La lectura la lleva a escribir. O tal vez la soledad, ese momento inestable donde una mujer separada, con hijxs grandes, debe habitar una interioridad desconocida.
Elsa fue profesora universitaria y tiene una artillería de libros que la custodian y estimulan, que ayudan a su imaginación siempre itinerante, a esa capacidad de viajar que ofrece la lectura, aunque la protagonista de esta historia no salga de su casa. En realidad la invención que ensaya como una tarea nueva, como una aprendiz de escritora que está ejercitando la fantasía, hace que los mundos se acerquen a ella. Elsa se los apropia como una materia prima, como el abono de sus plantas. Riega esas historias incipientes y las transforma.
La savia es una obra sobre el poder que la lectura ejerce en un alma ante la ausencia de aventuras y sobre ese momento donde empieza a ver el mundo a partir de la luz agitada de su imaginación. La realidad se vuelve surrealista en la propuesta de Ignacio Sánchez Mestre. Lo que parece involucrado en cierto realismo se torna difuso como el resplandor de los sueños. La trama en la que Elsa envuelve a su empleada Mariel y a ese chico que sale a correr y que encuentra un refugio repentino en su casa-biblioteca, en esa especie de vivero, surge del bullicio de lo azaroso. El Chino que actúa como un ser inventado, guiado a la fuerza por el deseo de Elsa de enredarse con personas jóvenes y enseñarles las proezas de sus plantas. También ayuda a El Chino con su tesis para que encuentre un estilo. Porque Elsa le dice que sus textos académicos son prolijos y correctos, que no hay riesgo en la palabra que pone sobre el papel. A diferencia del personaje que Mirta Busnelli interpreta con ese humor que es en realidad, una forma de asumir las palabra con bríos destellantes, hay en El Chino un pensamiento puesto en un sentido meramente operativo. Elsa lee y escribe buscando otra cosa, ya no el profesionalismo, el interés de su oficio de profesora, sino la locura de la ficción puesta en el lugar más desacostumbrado, la posibilidad desmesurada de combinar a las personas que conoce con la trama impetuosa que ensaya en sus cuadernos.
Así sus hijxs se muestran en zancos, como si fueran apariciones de su relato, interpretadxs por Constanza Herrera y Agustín García Moreno, los mismos actores que hacen de Mariel y El Chino. Una yuxtaposición propia de los sueños .
La savia es un conjunto de peripecias que ocurren en la cabeza de Elsa pero que también ella contagia a sus seres más cercanos. Mariel se ve impregnada por la lectura, esa que practica sin éxito al principio pero que después transforma en acción al involucrarse con El Chino. Entre las plantas y los libros empieza a darse la fragancia de una temporalidad que no se corresponde con el afuera y tampoco se somete a la biografía que Elsa evoca. Si bien, al comienzo se planteaba un plan un tanto convencional al recuperar ciertos recuerdos, mientras avanza en el trabajo implacable de contar entiende que la propia experiencia puede ser transformada, incluso dramatizada para despojarse de ella. Hay algo que Elsa logra hacer con su pasado, con el modo lejano en el que sigue vinculada a sus hijxs y su ex marido, que es el resultado de la autonomía de pensarse como autora de los hechos y no como una destinataria pasiva.
Tal vez Elsa descubra, mientras narra y pone a prueba sus pequeños conflictos en proceso, mientras canta en ese karaoke al que la conduce la amistad con lxs jóvenes, que escribir es un arma radiante al momento de recuperar la propia vida en sus sentidos, en las posibilidades que ella como autora puede otorgarle. Escribir la saca de la melancolía y la convierte en un personaje radiante.
La savia se presenta los viernes a las 20.30 en Santos 4040. Santos Dumont 4040. CABA.