Un gesto típicamente borgeano era tomar a un escritor anglosajón menor o de segunda línea y, a través de citas estratégicas y geniales traducciones (del propio Borges) o de simples y oportunas operaciones de name dropping aquí y allá, transformarlo, para el lector en castellano, en un escritor mayor.
El mismo gesto Borges lo practicaba dentro del cuerpo de obra de grandes escritores: tomaba una obra que (por ejemplo) en la literatura norteamericana era considerada relativamente “menor”, de un escritor literariamente “mayor”, y la convertía en una gran obra dentro del campo de la literatura en castellano. Puede tomarse el caso del impacto que causó la traducción borgeana de Palmeras salvajes, de Faulkner, en 1940. Poco tiempo antes había escrito en una revista cultural que esa no era la mejor obra del escritor norteamericano, que no recomendaba empezar a leerlo por ahí… y luego la tradujo, “mejorándola”, para los lectores de habla castellana. Podría exagerarse: Palmeras salvajes tiene más prestigio en castellano que en inglés.
¿Cómo se construye el prestigio? ¿Cuáles son sus agentes? ¿Cómo se establecen los gustos, criterios y consensos de un momento dado?
El llamado mundo del arte está notoriamente atravesado y en buena parte sostenido por este tipo de inquietudes: un grupo, una clase, una o varias instituciones, validan o rechazan artistas y todo se juega en sucesivas y perpetuas lucha por el sentido, la convalidación y el mercado. También aporta lo suyo la pequeña multitud de conocedores y baqueanos, con sus chismes y rumores, saberes y, especialmente, no saberes.
El mundo del arte se la pasa generando y encumbrando modelos a los que sostiene durante un tiempo, lo cual arroja como contrapartida un tendal de rechazados y mesas de saldos. Como son pocos los que entran en la selección, es un mundo pletórico de nobles resentimientos, en donde los blogs resentidos hacen capote porque sintonizan con extendidos y diferentes grados de desazón.
La exposición Objeto móvil recomendado a las familias (cita tomada de una obra de Max Ernst), curada por Santiago Villanueva, se mete de lleno, de manera inteligente y con humor, en ese mundo de vanidades, injusticias y vendettas, luchas por el sentido y aspiración a participar en el mercado, que supone el día a día en la plaza local de las artes visuales.
Obras que en cierto momento fueron convalidadas y cuya sobrecarga y redundancia hoy podrían dar risa o miedo. Es lo que sucede con las dos estrellas de esta exposición: las obras de Mariette Lydis y de Naum Knop, gracias a los lugares simbólicos que ocuparon en su época, en relación con el eclipse total que sobrevino después. Otro tanto acontece, aunque por distintos motivos, con obras como las de Noé Nojechowicz, Vito Campanella, Orlando Pierri, Zdravko Duèmeliæ o (la particular y poco conocida selección de) Leónidas Gambartes. Allí aparece otra cuestión que subyace en toda la muestra: la construcción de un kitsch voluntario o la caída en un kitsch involuntario producido por las mutaciones del contexto.
Villanueva metió la mano en la bolsita de los recuerdos del mundo del arte y rescató obras curiosas, desconocidas, olvidadas o rechazadas por los consensos dominantes, produciendo ofertas que en algunos casos se trata de ofertas de saldos: saldos de la cultura, del mercado; saldos de los lotes de remates que ponen en evidencia esa rueda de la fortuna que contrasta las “cotizaciones” de ayer con las de hoy. Junta esos recuerdos con obras de artistas cuyo legado permanece como consagrado y prestigioso a lo largo del tiempo: como Roberto Aizenberg, Mildred Burton, Juan Del Prete (con sus idas y vueltas), Jacques Bedel, Jorge Diciervo o Fermín Eguía. Y hay otro grupo, de artistas de la generación intermedia y más jóvenes, cuyas obras dialogan, parodian o tensionan con las de los otros grupos: Miguel Harte, Adriana Minoliti, Fernanda Laguna, Mariana Tellería, Laura Códega, Emilio Bianchic y Tobías Dirty.
Este gesto puede ser sincero o irónico, no importa. Ahí está el resultado para ser visto y que cada uno ejerza sus gustos y convicciones.
Un tema interesante, planteado por Roberto Jacoby en la inauguración, es ¿qué pasaría si esta muestra produjera docencia, generara descendencia? La exhibición juega con trastocar la relación entre lo consagrado y lo rechazado, poniendo en cuestión o, en todo caso, en evidencia, a los agentes de convalidación de cada momento.
Un tema aparte es el sorprendente diseño de montaje de Osías Yanov: un montaje protagónico, que no está subsumido necesariamente en las obras, ni es funcional, sino que se propone como una obra total, abarcadora/contenedora de todas las demás: una suerte de señalamiento y puesta en evidencia; productora de relaciones, de comparaciones, de subrayados. Las estructuras metálicas que Yanov coloca en toda la muestra, a veces resaltan, a veces neutralizan o interfiere las obras expuestas. Es un montaje que literalmente baja línea, mientras cubre las paredes contrastando, por ejemplo, un gris de oficina con un verde chillón y estridente, o un azul espacial y que, por momentos –con sus llamativas estructuras que se extienden al modo de un mecano– recuerda a los protoplasmas alienígenas que se autogeneran, esporulan e invaden la Tierra en las películas serie B.
Pocas veces se vio en los diseños de montaje locales una intervención/ interferencia tan arriesgada y elocuente. Montaje que es coherente con el sentido de la muestra, porque aquí se trata en buena medida de establecer un lado “B” del arte.
El motivo central de la exposición trazar una especie de genealogía surrealista en nuestro país, a partir del camino errático trazado por el Grupo Orión (en la muestra puede verse obra de uno de los integrantes de aquel grupo, Orlando Pierri) al que se lo contrapone con la carrera eficaz y triunfante de los artistas concretos.
“Esta reunión de obras –escribe el curador– respeta una memoria inestable del surrealismo o el superrealismo, en Argentina.”
“El fracaso, para la historia, del primer y único grupo surrealista argentino, el grupo Orión, nacido en 1939, permite abordar caminos que desarman lo programático de cualquier vanguardia internacional.” La falta de toma de posición para formular una nueva actitud los separó de espacios de trincheras como los que sostuvieron los concretos, quienes desde su claridad deshabilitaron lugares de acción. Podemos pensar a este grupo de artistas como un conjunto que representa lo aspiracional de los movimientos de avanzada en la Argentina. La indecisión de Orión permitió que el clima onírico y el desbalance con lo real perduren con cierto anamorfismo en las décadas siguientes.
“El surrealismo –sigue Villanueva– sobrevive como un momento de investigación adolescente, en el que se mezcla una actitud rupturista con una seguridad en las formas, un momento de indecisión y dudas volcados en una mecánica inesperada.”
* En el Espacio de Arte de la Fundación OSDE, Suipacha 658, hasta el 29 del abril.