Desde Barcelona
UNO Rodríguez venía preparando su plan maestro desde hace días: toses sueltas en el trabajo, comentarios aislados de que no se sentía muy bien, alusiones a la primera gran gripe '19-'20. Y así tuvo todo perfectamente dispuesto y sentarse la mañana del pasado jueves frente al televisor a ver el episodio más esperado de la serie más comentada de los últimos tiempos: Juego de Ataúdes. Y ahí estaban todos sus tertulianos políticos favoritos de costumbre pero, de pronto, con un cierto aire más histórico que histérico. Eran los mismos que en los últimos tiempos habían aullado acerca de las hogueras en Barcelona, del nuevo bloqueo gubernamental o del avance de la ultraderecha quienes, ahora, se concentraban en el operativo largamente anunciado y hasta no hace mucho considerado --otra serie-- como Mission: Imposible. Eso de sacar a la momia del Generalísimo y Dictadorisísimo Francisco Franco del Valle de los Caídos. Santuario que él mismo y faraónicamente ordenó construir en vida y donde dictaminó que sería adorado por los suyos/todos por los siglos de los siglos. Y de trasladarla a un mucho más humilde y nada mesiánico panteón en cementerio común para que descanse en paz --sin que esto significase necesariamente el pacífico descanso de los vivos-- de cara a la sombra.
Allá va, allí fue.
DOS Y Rodríguez hasta tenía el informe/dossier del procedimiento a realizar facilitado por el Gobierno (se lo había pasado un amigo periodista; incluyendo más mapas y diagramas de los que seguramente tuvo el Día D en Normandía) con el título de Proceso de Exhumación, Traslado y Reinhumación de Francisco Franco. Y no se había perdido ninguno de los demasiados episodios anteriores. El capítulo-piloto de la dolorosa construcción de ese granítico y marmóreo mamotreto fascista-religioso y Carlos Arias Navarro sollozando en la tele y en blanco y negro un "Españoles... Franco ha muerto" y las filmaciones de aquel entierro en 1975. Y después y desde hace más de un año, los sucesivos anuncios y fechas postergadas para el operativo a cargo del gobierno de Pedro Sánchez consiguiendo involuntariamente un aumento del 103% de visitantes al macro-osario. Enseguida, las batallitas tribunalicias (de un tiempo a esta parte, en España todo lo político se judicializa) libradas por el clan del vivísimo muerto y el prior del Valle de los Caídos negándose a entregar al finado y la inexplicable e injustificable --y alguna vez subvencionada por el Partido Popular-- Fundación Francisco Franco. Los dimes y diretes de oposición a diestra y siniestra descalificando toda la cuestión como innecesaria y distractora y electoralista. Las entrevistas a los enterradores de entonces y a los exhumadores de ahora (una empresa con el vistoso nombre de Hermanos Verdugo). Las elucubraciones y análisis de intelectuales e historiadores en cuanto a si todo esto equivalía a cerrar heridas o abrirlas (si todo eso de la Memoria Histórica debería conducir, finalmente, a una olvido consolador o a un recuerdo inolvidable). La misa a ser oficiada por sacerdote hijo de Tejero (aquel golpista del 23F que, sorpresa o no tanto, ahí reaparece en vivo y en directo). Las bromas en cuanto a dinamitarlo todo y se acabó el problema. Y --en lo muy personal para Rodríguez-- el extrañar tanto al genio y figura de Gila, quien se hubiese hecho una fiesta con todo este necro-guerracivilista material, aquí y ahora, en lo que seguramente sea el acontecimiento histórico más demorado en toda la cada vez más lenta historia española.
TRES Y la verdad sea dicha: a Rodríguez --como a tantos españoles-- nada de todo esto le importa menos y a la vez poco le interesa más. Y no podría precisar si todo esto equivale a demorado exorcismo cicatrizante o a ratificación de posesión sin fin. Es decir: le parece todo una chorrada, pero no le parece una chorrada el que le parezca una chorrada. Y, sí, es cierto que ese tan erguido Valle de los Caídos --lindando con la fortaleza de Barad-dûr de Saurón-- siempre le produjo, ya desde su infancia, una suerte de fascinación como escenografía perfecta para película de terror cósmico con todos esos muertos. "No hay separación por bandos, unos y otros están entremezclados. Con oficialmente restos de 33 847 personas distintas, y calificada la 'mayor fosa común de España', la exhumación de cadáveres sería imposible, dado que estos habrían acabado formando parte de la propia estructura del edificio, al haber sido empleados para rellenar cavidades internas de las criptas, y que, por efecto de la humedad, habrían acabado conformado un 'cadáver colectivo indisoluble'", explica le entrada sin salida de la Wikipedia, tanto más cerca del tentacular Cthulhu que el del crucificado Jesús en una cruz mucho más humilde y pequeña que la del Valle de los Caídos.
Y tal vez ahí resida el quid de la cuestión: se identifican sin problemas los restos mortales de quien mandó alzar ese adefesio y ya nunca se podrán identificar los restos inmortales de aquellos que lo construyeron como esclavos piramidales.
Entre tanto fasto y nefasto, una cosa es cierta: Franco era --desde hace 44 años y hasta el pasado 24 de octubre-- el único de los grandes dictadores europeos que contaba con lugar de culto. De ahí que Rodríguez siempre fantasease con lo siguiente: dejarlo todo ahí y como estuvo; pero cancelar todo tipo de mantenimiento y permitir que la naturaleza avanzase sobre el "monumental conjunto conmemorativo" hasta derrumbarlo por el peso de la Historia y el pesar del la evocación y así reconstruirlo como ruina cubierta de hiedra y musgo y mierda de halcones y no de aguiluchos.
Y Rodríguez se entera ahora de que Madrid y alrededores son el territorio con mayor densidad de tiranos bajo tierra. Por ahí no andan pero si están el cubano Fulgencio Batista, el dominicano Rafael Trujillo, el croata Ante Pavelić y el venezolano Marcos Pérez Jiménez. Saludos para todos y ahora Rodríguez contempla en la tele el paseíllo de matador torero de sarcófago a hombros de familia (incluyendo al bisnietísimo e "influencer" y "pretendiente legitimista al trono de Francia") hasta el helicóptero militar y democrático. Y ahí parte Paquito: volando sin valquirias cabalgando a su lado, rumbo a la que vaya uno a saber si será su última morada.
Y Rodríguez apaga el televisor y --día libre-- decide ir al cine. Pensaba entrar a ver --para seguir en tema-- Mientras dure la guerra, la nueva película de Alejandro Amenábar ocupándose de la figura volátil y contradictoria y ambidiestra (y casi apta para todo ideología) de Miguel de Unamuno y su célebre discurso en Salamanca '36 con ese "Venceréis pero no convenceréis". Pero, ante la boletería y no del todo convencido pero sí vencido, se lo pensó mejor. Y --sin salirse del libreto de la jornada-- Rodríguez optó por meterse a ver Zombieland: Mata y Remata, otra de muertos vivientes y de vivientes agonizantes que intentan sobrevivirlos. Rodríguez se rió mucho y volvió a casa por calles cortadas por lavados y descerebrados seres aullantes. Y cenó con los abultados resúmenes de la jornada --rebosantes de infografías animadas-- en los noticieros de la noche.
Y después --por más o menos ocho horas, con alguna breve resurrección para ir del lecho al baño-- Rodríguez descansó no en eterna paz pero sí en breve tregua.
Algo es algo.