos mejor que “lo normal” en un país cualquiera es que su infancia coma, que sus viejos reciban atención médica, que todas las voces tengan derecho a hablar, que un ser humano valga más que una planilla o la angurria de un rico que vino a usar al Estado para quedárselo todo.
Néstor votó con cada uno que votó al Frente de Todos, porque se nos fue muy pronto pero sigue siendo el gran inspirador de nuestra irrefrenable voluntad de poder: no queremos ser testimoniales ni imaginar escenarios perfectos librados de todo mal. Habrá barro y lo sabemos, pero ayer el voto no fue solamente por el Frente de Todos. Fue también para que quienes son los candidatos del Frente de Todos nunca olviden qué tipo de vínculo con el electorado queremos. De lealtad y compromiso. Nunca más políticas neoliberales. Nunca menos que la felicidad del pueblo.