Una diferencia menor a la esperada --por lo que se preveía tras las primarias y, quizá sobre todo, por los datos que circularon durante la jornada-- provocó un efecto “bajoneante”, o de alegría que se moderó, en muchos votantes del Frente de Todos. Se comprende, pero no se justifica.
El Gobierno hizo una gran elección, cómo no, pero Mauricio Macri se va.
La fortaleza del antiperonismo se revitalizó desde donde nunca dejó de estar, pero Macri se va.
En todo caso y como se advirtió reiteradamente en los momentos triunfalistas post PASO, resultó confirmado que no se va lo que Macri representa.
Pasada la alegría, no importa si más grande o más contenida que la pronosticada, permanece lo esencial.
La economía está desvencijada, tétrica, según todo parámetro que se tome. La intervención de Axel Kicillof hacia la medianoche de ayer, en el bunker del Frente, fue una clase magistral acerca de la tierra arrasada que dejan los poderes fácticos simbolizados en Macri.
Claudio Scaletta (“Los límites del posneoliberalismo”, en este diario, hace dos semanas) escribió sobre cuatro elementos concretos que representan una incógnita, y que son muy diferentes a la década inicial del milenio.
Primero, no hay un ciclo expansivo en los precios de las materias primas exportables. Segundo, la atención estadounidense sobre su patio trasero. Tercero, el inmenso peso de la nueva deuda tomada por el macrismo; y que buena parte de ella sea con el FMI, lo cual es un condicionante del que será muy difícil librarse. Cuarto, el más “político, es que la alianza de clases propuesta por el Frente incluye a muchos que, por acción u omisión, apoyaron al régimen saliente y no persiguen rupturas radicales con el antiguo orden.
El objetivo inicial, “en pocas palabras, (…) es evitar la hiperinflación, atacar el hambre, recuperar parcialmente los salarios y parar el derrumbe de la economía. Parece poco. No lo es”.
Ese aspecto estructural no cambia en absolutamente nada por el resultado de ayer. Al contrario.
El nuevo Presidente es Alberto Fernández; Cristina vuelve al poder; el nuevo gobernador de nada menos que la provincia de Buenos Aires es un cuadro proveniente de la izquierda, de honestidad a toda prueba; el peronismo unido, en ambas Cámaras, dispone de un vigor que era impensable hasta hace apenas un par de años.
Y así como no había antecedentes de la manifestación impresionante que hace cuatro años despidió a la jefa de Estado, tampoco los hay de la que anoche acompañó a la fórmula presidencial ganadora. Cuadras y cuadras de emoción, de esa gente que festeja el retorno imprescriptible de la esperanza.
¿Cómo podría suceder que alertarse por el vigor antiperonista pierda de vista la energía vencedora?
Enfrente, Horacio Rodríguez Larreta despunta como la figura que reconquistaría más votos, siempre a derecha, a mediano plazo. María Eugenia Vidal, a pesar de su dura derrota, conservó un núcleo básico y no sólo no recibió facturas internas, sino que quedó como víctima del empecinamiento de su ex jefe en no desdoblar las fechas electivas.
Resta comprobar si la remontada de Macri será capaz de animarlo para disputar su interna ex cambiemita.
Desde ya que esas últimas son consideraciones apenas para echarle una mirada al paisaje de quienes, hasta hace dos años, se comían a los chicos crudos. Lo urgente es cómo conducirá la transición una pandilla de ineptos políticos y técnicos, sobre la que cabe reiterar algunas preguntas elementales.
¿Asumirán algún grado de responsabilidad institucional?
¿Tomarán las medidas que son menester para ponerse por delante de la crisis, como muy probablemente les exigirá el Presidente electo a fin de frenar la estampida de reservas?
¿Qué harán? ¿Consensuarán para no incendiar el país? ¿O munidos del envalentonamiento por su buena elección preferirán retirarse dejando una herencia más salvaje todavía?
El discurso de Macri, anoche, en la breve oración dedicada al nuevo Presidente para que concurra a Casa Rosada, a primera hora, indicó formalmente que estaría dispuesto a cierto diálogo para apagar algún fuego.
Sin embargo, requiere de demostración efectiva. Confiar a ciegas en que quienes condujeron la Argentina a este desastre son aptos para despedirse con la mayor calma posible, por el solo hecho de que lo indica la lógica, es una irresponsabilidad analítica.
Sí es seguro que la economía se maneja -también- con expectativas. Sea cual fuere la disposición de la banda que se va, el nuevo Gobierno parte, en el mientras tanto y desde que asuma, con un gran plafond para imponer condiciones ¿O acaso se pierde vista quién y qué ganó?
Entre nosotros sí hay, como acaban de subrayarlo las urnas, una opción política -real, no testimonial- que pone en entredicho al neoliberalismo.
Desde ya: hasta donde podría darle su potencia local, en un mundo hegemonizado por la concepción de que lo único posible es el capitalismo en su forma más salvaje (últimamente un poco menos, vistos Chile, Ecuador, el Líbano, Irak, su ruta y, vamos en primer lugar, Argentina con esta esperanzadora confluencia alrededor de recuperar una potencia institucional soberana, no adscripta a que el Estado sea necesariamente de ese “ellos” que consiste en Aparato Corporativo-Empresarial/Poder Judicial/Medios de Comunicación. Un Estado al menos árbitro, nunca cómplice).
De hecho, las campañas de las dos fuerzas principales insistieron en que había, y así seguirá, dos modelos en pugna.
Hay conducción efectiva y hasta liderazgo en el Frente ganador. Hay fortaleza sindical, mucho más grande que en cualquier otro sitio de la región. Hay interlocutores de movimientos sociales extendidos. Hay curas que levantaron la voz. Hay el periodismo que atravesó estos años que eran de desierto con una lata de anchoas. Hay significativos referentes sectoriales e intelectuales que también advirtieron acerca de lo que estaba y lo que se venía. Hay memoria activa e inclaudicable en los organismos de Derechos Humanos que son orgullo mundial. Hay luchadores sociales a montones. Hay un espíritu de protesta callejera que es de siempre, que pone muy nerviosos a los voceros de la falsa prolijidad republicana. Y que es el reaseguro, al menos, de que toda desviación de objetivos centrales no se la llevará de arriba.
Ayer, entonces, podrá haber sido certero -a tono con el vértigo y el desconcierto de estos tiempos universales- que se votó más en contra que a favor. Y que el gorilismo tiene excelente salud.
Pero tengamos en cuenta las características distintivas de este país con empate histórico, entre las fuerzas reaccionarias y las de orientación popular.
Acá hay disputa efectiva.
Es una gran noticia ratificada ayer, y para aseverarlo no hace falta esperar nada. Ni “deprimirse” (???) porque la distancia fue más reducida que lo previsto.
Néstor Kirchner, a nueve años de su muerte, bien contento que estaría.