En la feria americana de usados que nadie visita han quedado las buenas maneras presidenciales que incluían donar los sueldos a la Sociedad de Beneficencia, caminar solo por la calle o hacerse mayorista de margaritas como lo fue hasta hace poco el Pepe Mujica. El look neoliberal dicta el presidente inversor, que trae por descontadas sus otras “virtudes cotidianas” : la del evasor de impuestos y Bel Ami de las oligarquías financieras internacionales , desechada primero de su lengua –por lo general pobre–, aquella vieja palabra del diccionario setentista: “antimperialismo”, ahora interpretada como incapacidad retro para pedir fondos al FMI y obtenerlos.
¿Qué tienen de semejantes El gato y La piraña, amén de sus apodos populares, en su cualidad de peleles neoliberales, al mando de dos países acostados uno al lado del otro y separados por los Andes en el mapa imaginario de la globalización radiante (sí, ya se, un mapa es una abstracción pero el que evoca la geografía de hoy es uno arañado por millones de pisadas, en el de Chile por su bautizado despertar insurgente, el de Argentina por la celebración callejera, mientras que los mapas globalizados podrían representarse vacíos, todo está bancarizado, el “líquido” circula y se manipula en tramas digitales , la protesta encerrada o desaparecida cuando no asesinada).
Según la revista Forbes el patrimonio de Piñera es 650 millones de dólares y el de Mauricio Macri de 150, grosso modo debido a las cuentas no declaradas, las escondidas en paraísos fiscales, los testaferros , las acciones indemostrables y otros afanos de guante blanco.
El neoliberalismo de derecha le viene a Piñera vía árbol genealógico pijo que habría trepado hasta Huayna Cápac. Franco Macri , en cambio, era en Italia, albañil y de corto linaje, pero tanto sus negocios como los que su hijo protagonizara en sólo una generación, bastaron para que todo el mundo comenzara a sospechar de ese extorsivo y demagógico valor popular del “hecho de abajo”.
La clase venida de arriba, en todos los sentidos suele traducirse en una suerte de soltura o savoir faire a menudo rústicos, porque así lo exige la rudeza del fundo, por eso Piñera se abraza con los dueños de la tierra con una campechanía confianzuda mientras Macri recibe en el teatro Colón durante el G20 con la torpeza asombrada de quien cumple un sueño de pibe: pertenecer (aunque el grosero de Trump lo haya plantado en el escenario).
La semiología barata, aquella que suelo tentarme con ejercer, y rama de la picaresca popular, esa comunión inofensiva de todos los tiempos para embarrar la prestancia de todo poder, ha llenado su inmenso archivo –ese donde el general Perón queda siempre bien parado por su criollo y cínico arte de la réplica- con las barrabasadas de Macri como cuando afirmó que la droga mata tanto a pobres como a “gente muy valiosa” o cuando denunció que mueren en accidentes viales “5000 argentinos que no tenían que morir”. Y Piñera , con su impostada campechanía no le va en saga, cuando en vísperas del Día del Joven Combatiente se le escapó que padres, familiares y amigos de un caído tenían derecho a “celebrar”…o recordar su muerte . Ni hablar de cuando convirtió la palabra terremoto en “terrepoto”, sugiriendo que para la lógica financiera las catástrofes naturales suelen coaccionar a una eficacia no rentable, entonces caen como el culo.
Pero esas piezas de escarnio oratorio no se pagan caro en un régimen en el que ni siquiera la política del carisma como sustitución de las acciones de un líder, propias de siglo XX, según la teoría de Richard Sennett, son comparables con las promesas del crecimiento económico indefinido y la libertad traducida en su ejercicio individual entre las opciones del mercado y de espaldas a los excluidos a los que siempre se mantendrás a raya mediante las armas y lejos de los propiedades de unos pocos que no son los condenados de la tierra.
Hace poco Horacio Gonzalez, entre una serie variada de afirmaciones ante la Agencia Paco Urondo , habló de la necesidad de valorar positivamente la guerrilla de los años setenta para que escape “un poco de los estudios sociales que hoy la ven como una elección desviada, peligrosa e inaceptable”. El “te diría” que encabezaba la valoración más el “un poco”, sugerían el carácter provisorio de la afirmación en el sentido de que merecería un desarrollo y una argumentación fuera de los tiempos pautados para la entrevista. La totalidad del texto sugería una relectura de la historia argentina , extrayéndola de las manos presurizadas de los historiadores positivistas, y que solo luego de la caída de Macri , esa lectura sería posible. La misma práctica política de González –no fue uno de “los imberbes” que se fue de la Plaza de Mayo , formó parte de la JP Lealtad, fue crítico de la organización Montoneros– desmiente la posibilidad de que la valoración tomara la forma de una apología y sí, en cambio, la de una crítica que no fuera rápidamente reducida a descalificación.
Pero como aún se estaba en Macriland, una suerte de gandhismo a la violeta explotó para convertir la frase en una apología de la violencia, aún viniendo del mismo sector en que se promulgó la doctrina Chocobar, encubierto el crimen de Santiago Maldonado e intentado promover el 2x l en las condenas por crímenes de lesa humanidad . Ahora no se trataría de ejercer ni siquiera la doctrina de los dos demonios sino de un solo demonio que sustituiría al del Terrorismo de Estado, figura que, en las críticas a González, brilló por su ausencia.
Si bien no puede reducirse el pensar la guerrilla meramente por su brazo armado, vale la pena subrayar un párrafo de la nota de Martín Kohan “Tomar las armas”:
“Me pregunto (…) si al menos en ocasiones, desde tal o cual perspectiva política, no se ofrece una consternación visceral previo barrido bajo las respectivas alfombras de los propios hechos de armas, esos que la historia empero registra como si nunca hubiesen pasado o como si fueran completamente ajenos. O me pregunto, en todo caso, si al menos en ocasiones no subyace en tales consternaciones una regla finalmente simple: la admisión de la toma de armas cuando responde a los intereses propios, cuando corresponde al ciclo histórico del propio acceso al poder, y se lo repudia con igual enjundia cuando responde a intereses contrarios, cuando se trata de que ese mismo poder se vea cuestionado y desafiado”
Entonces cabría también la pregunta de si la denegación incondicional de toda violencia no es el llamado al orden de una autoridad que se quiere impune, la exigencia de una resignación y un vasallaje que quien los impone no suele ostentar, argumentando su propia violencia en la fanfarria de la Razón Nacional, la Familia u otras mayúsculas por las que se justificarían los derramamientos de sangre.
Si para Cristina “la Patria es el otro”, para la familia Piñera el otro insurgente es alienígena y para Macri – ¿se acuerdan?– serían 562 los argentinos, entre gremialista, periodistas, empresarios y opositores varios a los que habría que mandar en cohete al espacio. Quizás , de uno y otro lado de la cordillera, se ha acuñado un slogan más pregnante que el prolongado Civilización o Barbarie: Terrestres versus Extraterrestre. Es que el imaginario de la globalización sólo puede concebir a sus enemigos fuera del planeta.
“Atese a un poste para no oír el canto de las sirenas” le habría dicho Piñera a Macri en un despliegue culto para alentarlo en la elección. Metáfora confusa aunque lo de atarse es un buen consejo para quien sugirió que si se volvía loco podía hacer mucho daño. Porque todavía falta para llegar a diciembre. Pero lo que es en la América antineoliberal, entre las urnas y el despertar, de Atlántico a Pacífico ya hay uno menos y otro en veremos.