Todo comenzó en África y sobre eso no hay dudas. Aunque históricamente el modelo de la ciencia positivista y el credo etnocentrista europeo haya hecho malabares para maquillar la realidad, el antecesor más reciente del ser humano moderno surgió allí. Hace un tiempo nada despreciable, los expertos en biología humana de todas las latitudes debieron consensuar que en aquel continente invisibilizado se forjó todo. En efecto, la región que fue tildada de “primitiva” resultó ser la cumbre de la vanguardia. Sin embargo, a pesar del acuerdo rubricado por la comunidad científica, todavía no se tienen demasiadas precisiones acerca del sitio específico. El problema obvio es que el continente africano es grande (una superficie que supera los 30 millones de kilómetros cuadrados) y los equipos que alrededor del globo buscan atribuirse la medalla de “haber reconstruido el árbol genealógico humano” desde las más profundas raíces se multiplican. En esta trama de disputas se inserta el presente estudio que, de manera reciente, fue publicado en la prestigiosa revista Nature y estuvo encabezado por un equipo multidisciplinario del Instituto Garvan de Investigaciones Médicas en Sidney, con aportes de especialistas coreanos y sudafricanos.
¿Qué propone el trabajo? En principio, afirma que para conocer el origen de la humanidad debemos remontarnos unos 200 mil años hacia un escenario del sur africano. El homo sapiens, desde este punto de vista, surgió en las adyacencias del Río Zambeze que, en la actualidad, pertenece a las naciones de Botsuana, Namibia y Zimbabue. Aunque hoy constituye un escenario árido, en el pasado estuvo protagonizado por lagos que conformaron un ecosistema fértil. Con el tiempo, como respuesta al cambio climático, estos cuerpos de agua comenzaron a fragmentarse y se convirtieron en un gran humedal, un espacio adecuado para el desarrollo de los grupos humanos. El paper, desde esta óptica, es rico porque incluye una reconstrucción paleoclimática, esto es, rescata el modo en que el clima se manifestó en tiempos pretéritos como herramienta de análisis para poder echar luz sobre los flujos poblacionales y sus dispersiones en el terreno.
¿Cómo se realizó? A partir de ADN mitocondrial, una de las primeras herramientas moleculares de potencia que permitió reconstruir la historia evolutiva de muchas especies. A partir de muestras de sangre de pobladores actuales de la región, los científicos extrajeron información de la parte del genoma que las personas heredan por vía materna. “Solo las madres le pasan a sus hijos ese ADN y puede ser esquematizado en un árbol filogenético, donde hay ramas que surgen en períodos más recientes y otras que pertenecen más a la raíz del origen. En este caso, estudiaron uno de los linajes más antiguos y radicales”, señala Rolando González, director del Instituto Patagónico de Ciencias Sociales y Humanas (CENPAT- Conicet). Es un linaje que no se halla de manera frecuente y que puede encontrarse en la población de khoisanidos. Una rama que no goza de demasiada popularidad aunque incluya a celebridades del calibre de Nelson Mandela.
Exploraron 198 genomas de khoisanidos y los compararon con 1277 de otras poblaciones actuales. Con esta muestra importante, en el marco de la biología evolutiva contemporánea, recurrieron a un clásico: ir marcha atrás. “Lo que hicieron, a partir de conocer la tasa de mutación del ADN mitocondrial, fue advertir cuántos cambios se acumularon con el objetivo de fechar los diferentes sublinajes dentro de un mismo linaje”, explica el referente local. Y completa: “De esta manera, yendo hacia el pasado es posible estimar la fecha de origen con un rango de error nada despreciable. Infirieron que existió una población ancestral humana de la cual derivó una corriente migratoria hacia el norte, otra hacia el noreste y una restante más hacia el sur. Tenían características de cazadores recolectores”.
La pregunta por el origen es un tema apasionante que, históricamente, despertó grandes disensos y fuegos cruzados en la comunidad científica. “Las reconstrucciones históricas de procesos evolutivos complejos basadas en un único marcador (mitogenómico) suelen tener conflictos con otras explicaciones sustentadas en otros marcadores. Por ello, los resultados a los que arriba este paper chocan de frente con los esqueletos más antiguos hallados de nuestra especie”, alerta. González se refiere a los restos que aparecieron en Marruecos en 2017 y fueron fechados 300 mil años atrás. De ser así, sería difícil compatibilizar ambos argumentos en una misma explicación, con lo cual, esta investigación presentada por Nature podría resultar inconsistente y blanco de críticas. “Además, si nos basamos en la exploración del origen del homo sapiens a partir de los estudios del ADN del cromosoma Y (que se hereda por vía paterna), llegamos a la conclusión de que nuestros antecesores se habrían ubicado en el oeste del continente africano y no en el sur. Por este mismo motivo es que este tipo de estudios deben ser lo más interdisciplinarios posible. Los esfuerzos de muestreo son notables pero deben complementarse con análisis de otros rasgos y no con uno solo”, apunta.
Tal vez, entonces, el desafío esté en dejar de intentar representar el mapa evolutivo del ser humano a partir de una sola población de origen con líneas de dispersión hacia los diferentes continentes. Este esquema de pensamiento podría ser reemplazado por uno mucho más dinámico en el que las diferentes poblaciones se fueron hibridando y se movieron por África de manera intensa y dinámica. Nuevamente: problemas complejos requieren estrategias de respuesta complejas.
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