–Se radicó muy joven en Europa. ¿Cuándo decidió que su vida iba a girar en torno al ajedrez?
-La sensación de que el ajedrez iba a ser algo más que un juego la tuve toda mi vida. Me acuerdo de un sub 14, tenía once años, no pasé ni la primera etapa pero mi primera impresión cuando terminó fue que yo podía ser campeón argentino de esa categoría. Era algo completamente ilógico, casi incomprensible y no podría explicarlo muy bien, pero sentía eso. Lo de Europa fue muy gradual, primero empecé a viajar para jugar torneos, y de a poco las estadías comenzaron a alargarse más. A los 21 años volví después de lo previsto de uno esos viajes y perdí el cuatrimestre en Ciencias Económicas. Había estudiado tres años de carrera, la dejé y nunca la retomé. Poco después ya estaba estudiando fuerte, conservo todavía el cuaderno donde anotaba todo, era una época en la que todavía no usaba mucho la computadora. En el 2003 ya decido pasar la mayor parte del año en Barcelona. Ya representaba a un club, muchos torneos en agenda y las clases que empezaba a dar. Me motivaba el hecho de superar las expectativas que tenía, que eran francamente muy pocas, porque cuando empecé a competir allá tenía un ranking muy bajo para alguien que a esa edad se quiere dedicar al ajedrez.
–¿Y cuáles son hoy sus expectativas?
–Reconozco que soy de ponerme objetivos. Los que tenía hace algunos años eran más claros, después de conseguir ciertas cosas a uno le resulta más difícil alcanzar el lugar al que aspira. Para este 2017 me propuse recuperar el nivel que tenía hace un par de años, cuando no sólo tenía más ranking sino que estaba jugando mejor. Es que realmente me importa jugar partidas interesantes, aunque eso sea algo difícil de medir. Los 2600 de Elo son un número posible pero no sería realista en estos momentos pensar en los 2650. En parte porque el camino hacia ese nivel implica tomar decisiones que afectan la vida. Yo tengo que trabajar mucho durante una época del año para conseguir tiempo para entrenar y competir en otras.
–¿Qué opina con respecto a la creencia de para un ajedrecista las cuestiones económicas son más sencillas en Europa?
–Creo que es complicado en todos los casos y ese es un aspecto esencial para progresar en ajedrez, porque si no tenés apoyo y tu familia no tiene mucho dinero no te podés dedicar exclusivamente a jugar. Salvo que tengas un talento extraordinario, que no es mi caso, tenés que esforzarte muchísimo. Tanto para progresar como para mantenerte, porque cuando uno comete el error de relajarse un poco los resultados te castigan inmediatamente, y eso me ha pasado. Cada uno sabrá si el esfuerzo se justifica. Para el que está buscando el título de Gran Maestro puede que Europa sea una solución, porque pueden enganchar un torneo detrás del otro. Pero para el que quiere llegar más lejos es indistinto, porque se hace necesario jugar torneos muy puntuales en distintos lugares del mundo, y para eso se precisa mucho apoyo.
–¿Y cuál es ese trabajo en el que hoy se apoya?
–Principalmente la docencia. Estoy muy ilusionado con un proyecto que ya arrancó pero que está pensado a largo plazo, y surge por la necesidad de cubrir el vacío que hay en materia de capacitación docente en ajedrez. Es una academia que el año pasado recibió el reconocimiento de la FIDE, y mi rol específico es el alto rendimiento, orientado a jugadores que compiten con regularidad.
–¿Cómo compatibiliza el entrenamiento a jugadores con el suyo mismo?
–La docencia me gusta mucho y es lo que yo elegí, aunque a veces tengo la sensación de que sería mejor estar trabajando en una pescadería cuatro horas a la mañana y después dedicarme al ajedrez. Siempre hay un tablero de por medio, y te puede servir porque en algunos casos uno aprovecha y estudia con el alumno, pero también cansa y yo por eso trato de separar el entrenamiento a otros jugadores de la competencia y mi propio entrenamiento. Hay momentos del año para enfocarse más en una u otra tarea.
–¿Trabaja solo?
–Nunca tuve un entrenador. Alguna vez sí profesores, pero me formé bastante por mi cuenta. Intento estudiar con amigos pero en otros momentos necesito estar solo. Soy de preparar las partidas en soledad y no me serviría viajar a un torneo con un entrenador. Me podría ser útil en el trabajo previo a un torneo, en ese sentido es como en cualquier deporte, estar solo es muy complicado. Uno no se puede imaginar futbolistas pateando contra la pared solos. Acá también necesitas alguien enfrente. Están los módulos, que hoy se transformaron en una herramienta imprescindible, pero yo los odio.
–¿Cómo es eso?
–Creo que es una tontería no utilizarlos pero siento que con el módulo se pierden muchas cosas. Por eso trato de analizar con un amigo antes y recién después con la computadora y sólo si no tengo el tiempo recurro directamente a la tecnología. Trato de jugar cosas donde tengan menos incidencia, de contradecirlos y de no mirarlo nunca después de una partida sino después de terminado un torneo. Yo siento que quedé en el medio de esa revolución. Las nuevas generaciones perdieron un poco lo que es estudiar con los libros y conocer a las leyendas, a los campeones, y a esa parte más reflexiva que tenía el juego. Y a la vez, las antiguas generaciones me parece que también subestiman un poco la fuerza práctica que te da analizar con un módulo. Hoy se puede entrenar en un viaje, calculando a mucha velocidad, sin la necesidad de tener tanto conocimiento teórico ni estratégico, mucho menos histórico. Recuerdo que cuando jugaba los campeonatos juveniles llevábamos los informadores con los amigos, con todo lo que implicaba coordinar para tratar de llevar los libros y los boletines dentro de las valijas. Incluso llegué a jugar alguna partida suspendida. Hoy ya estoy muy acostumbrado a manejar módulos.
–¿Cuánto influye lo anímico en el rendimiento deportivo?
–Es determinante, supongo que para cada uno es distinto. Mi estado de ánimo determina mucho cómo juego una partida. A veces me parece que la confianza puede hacer que juegue de una manera diametralmente opuesta en diferentes torneos, incluso puedo llegar a bajar o subir mucho el nivel durante un mismo torneo. Me gustaría en algún momento investigar mejor el tema.
–¿Ve a algún jugador sudamericano con chances reales de superar los 2700 puntos de Elo?
–Es una línea muy difícil de cruzar y no quiero exagerar y decir que todos tienen chances. Sí que hay jugadores que están dando los pasos correctos en ese sentido, no se trata sólo de ir en línea ascendente sino de poder hacer el esfuerzo y viajar para poder enfrentarte a los mejores del mundo. Creo que Sandro Mareco, Axel Bachmann y Aleksandr Fier lo están haciendo muy bien, y que Alan Pichot también está haciendo un esfuerzo importante. Iturrizaga, al que no le faltan tantos puntos, y Emilio Córdova, atraviesan un gran momento y están en el top 100 pero no estoy en contacto con ellos para saber si tienen esa ambición.
–¿Se precisa algún cambio estructural para que mejore el nivel ajedrecístico de la región?
–Para que el ajedrez sea más popular hay que reforzar el concepto de club. Yo veo mucha diferencia en la cantidad de clubes que hay en Europa en relación a Sudamérica, reflotar eso sería importante. En Europa los campeonatos entre clubes son muy importantes, en Barcelona llegan a mover más de 7000 personas, hay mucha gente y genera mucha afición.
–¿Sigue habitualmente la actualidad de la élite?
–Sí, seguí el campeonato del mundo y me gustó mucho, incluso como espectáculo que es algo que se le ha criticado. Puede que haya jóvenes que estén en condiciones de competir con Carlsen pero creo que hoy lo más justo es reconocer que es el número uno, ha hecho méritos sobrados. Hay muchos jugadores jóvenes que pueden llegar a desafiarlo y competir con él, pero hoy no sería justo equipararlo con nadie. Sus resultados son muy superiores a lo de sus contemporáneos, es muy completo, es casi perfecto. Sobresale en lo técnico, más que una máquina es una trituradora, capaz de ganar con las ventajas más pequeñas a los jugadores más fuertes del mundo. Hace parecer que muchos de los mejores juegan muy mal, a veces les gana con facilidad. No entiendo muy bien las críticas que se le hacen, y creo que no se ajusta a la realidad aquello de decir que está en una meseta cuando no le va bien en algún torneo.
–No consiguió en las últimas Olimpíadas alcanzar los resultados que se esperaban de usted ¿Hizo un balance de esa actuación?
–Fue un muy mal torneo, es algo que puede pasar. Jugué siete olimpíadas, varias de ellas en el primer tablero, y cuando uno tiene esa experiencia ya sabe que a veces te puede ir bien y otras mal. El equipo es muy parejo y el primer tablero se puede hacer entonces difícil, aunque las últimas dos ediciones me la había bancado bastante bien. Naturalmente cuando uno vuelve para atrás encuentra decisiones que, conociendo los resultados, quizás no debería haber tomado. Yo jugué mucho antes del evento y quizás debí haber preparado más en lugar de competir, pero con el resultado puesto es muy fácil hablar.
–¿Puede contarnos alguna anécdota de su casa en Barcelona, que es famosa por haber recibido a muchos ajedrecistas sudamericanos?
–Muchísimos pasaron por ahí y algunos todavía siguen pasando. No recuerdo una anécdota en especial pero sí que hubo un momento en que había perdido el control y no sabía ni quiénes tenían las llaves ni quiénes estaban aunque sí estaba al tanto que estaba ocupada y con gente que a su vez invitaba a otros. Es común que haya jugadores que en verano están jugando por Europa y en el período entre torneos no tienen dónde parar, la economía es muy importante en los viajes largos. Me divertí muchísimo y tengo intenciones de seguir haciéndolo. Las experiencias más importantes de mi vida están relacionadas con el juego, cosas que te hacen crecer, tener que valerte solo, estar en un lugar extraño sin conocer a nadie y tener que buscarte la vida.